La parábola del Evangelio de hoy en la que un rico acumula la gran cosecha y engrandece sus graneros, en vez de distribuirlo entre los que no tienen para comer, nos sirve de base, para reflexionar brevemente sobre la codicia.
¿Qué es la codicia?
La ambición desmedida y exaltada de dinero, bienes u otro tipo de riqueza. Es un vicio que lleva a las personas a querer acaparar más de lo que necesita, y en ese afán de acumular riquezas, muchas veces se corre el peligro de realizar diversas acciones que resultan contrarias a las reglas de la moral y del comportamiento ético. A su vez, estas pueden tener consecuencias negativas que afecten y hagan daño a otras personas o incluso a la sociedad en general.
Las personas codiciosas se pueden identificar por sus acciones, son egocéntricas, envidiosas, nunca se sienten satisfechas con lo que tienen, requieren satisfacer sus necesidades de forma inmediata y en muchas ocasiones resultan ser muy manipuladoras. Los codiciosos no cuentan con límites a la hora de poder buscar lo que es la satisfacción de sus necesidades. Pueden incluso cometer diversos delitos: desde estafas… robos… si es que así pueden obtener beneficios. Otras sin llegar a ese extremo pueden descuidar y maltratar a sus seres queridos. La codicia es lo opuesto a la generosidad, la solidaridad, el compartir. El codicioso no tiene moderación ni piensa en los demás.
Con este Evangelio considero que Jesús nos enseña una nueva manera de ver las cosas de esta vida. Nos recuerda que la persona que acumula riquezas no entiende que la verdadera felicidad consiste en aprender a compartir en dar con generosidad y alegría. Aquellos que no aprenden a compartir lo que tienen, y solo se preocupan de aumentarlas constantemente, además de cometer injusticia con los que no tienen, se encontrarán, al final de sus vidas, que sus manos están vacías ante Dios. Hoy Jesús nos hace una invitación clara a vivir la solidaridad con los pobres y despreciados del mundo; nos invita a a compartir con los que no tienen.