Sí. Hablo del matrimonio. Es serio. No parece que lo entiendan así los que lo contraen para, supuestamente, vivir su matrimonio. No es serio. Van sencillamente con el impulso de unas hormonas bravas. Van diciendo que ya sienten el amor, y lo que sienten es deseo.Y para declarar mejor lo que buscan, ya no quieren ningún compromiso ante nadie. Solamente me comprometo a mi yo, a buscar lo mío sin ataduras que me impidan largarme cuando ya me canse. Y algunos se cansan enseguida. No es matrimonio. Es un gusto acordado -¡ambos gustan lo mismo!- .Y esa luna de miel que es lo que interesa sentir, y supuestamente vivir hasta que se acabe, dura mientras coinciden los dos egoísmos. No hay matrimonio.
Suponemos que por naturaleza la unión macho-hembra es natural. Los sexos están hechos para buscarnos, por el ciego impulso de la reproducción. Mas dejarlo solo en eso es reducirlo al impulso animal. En ese mundo los animales se buscan solo en momentos en que están biológicamente preparados para reproducirse. Y es instinto ciego. Los seres humanos estamos hechos para más que eso. Y por eso mismo debemos afirmar que no todo el mundo puede casarse. Porque el matrimonio es serio. Es llamado a formar un “consorcio de vida”, un compartir vida, metas, ilusiones, construir hogar, fabricar mundos. Y no todos poseen lo necesario para tan altos fines.
De hecho, el concepto de anulación, que aplicamos a matrimonios realizados con la seriedad del rito sacramental, que es ‘hasta que la muerte nos separe”, está, por eso mismo, proclamando que no todos están capacitados para la maravillosa tarea. Las causales utilizadas en el proceso anulatorio lo manifiestan. Así, por ejemplo, al afirmar lo de ‘incapacidad para asumir las obligaciones del matrimonio’, estamos diciendo que esta relación es seria, y necesita un equipo emocional especial para llevarla a cabo. Como el astronauta no puede ser cualquiera, sino una persona preparada para los embates de esa tarea. A un tísico, que le encanta el baloncesto y desea meterse en la cancha, no lo autorizas a la competencia: se quedará sin aire en la primera vuelta.
Al aceptar el proceso de anulación la Iglesia proclama la seriedad de la tarea que se asume. Por eso, una persona con taras muy hondas en su personalidad sicológica no cualifica para el Sacramento. Un adicto a lo que perturba su actuar racional, no cualifica. Uno que entra en la relación obligado por las circunstancias, sin la voluntad clara de asumir lo que venga, no cualifica. Uno que engaña o tapa material defectuoso en su personalidad, que desanimarían a la otra parte a contraer, no cualifica. Uno cuyo grado de madurez y discreción de juicio es deficiente, no cualifica. Porque el matrimonio es serio.
La gran tarea matrimonial es vivir el amor.
Suena fácil, y más fácil todavía si uno lo entiende como capacidad para emocionarse, afectarse, o desear instintivamente el objeto natural del sexo. Amor es mucho más. Más exigente. Es esa capacidad para uno salir de sí, de su natural egoísmo, para centrarse en acrecentar la personalidad de la persona escogida, para que sea más rica por lo que yo le regalo. Lo dice un canto tantas veces oído: “Amar es entregarse, olvidándose de sí, buscando lo que al otro, pueda hacer feliz”. Y hay que reconocer que algunas personas poseen al mínimo esta capacidad. Y tristemente tampoco tienen muchas posibilidades de acrecentarla durante la vida. El Señor habla de eunucos que nacieron así.
Eso no sería solo por una deficiencia en sus órganos de reproducción. También la deficiencia en su capacidad de amar, centrándose en el bien de la persona escogida. Por eso afirmo: ¡El matrimonio es serio! ■
P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante