P. Edgardo “Gary” López

Para El Visitante

Hay una época que se caracteriza por la ansiedad y expectación que trae consigo todo lo que supone el inicio de los cursos académicos y vocacionales. Esto bajo la tutela de diversas instituciones educativas, públicas y privadas. Algo que nos parece fundamental para que todos aprovechemos al máximo las experiencias del proceso educativo en el salón de clases, en las gestiones administrativas y en las labores del llamado personal de apoyo, lo es sin duda echar a un lado el “prejuicio académico”. ¿Qué debemos decir? Experiencias educativas previas (hayan sido negativas o atinadas), no deberían ni desalentarnos ni sobrestimarnos.  

Nos parece más sabio y saludable, el procurar un balance entre dos perjudiciales extremos a saber: “el negativismo obsesivo y el positivismo exagerado”. El primero, puede paralizarnos. El segundo, pudiera conducirnos a la prepotencia. Ambos, destruyen a uno mismo e inciden de una u otra forma, en los demás. El ser negativos, nos convierte en fracasados de antemano, cuando aún no hemos dado ni un paso. Por su parte, el que lleguemos a ser prepotentes, provocará una gradual marginación hacia uno mismo, por parte de los demás. ¡Que tristeza y contrario, a la dinámica de la Fe! Por cierto: “La Fe en nuestra vida, hace una revolución que podríamos llamar copérnica porque nos quita del centro y pone en el centro a Dios”. (Papa Francisco / julio 2013) 

¿Quién fue Copérnico? ¡Asignación cibernética!  

Interactúan también familiares y/o tutores de los estudiantes. Ellos tienen su cuota de responsabilidad y deben aportarla, siempre pensando en el bienestar colectivo. En la gran escuela de la vida, en ese “inmenso plantel de las vivencias cotidianas”, habremos de aprobar las materias pequeñas y grandes… fáciles y complejas, en la medida en que estemos en sintonía con El Maestro de Galilea, quien afirmó: “Vengan a mí, los cansados y agobiados… Yo los aliviaré”, (Mt 11, 28).

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