El Evangelio de hoy nos invita a reflexionar sobre nuestra llamada a ser discípulas-discípulos misioneros. Esto implica ser personas con actitudes de escucha, con visión de profetas, con una fe viva.
Una persona llega a ser discípula de Jesús después de haber escuchado sus Palabras y de haber observado cuidadosamente las obras que él ha realizado. Esto implica entrar en una relación con Jesús, en un rico encuentro que se va haciendo experiencia.
No olvidemos que Jesús llama a marginados y pecadores. El llamado al discipulado incluye una responsabilidad misionera: “Desde ahora serás pescador de hombres”. Por lo tanto, la formación que Jesús le ofrece al discípulo pretende capacitarlo para que sea capaz de ayudar y salvar a otras personas.
El discipulado tiene la forma de un viaje junto a Jesús y, en este, la historia personal del discípulo entra en una nueva dinámica; junto con el Maestro va elaborando un nuevo proyecto de vida
Entre los retos que tiene aquel a quien Jesús llama está el de adoptar una actitud de desapego de sus propios bienes. Necesita ser una persona libre que no se deja atar por nada ni por nadie. La renuncia a los bienes es la premisa de la construcción de un nuevo orden de valores y de una nueva visión de la vida que parte de la visión de Jesús. Discípulo–discípula es quien se deja conducir, dócilmente y con el corazón libre, por el Señor de sus vidas. ¡Ánimo! Porque con Jesús se reaprende la vida.