El pueblo atolondrado por la pandemia, recibe puñaladas de corrupción por todas partes. El afán económico, que es un virus, atrae con sus estrategias y modus operandi. En una sociedad en que el materialismo y el consumismo fomentan las nupcias con el dinero, los subterfugios y estrategias se convierten en el pan de cada día, una forma elocuente de adorar al becerro de oro.
La deshonestidad tiene su ritmo y sus melodías amparados en un “yo me lo merezco”, que es eco de la degradación moral y ética. Detrás de esas “convicciones” bulle un sí a lo malo que es atuendo diario, una forma de alargar la mano en toda dirección y circunstancia. Es de todos conocidos la voraz pretensión de salir con algo en cada fiesta o reunión vecinal, de mirar con apetito decorativo las flores que adornan las tumbas en los cementerios.
“No hurtarás’ es una invitación moral a respetar los bienes ajenos, a establecer las colindancias humanas para evitar la descomposición ética. “Esto me lo llevo” parece ser un gozo cuasi instintivo en que la persona cae de rodillas ante lo ajeno. Esa forma de vivir y ser es seudo enseñanza para las nuevas generaciones; una pedagogía invasiva que desata los instintos y rebaja la pertenencia a meras cosas útiles, a un forcejeo de envidia y egoísmo.
El interés desbordante por participar en la política del País con el bagaje de gastos, sacrificios, improperios y gritos apunta a algunos como soñadores de arcas abiertas. Participar en la vida pública con la mente distorsionada es caminar sobre ascuas, enredar el corazón con la falsedad y el engaño. No es justo alardear de amar al País y luego tomarlo como rehén, defraudar los bienes que son de todos.
Es urgente la supervisión oportuna para que no se filtren los que saben todos los trucos y se comportan como prestidigitadores de las finanzas. El servicio público no es una lotería económica, requiere de una convicción que va más allá de un peso en el bolsillo. Servir va unido al agradecimiento a Puerto Rico que nos lo ha dado todo, un regalo del amor de Dios y un convite de los hijos de esta tierra.
En momentos recios, la mora, la ética, la honestidad deben ser semáforos en verde que dicten el comportamiento humano. Permitir que algunos vándalos propaguen unas formas rancias de servir al País es derrocar a la democracia, destruir la voluntad del pueblo. Por encima de los partidos políticos está el pueblo que sufre el embate de los fenómenos naturales, de la corrupción y del capricho, como norma y voluntad.
Tolerar la corrupción es lección de mala muerte para hoy y para mañana. El gobierno honesto y probo alivia el proceder de sus habitantes y establece la rectitud como medida y logro.
P. Efraín Zabala Torres
Editor