Instruidos por el Señor Jesús a hacer el bien, la preocupación constante por el prójimo debe ser la carta de presentación ante un mundo en dolores de parto. Se siente la espina de la existencia y se dan recetas de toda índole para hacer frente a todo mal pero todo permea en la superficialidad y en la técnica como camino expedito a todo bien.
Ante el acontecimiento humano y su misterio, el cristiano no puede pasar de largo, la urgencia exige una prontitud, una mirada limpia para advertir que el Señor Jesús camina con nosotros que es el sanador por excelencia. No hay tregua para hacer el bien y establecer los senderos de fe que en toda circunstancia normal o de urgencia.
La espiritualidad moldea toda acción humana y se nutre de la palabra santa, del coloquio con Jesús, del abrazo fraternal. No se puede vivir en un conteo efectivo en que los míos salen beneficiados en todo, mientras los demás lloran sus penas acorralados por la indiferencia de muchos. Esa mentalidad elitista torpedea el propósito humano y cristiano y pasa juicio sobre la muerte de Cristo y su resurrección. Murió por todos, vive para todos.
Por el bautismo se abre la ruta del poderío cristiano, que no es un arsenal de dominio, sino del hacer el bien, transformar la vida. La Sagrada Eucaristía alimenta el paso de los que contradicen en sus obras la fealdad del mal, la ruta equivocada. Es en la voluntad de servir que el cristiano se viste de Cristo y predica desde el corazón sano y vigoroso.
Los ritos y las palabras vanas no hacen primavera si falta la interioridad en llamas y el deseo de limpiar el rostro a los sufridos de estos días aciagos. La generosidad y la misericordia son antídotos contra el apocamiento que se convierte en manera de ser, en rigurosidad placentera.
La trivialidad del cristianismo fomenta el alejamiento, el paralelismo con el mundo sin penetrar en el llanto de los enfermos y abatidos. Alardear de una fe infantil trae como consecuencia cierta escisión en el plan del Señor Jesús. Cada hombre es mi hermano no puede ser una cliché de otra época, sino una verdad que redunda en ayuda y compromiso.
Mirar, oír, sacar tiempo para dar la mano, son acciones saludables, se hace presente el Señor y nos concede su paz. No hay que escoger a la primera, todo el que llega mandado por Dios, trae un mensaje único.
Es el momento de alargar la mirada y repetir las palabras claves del Señor Jesús, “Vengan a mí los cansados y abatidos y yo les aliviaré”. Esta es la receta vivificante, que cura todos los males.
P. Efraín Zabala
Editor