El pasado 13 de julio se conmemoró la tercera de las apariciones de Fátima. La Diócesis de Mayagüez se unió a esta efeméride. Nuestro Obispo emitió un decreto indicando los lugares en que los fieles podríamos lucrar indulgencia plenaria con ocasión del centenario. Uno de estos lugares es el Santuario de Nuestra Señora de Fátima en los predios del templo parroquial de Santa Rosa de Lima en San Germán.
Nos dimos cita en esta parroquia de Santa Rosa de Lima. Cientos de fieles de diversas comunidades parroquiales, junto a varios sacerdotes nos congregamos para unirnos a la celebración. Tuvimos la dicha de tener la imagen peregrina de Nuestra Señora de Fátima.
Presidió la celebración el vicario de pastoral, Mons. Ramón E. Albino Guzmán. Este fue delegado por el Obispo quien se encontraba fuera de Puerto Rico. La reflexión homilética fue encomendada a P. Edgardo Acosta Ocasio, vicario de comunicaciones. Ambos estuvieron como peregrinos el 13 de mayo en la Cova de Iria en Portugal. Allí concelebraron la Eucaristía que presidió el Papa Francisco.
El mensaje central de la manifestación de la Virgen Madre el 13 de julio en 1917 giró en torno a la urgencia de la conversión. Fue la aparición más controvertida de los acontecimientos conocidos. Lo que nuestra Señora mostró a los pastorcitos aquel día inspiró a muchos a convertirse, pero provocó que otros rechazaran la fe. Fue el día en que Nuestra Señora dio un susto de muerte a los niños pastores al mostrarles el infierno, advertirles severamente sobre una nueva guerra mundial y una nueva era de martirio.
Aquel 13 de julio devolvió el infierno al centro de la conciencia católica. Esta visión sucedió después de 1 año de preparación, incluyendo visitas de un ángel y mucha reconfirmación sobre el paraíso. Para aquella generación, como para la nuestra, se había perdido el sentido del pecado. Los movimientos racionalistas precedentes, la irrupción en el norte de Europa del experimento marxista y la indiferencia de muchos abocaba a una pérdida progresiva de la referencia a Dios.
El mensaje más importante, al mismo tiempo el menos popular, del cristianismo es “conviértanse”. Jesús comienza su ministerio con este llamado, lo mismo Juan el Bautista y el Apóstol Pedro (Mc 1,15; Mt. 3,1-2; Hech. 2, 38). Jesús definió la misión de la Iglesia como un “predicar la conversión para el perdón de los pecados”.
La negativa a convertirse y arrepentirse -la creencia de que el pecado en realidad no importa- es el origen de los principales desastres morales de nuestro tiempo. El aborto, la trata de personas, el crimen, la corrupción generalizada, el desprecio del matrimonio natural y la pretensión de equiparar relaciones contrarias a la naturaleza al mismo, la violencia en todas sus formas, etc. Son manifestaciones del mal que provoca el pecado y la ausencia de sentido del mismo. La visión del infierno es un correctivo totalmente necesario para la confianza presuntuosa de que todos iremos al Cielo. Ciertamente Dios quiere perdonarnos a todos, pero hay un límite: no nos arrepentimos.
En esta manifestación la Virgen pide a los pastorcitos que ofrezcan sacrificios por la conversión de los pecadores. Les enseña varias oraciones implorando el auxilio y la misericordia de Dios. Es una concepción novedosa y refrescante del martirio. Sacrificarse por amor, entregar la vida por amor a quienes aún no conocen el amor de Dios. Los niños aprendieron la urgencia de consolar a Jesús, convertir a los pecadores y comprometerse con la Madre celeste.
Todo bautizado debe aprender lo mismo. Nos corresponde la misión hoy de transformar el mundo con la oración, el sacrificio y la ofrenda de la vida.
(P. Edgardo Acosta)