A sus 19 años de edad, Mariana (pseudónimo para proteger su identidad) contrajo nupcias por la Iglesia católica con quien pensaba era el amor de su vida. Sin embargo, durante la convivencia matrimonial la realidad resultó ser distinta a lo que hubiera pensado. Salidas constantes a fiestas y consumo descontrolado de bebidas, dieron paso a un ciclo de peleas constantes donde hubo maltrato físico y emocional. Las reconciliaciones y promesas de cambio, mantuvieron en pie la relación por espacio de unos 7 años.
Fue la confrontación ante una infidelidad la que, luego de un gran altercado, dio fin a la relación. Durante los próximos días, Mariana sintió una serie de malestares hasta descubrir su estado de embarazo. En medio del desconcierto, la soledad y su distanciamiento de Dios, de camino al trabajo escuchó un anuncio en la radio sobre un centro de planificación familiar y contempló la idea de acudir para orientarse y tomar una decisión.
“Llegué a ese lugar llena de miedo. La persona que me recibió, me dio unos papeles y me dijo: ‘No te preocupes, nosotros te vamos a solucionar ese problema. Eso que tú tienes ahí no es nada formado, relájate’. A los pocos minutos vino una enfermera que me llevó hasta un cuarto.
Nadie más habló conmigo, mi cabeza estaba llena de confusión, no quería estar ahí. Era una batalla que ocurría dentro de mi mente. Llegó la persona que me hizo la intervención, no emitió palabra. Todo pasó sumamente rápido. Inmediatamente sentí que en ese momento estaba muriendo en vida y pensé que, si estaba lejos del Señor, mucho más lo estaría con el pecado que había cometido”, confesó.
Luego de la terminación de su embarazo, por los próximos 10 a 12 años, Mariana sufrió ansiedad, depresiones severas que le imposibilitaban el diario vivir. Padecía trastornos de alimentación, se convirtió en bulímica y en medio de las crisis tuvo episodios donde se inducía el vómito hasta cuatro veces en un día. Como consecuencia, el desequilibrio en su cuerpo no le permitía levantarse para ir a trabajar o a la universidad.
“Cerraba los ojos y podía recordar el momento de aquel instrumento succionando la vida que llevaba adentro. Todo ese dolor lo llevaba sola y en silencio, porque la característica principal del aborto es que es un dolor del cual no se habla”, expresó.
Pasados los años, la joven se graduó, obtuvo un buen trabajo y una casa. Pese a que para el mundo aparentaba estar bien, el dolor por el aborto no le permitía ser feliz. Esto, consecuencia de una nostalgia constante y una tristeza que no podía identificar. Justo en medio de una crisis de ansiedad, que la llevó a tener pensamientos suicidas, su hermana la invitó al retiro Emaús en la Parr. San Felipe Apóstol en Carolina.
“Llegué a los pies del Señor, con un corazón humillado, arrepentido, cansado de sufrir y clamé a Dios por misericordia”, contó. Luego del retiro sintió paz e hizo cambios fundamentales en su vida. En lo que fue un largo periodo de tiempo, pero a su vez su camino de sanación, comenzó a asistir a misa, aplicó la oración diaria y la lectura de la Biblia, y tomó los talleres de Oración y Vida del Padre Ignacio Larrañaga.
“Estaba convencida de que sin el Señor no podría sanar y por primera vez en muchos años empezaba a ver la luz”, asintió.
Aunque poco a poco fue sanando, el dolor aún la consumía y pese a las continuas confesiones con el sacerdote, la herida permanecía. Un domingo, asistió a la Gruta de Lourdes en Trujillo Alto y P. Fernando Felices anunció un retiro de sanación para curar las heridas del aborto. “Sentí que el Señor me daba la oportunidad de reconciliarme, de encontrar ese perdón, y así fue. Pude recibir la confirmación del perdón de Dios, pude reconciliarme con mi bebé, con Dios y sobre todo pude perdonarme”, dijo.
Más adelante, llegó a la Parr. Santa Bernardita en Country Club donde conoció del ministerio Pro vida el Viñedo de Raquel al que se integró. Luego la reclutaron como voluntaria en el Centro Raquel donde aprendió que: “Solo Dios sabe lo que hay en cada corazón y lo que ocurre en cada circunstancia”. Esto al ver “el dolor de esas mujeres y cómo detrás de cada aborto, hay una historia desgarradora”. Por eso, trabajan la prevención y les sirven de apoyo “para que el aborto no esté como una opción”.
Hoy día, Mariana asegura que el propósito de su vida es “defender la vida. Llevar el mensaje en ese mundo que le dice a las mujeres: ‘Es tu cuerpo’. No, no es tu cuerpo. Es un ser humano aparte”.
Por último, enfatizó a “que en esta Navidad le abramos el corazón al Niñito Jesús, lo acojamos, y que lo llevemos a quienes no lo conocen”. ■
(Para información llame al 787-998-3900).
Nilmarie Goyco Suárez
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