La Iglesia Católica conmemora el 28 de diciembre el día de los Santos Inocentes. Se recuerda este día la matanza de todos los niños menores de 2 años de Belén, que decretó Herodes, para evitar que su reinado fuera amenazado por el Rey, a quien los Magos llegaron a adorar (Mateo 2, 16-18). Esta atrocidad, que de acuerdo a las fuentes históricas pudo haber cobrado la vida de unos 20 niños, representa el primer martirio en nombre de Cristo. Los niños inocentes fueron víctimas del deseo de poder y de dominio, de la cólera y el abuso de poder.

La matanza de los Santos Inocentes resulta inconcebible e injustificable en nuestro mundo moderno, sin embargo, no está lejos de nuestra realidad. Según un estudio publicado por el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia, (Unicef, 2017) cada día mueren aproximadamente 70 niños, víctimas de infanticidio, en América Latina y el Caribe. El estudio concluye que América Latina tiene la mayor tasa de infanticidios en el mundo, uno de cada cuatro homicidios de niños o adolescentes que se cometen a nivel mundial ocurre en esta región. En el último año, la mitad de los niños en el mundo ha sufrido alguna forma de violencia psicológica, física, sexual o en línea, según Marta Santos, representante Especial del Secretario General de las Naciones Unidas sobre la Violencia contra los Niños.

Las causas primarias del infanticidio en América Latina se relacionan con la pobreza y la violencia. De los datos de este estudio se desprende que 70 millones de los 195 millones de niños, niñas y adolescentes de los países de América Latina, actualmente viven en la pobreza y 28.3 millones se encuentran en situación de pobreza extrema. Además, dos de cada tres niños son víctimas de violencia en sus hogares o lugares de convivencia y uno de cada cuatro es asesinado, a pesar de que no exista ningún conflicto bélico.

La Doctrina Social de la Iglesia nos indica constantemente la exigencia de respetar la dignidad de los niños: “En la familia, comunidad de personas debe reservarse una atención especialísima al niño, desarrollando una profunda estima por su dignidad personal, así como un gran respeto y un generoso servicio a sus derechos. Esto vale respecto a todo niño, pero adquiere una urgencia singular cuando el niño es pequeño y necesita de todo, está enfermo, delicado o es minusválido” (Familiaris Consortio, 26). La Iglesia llama la atención sobre las muchas situaciones que atentan en contra de la dignidad de los niños: el tráfico de niños, el trabajo infantil, el fenómeno de los niños “de la calle”, el uso de niños en conflictos armados, el matrimonio forzado de niñas, la utilización de niños para el comercio de material pornográfico, la pedofilia, la negación del derecho a nacer.

Ante estas situaciones alarmantes es necesario actuar. Se hace inminente evitar que la desigualdad destruya el derecho a gozar de una vida digna desde los primeros años y perpetúe inequidades durante todo el ciclo de vida de las personas. De igual forma, tenemos que comprometernos con una cultura del reconocimiento del otro, de la no violencia. El Estado debe asumir su responsabilidad de garantizar sus derechos a todos sus habitantes, incluyendo a los niños. El primero y más importante de estos derechos es nacer en una familia verdadera.

De ahí que el Estado tiene que reconocer la prioridad de la familia, con respecto a la sociedad y el Estado (Compendio Doctrina Social, 214). La sociedad y el Estado existen en función de la familia, cuna de amor y de socialización.

Honremos a los Santos Inocentes ayudando a construir un orden social en el que se respeten los derechos de los niños, se trabaje para reducir las desigualdades socioeconómicas, se provean oportunidades de desarrollo a todas las personas, se promueva la no violencia y se fortalezca a las familias. Hoy también mueren Santos Inocentes y nos corresponde a nosotros evitarlo. ■

(Puede enviar sus comentarios a nuestro correo electrónico: casa.doctrinasocial@gmail.com)

Nélida Hernández
Consejo de Acción Social Arquidiocesano
Para El Visitante

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