Gloria Estefan es una exitosa cantante cubanoamericana. En una de sus giras artísticas su autobús sufrió un accidente que a ella casi le cuesta la vida. Da la impresión que, en esos días, su relación matrimonial estaba pasando por un mal momento. Es lo de siempre: rutina, ya no siento, surgen otras miradas… A pesar del tiempo largo en el hospital, pudo salir con vida. Tal parece que esos días largos de convalecencia le abrieron los ojos para ver la realidad con mirada profunda: su pareja merecía la pena, y si consigo una oportunidad será diferente. “Y con los años que me quedan por vivir demostraré cuánto te quiero”.
San Ignacio tuvo la misma experiencia. Sus sueños militares acabaron con una derrota militar y sus piernas rotas, incapacitadas para perseguir aquellas glorias. En el momento de la desgracia Dios nos viene a ver. Para Gloria fue el momento de ver que la vida se acaba inesperadamente, que a los ojos de la muerte la realidad se vislumbra de forma diferente. Por eso en el canto pide esa oportunidad.
“Sé que aún me queda una oportunidad; que aún no es tarde para recapacitar. Sé que nuestro amor es verdadero”.
Resuena el refrán de que nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde. Es gracia divina, don del sacramento del matrimonio, poder expresar entonces como ella: “Yo viviré para darte amor, borrando cada dolor con besos llenos de pasión, como te amé por vez primera”. Resuena la experiencia del hijo pródigo: el joven que se libera de lo conocido rutinario, para buscar nuevos mundos con espejismos de gozos. Termina reconociendo que todo fue burbujas de jabón que explotan en el aire, y termina buscando la nueva oportunidad con el padre.
Es una gracia el reconocer mi error (sin autocrítica esto no camina), para pasar la página, para llenar el vacío que produje, con actos más intensos de ver en la pareja el regalo divino que con ojos borrosos no veía. El hijo dijo: “Me levantaré e iré a mi Padre”. El que comienza de nuevo la relación lo expresa: “Te haré olvidar cualquier error. No quise herirte, mi amor; sabes que tú eres mi adoración y lo serás mi vida entera”.
Cuando recibo la oportunidad, cuando recibo el abrazo del Padre sin que este me reproche lo pasado, mi autocrítica me llevará a decir: “No quiero recordar cómo te perdí; quizás fue inmadurez de mi parte; no te supe querer”. No se trata de revolcar de nuevo todos los detalles que hirieron la relación. No es positivo el estar entonces pidiendo detalles del error, el cuándo, cómo, por qué…
Eso es revolver la herida, abrirla de nuevo. Sencillamente se reconoció que hubo herida, del tipo que haya sido. La cicatriz seguirá ahí. Y será cicatriz de gloria si recuerdo lo que esa situación me ayudó para recapturar la valía de mi pareja. Es mirar hacia adelante: “Y te aseguro que los años que me quedan los voy a dedicar a ti, a hacerte tan feliz que te enamores más de mí”.
Mirar al futuro supone una tarea redentora que ella expresa con las palabras finales del canto: “El tiempo te dirá, si tienes fe en mí, que como yo te amé más nadie te podrá amar jamás. Dime que no es el final; que aún no es tarde para recapacitar. Sé que nuestro amor es verdadero”. ■
P. Jorge Ambert, SJ
Para El Visitante