La vida al servicio de Dios y de la Iglesia está llena de relatos que inspirarían a cualquier persona. Encontramos muchos de estos a nuestro alrededor día a día, y al contemplarlos nos maravillamos con su grandeza. El pasado 9 de diciembre de 2017, estando el país en plena recuperación de los estragos causados por el huracán María, la Diócesis de Mayagüez fue bendecida y engalanada con la ordenación de 36 nuevos diáconos permanentes. Este suceso marcaría para siempre la historia de la Diócesis, pero lo haría aún más en la del recién ordenado Reverendo Diácono José Rodrigo Martínez.

Colombiano de nacimiento y maricaeño por adopción, este servidor de Dios llegó a las montañas de nuestra patria al parecer con un solo propósito, llevar su misión de fe a otro nivel. A dos meses de haber sido ordenado, el Reverendo Martínez nos abrió las puertas de su hogar y accedió a contarnos su historia. Adelantamos que esta conversación realizada en el marco natural de la belleza de la campiña puertorriqueña nos abrirá los sentidos de manera tal que no quedará duda que la mano de Nuestro Señor Jesucristo y el amparo de Nuestra Madre María nos acompañarán siempre sin importar lo ilógico o extraño de nuestras acciones, sobre todo si estas desembocan en una vida llena de espiritualidad y de Amor de Dios.

A continuación, la entrevista:

¿Quién es Rodrigo Martínez?

“José Rodrigo, casi todos me conocen como Rodrigo, pero mi nombre es José (sonríe). Nací en la ciudad de Bucaramanga, capital del Departamento de Santander, Colombia hace 55 años. Provengo de un hogar católico. Mis padres muy devotos, recibieron todos los sacramentos y así fuimos criados mis hermanos y yo. Mi hermano mayor es sacerdote y el segundo comenzó, pero no terminó el seminario. Estudié en el Colegio Salesiano y de ahí mi devoción a María Auxiliadora, a San Juan Bosco y a Santo Domingo Savio. Tuve una infancia normal, jugar soccer, estudiar. En el colegio estudié electricidad, pero nunca la ejercí. Luego estudié Ingeniería Civil en la universidad, pero mientras estudiaba uno de mis hermanos fue secuestrado (probablemente por la guerrilla ya que nunca se supo) y al ser rescatado mi papá decidió que nos fuéramos para los Estados Unidos. Dejándolo todo comenzamos una vida nueva”.

¿Cómo fue su vida en los Estados Unidos?

“Pues la vida de todo aquel que va persiguiendo el sueño americano. Era una vida nueva en muchos aspectos. Me enfoqué en solamente trabajar, ya no quise estudiar, quería hacer dinero. Inclusive las cosas de Dios se me olvidaron, ya ni a misa iba casi. Nunca perdí la fe, pero sí se me enfrió. La meta era trabajar para ganar dinero. Así me mantuve desde 1985 hasta 1992 que me casé con Wilma a quien conocí en el trabajo. Continuamos de esa manera, ya casados con casa y trabajo hasta 1997 cuando cambió mi vida con Dios”.

Su reencuentro con Dios, ¿cómo se dio?

“Para 1997 fui a Colombia de visita. Uno de mis hermanos me invitó a un retiro de María Auxiliadora. Fui al retiro, pues por cumplir y acompañar a mi hermano y nada más. Estando allí en el retiro, en un momento en que estaban cantando me quedé contemplando la imagen grande de María Auxiliadora y sentí que me decía: ‘Tú también puedes ser como mi hijo, bueno, santo, puro’, y comencé a sentir un calentón intenso por todo el cuerpo, calor físico y comencé a llorar no sé por qué. También sentí el deseo urgente de irme a confesar. Pero como hacía tiempo que no me confesaba fui y dije tres bobadas como para salir del paso. Fue una confesión simple, sin profundizar, por cumplimiento. Casi todo lo hacía así, por cumplir, mentía y cumplía y ya. Al regresar de la confesión me senté, pero el Espíritu de Dios me sacudía más duro y de alguna manera me hizo saber que estaba mal, de que tenía que hacer una confesión de toda la vida y con profundidad. La voz del Señor me decía que yo andaba preocupado por las cosas materiales, de aquí para allá olvidándome de lo más importante, que mi alma estaba en peligro mortal porque me había olvidado de Dios. Fui entonces a hacer una confesión completa desde mi niñez hasta aquel momento. Allí sentí que me quité de encima una carga terrible y volví a la Palabra de Dios, ya que el padre me puso de penitencia leer un capítulo completo de la Biblia, del Apocalipsis. Así estuve envuelto tres días sin poder dormir, leyendo la Palabra. Y despertó en mí un hambre, un deseo de leer la Palabra de Dios.

Al regresar a Miami, le dije a mi esposa que teníamos que cambiar la manera de pensar. Teníamos que interesarnos en las cosas de Dios porque estábamos materializados. Ella estuvo de acuerdo y de ahí la idea de venirnos para Puerto Rico. Allá estábamos bien, nada de problemas económicos, pero en la fe sí estábamos fallando”.

¿Cómo llegan a Puerto Rico?

“Pues mi esposa trabaja con el gobierno federal, así que solicitaría un traslado de localidad. Yo tenía que renunciar a mi trabajo. Pues así lo hicimos y vendimos todo lo que teníamos. El plan era comprar una finca, yo la trabajaría y pues ella continuaría con su trabajo. Pero no fue de la noche a la mañana. Había que hacer las cosas bien, y siendo así nuestro traslado a Puerto Rico se vio lleno de signos y bienaventuranzas que nos indicaban que estábamos haciendo lo correcto. Le preguntamos al Señor, mi esposa abrió la Biblia y salió el pasaje del libro de Isaías 55:12; ‘Sí, con alegría saldréis, y en paz seréis traídos. Los montes y las colinas romperán ante vosotros en gritos de júbilo, y todos los árboles del campo batirán palmas.’ y vimos que era bueno lo que hacíamos. También teníamos un ramo de flores marchitas, mi esposa pidió una señal que si era bueno lo que hacíamos que revivieran las flores, y al otro día amanecieron bellísimas, como nunca antes.

El día del viaje Wilma y los muchachos, de 4 y 1 año, llegaron al aeropuerto a las 7:00 AM por equivocación y el vuelo era a las 7:00 PM. Al decirle a la oficial de la línea aérea, ésta dijo que intentaría ayudarles y viajaron así en primera clase. Al llegar a Yauco a casa de mi suegra donde nos establecimos mientras hacíamos la casa en Maricao, mi esposa se da cuenta que su mamá sin saber nada tenía la Biblia abierta exactamente en el versículo que ella había leído antes en Miami. Con el asunto del traslado del trabajo de mi esposa se dio otra de esas señales. Un antiguo jefe de ella le negó la relocalización a Puerto Rico, pero mi esposa le dice que ella tiene un Jefe más poderoso que él, Dios, y al cabo de varios días llega una carta desde Washington de los superiores concediendo el traslado. Todo fue obra de Dios que estuviéramos aquí. Una vez en Yauco expresé que quería ayudar en la iglesia y comencé a dar catequesis”.

¿Por qué Maricao?

“A mi esposa le gusta la agricultura, ella es agrónomo. Soñaba con tener una finca, hacer una industria de flores la cual no se nos ha dado todavía, estamos en proceso. En Estados Unidos veíamos el negocio de importación y exportación de flores y queremos insertarnos en eso. Ha habido muchos tropiezos, pero tenemos esperanza. Conseguimos esta finca de 10 cuerdas y aquí estamos tratando de echar adelante. A finales del año 2001 vinimos a vivir aquí finalmente, aún sin terminar la casa.

Al llegar a Maricao quería buscar una iglesia católica y me doy cuenta que tengo una capilla justo al cruzar la carretera. Empecé a ir ahí, cuando eso el párroco era Padre Orlando Rosas. Le comuniqué a las Hermanas Dominicas de Fátima que ejercen ministerio en Maricao mi disposición para dar catequesis y me lo permitieron. Para ese tiempo Padre Orlando tenía la idea de remodelar la capilla. Le ayudé en la tarea, pero además me hace el acercamiento para que tomara las clases de ministro de la Eucaristía ya que se iba a instalar el Sagrario y se necesitaba un ministro. Inicié las clases ya para el 2011 en el Obispado de Mayagüez”.

¿Cómo surge lo del diaconado?

“Pues ya para el tercer año de las clases de ministro, la secretaria me pregunta que si me interesaba ser diácono. De esta manera sin terminar las clases de ministro porque coincidía el horario de ambas los sábados, me fui a tomar las clases correspondientes para el diaconado. Padre David Pérez, párroco actual de Maricao me dio la carta autorizándome a tomar esas clases”.

¿Pensaba en ser diácono?

“Para nada, ni tan siquiera ministro. Yo solamente quería ir a la iglesia y colaborar en algo como la catequesis y cosas así. Jamás pensé que llegaría a ser diácono. Ahora lo considero un llamado de Dios porque yo no estaba buscando eso”.

La experiencia en las clases, ¿cómo fue?

“Yo tenía una idea de lo que tenía que estudiar por la experiencia de mis hermanos estudiando para sacerdotes. Creí que iban a ser un poco más espirituales, pero se enfocan más en los aspectos técnicos. Aun así, me ayudaron a profundizar más en la fe ya que todavía estaba un poco crudo. Sabía las cosas básicas, pero abundamos en la Biblia en su aspecto histórico, algo de lo que yo no sabía mucho y nos muestra de dónde viene la iglesia, su trayectoria y transformaciones. Los maestros fueron excelentes y muy bien preparados”.

Luego de cinco años de preparación, ¿cómo fue esa experiencia del día de su ordenación?

“Fue muy emocionante, todavía no me lo creía. Hay veces que luego de dos meses, todavía no me lo creo, se me olvida que hasta soy diácono (ríe). Parecería que es algo simple, pero es una experiencia que te va a cambiar la vida para siempre. Desde ese día le he puesto más empeño en tomar las cosas de Dios más en serio, hacer las cosas como se debe. Antes era como que muy deportivo, si se hacían las cosas bien, pues bien, si no, pues… La emoción de ese día fue única. La investidura, la esposa y los hijos felices, ese grupo de amistades que estuvimos tanto tiempo juntos estudiando y haberlo logrado; aunque no podía demostrarlo la alegría no me cabía en el pecho. Además, el ver miembros de mi comunidad tan contentos allí, de mi barrio Indiera Fría y de Maricao en general me llenó mucho el corazón. Es un compromiso grande, pero a su vez un honor que siendo uno tan pecador Dios llame a uno a hacer esto, a servirle”.

¿Cuáles son sus expectativas como diácono a nivel personal y a nivel de comunidad?

“A nivel personal espero continuar tomándome las cosas de Dios muy en serio, hacerlas como Dios manda. No realizarlas porque sí, sino realizarlas por amor. Eso es así porque si no me lleno de Dios, ¿cómo darle a Dios a los demás? Me propuse ir al santísimo todos los días y eso me ayuda mucho. Voy en la mañana y en la tarde. Allí le expongo al Señor el que yo no sé nada, usted es el que sabe y que se haga su voluntad. Haga lo que quiera de este pecador para bien de la comunidad. Todos estamos llamados a ser santos, alcanzar la verdadera santidad. Para mí eso era algo muy lejano, como que no era para mí, pero veo que sí es posible con la ayuda de Dios y de los sacramentos mantener ese estado de gracia para llevarla a los demás. No podemos estar descarriados para ayudar a descarriados. Me he propuesto no hacer las cosas según mi voluntad, si no la del Padre.

En la comunidad hay mucha influencia protestante, y los católicos que hay son católicos tibios, una comunidad católica muy dormida. Tengo como misión autoimpuesta, el despertarla, que no seamos siempre los mismos haciendo las cosas de la iglesia. La gente ya no acude a los sacramentos como antes, no comulga, se juntan a vivir y no se casa, no hay compromiso. Quisiera hacer algo con eso. Me gustaría hacer como Luis Toro en Venezuela, quien le habla a los protestantes y ya han regresado en gran número a la iglesia católica. Pido a Dios esa gracia para poder hablarles a los de mi pueblo”.

¿Algún mensaje final para los lectores?

“Quiero enfatizar que lo más que me ha ayudado es la visita a solas a Jesús sacramentado. Esa acción le va descubriendo y destapando el alma a uno. Sin saber y hasta sin querer vamos viendo los caminos preparados para nosotros. No importa el pecado en el que haya caído ni donde haya estado, tengamos presente que Dios no está buscando santos, sino pecadores.  Esas experiencias nos ayudan a hablar y dar testimonio. Necesitamos mucha gente convencida, con verdadera fe de lo que es amar a Dios de verdad, no tan sólo de palabra. Eso lo he encontrado visitando al Santísimo.

Además, como salesiano que soy y devoto de San Juan Bosco me gustaría hacer algo por los jóvenes. A ellos les digo que el mejor reto, el mejor artista, el mejor cantante o el mejor deportista no tiene comparación con Jesucristo. Él lo reúne todo y es lo más grande que pueden encontrar. Debemos tener cuidado de perdernos admirando las creaturas y olvidarnos del creador. La plenitud solamente la encontramos en Dios y en nuestro modelo, Jesús que es el camino, la verdad y la vida. Quisiera que los jóvenes realmente volvieran la mirada a Dios y dejaran el camino del mundo.

Finalmente quiero dar mis más expresivas gracias a nuestro Obispo, Monseñor Álvaro Corrada Del Río y a su grupo de maestros por dar lo mejor de sí con educación de calidad, y por impulsar el diaconado que le da fuerza y vida a la Iglesia en este momento histórico que vivimos”.

Leonel F. Oramas Pacheco

Oficina de Medios de Comunicación

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