(Misión diocesana, Plaza de Aguada, 28 febrero)
El ser humano desde su inicio en esta vida, ha sido bendecido por medio de los sacramentos; siendo bautizados por el Espíritu Santo en la frente, perdonados por las faltas cometidas de mente y corazón, llenos de gracia por medio del cuerpo y sangre de Cristo, y confirmados para caminar y llevar el Evangelio a todo lugar; por tal razón “somos bendecidos de pies a cabeza”.
Y es que Dios no nos bendice en proporciones, ni por tiempo limitado; Dios nos bendice completamente y plenamente como nos dice el libro de los Efesios 1, 3: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo”. Donde nos menciona que desde siempre NOS HA BENDECIDO.
Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma (CCE 301). (No nos deja solos) A pesar de darnos el ser y el existir, nos mantiene a cada instante (vida, razón y con un propósito de vida). Y reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza:
Sab 11, 24-26: “Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho. Y ¿cómo habría permanecido algo si no hubieses querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado? Mas tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida”.
La creación fue la obra del amor de un padre, y ese padre ama a todos sus hijos. Él es el Señor que “ama la vida. Dios ama a todo lo que hizo. (De ahí sabemos que el pecado no fue creación suya, y que aborrece el pecado). Nos ama siendo pecadores, a pesar de que le damos la espalda. De esa manera es que podemos comprender que somos nosotros los que nos alejamos de Dios, cuando caemos en pecado”. Y es por esa razón, por ese amor a nosotros, siendo nosotros pecadores que en 1 Jn 4, 10 nos dice Dios por medio de Juan que: “Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, si no que Él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados”.
La diferencia es el punto de inicio, está en que Dios fue el primero. Y por medio de ese amor ágape (amor a donarte, el darse), sobrenatural envió a su Hijo para que nos mostrara ese amor del Padre y el acto máximo de amor, morir por nosotros en la cruz. Y ese amor ágape que el Espíritu Santo es el que puede poner en nuestros corazones, y que solo el Espíritu de Dios puede hacer real en nosotros; es el amor que nace de Dios, y solo el Espíritu de Dios puede capacitarnos para extender este amor a otros.
Esta Cuaresma debemos verla no con tristeza por el hecho de que Jesús muere por nosotros; si no, que hay que verla con amor, sabiendo que este sacrificio fue un hecho consciente y sin duda alguna para salvarnos y mantener esa gracia unida con el que nos amó primero.
(Jonathan García )