En todo momento la debilidad humana subraya nuestra condición terrenal. La tendencia a socavar los bienes de todos y las arcas comunes se hace usual al enfrentarse con la realidad de los tesoros que atraen por arte de magia, por su imán, por su poderío. Se cae fácilmente en la codicia ante el gusanillo del tener que es invasivo y justificador de toda acción con ribetes de corrupción.

La manía contemporánea de ascender en la escala del mollero económico lleva a muchos a perder la ruta de la observancia moral y a suplir el corazón con ganancias de toda índole que son paradisíacas, pero resbaladizas para la economía. Acumular tesoros, basados en la injusticia, es una mueca al Dios justo y al prójimo que atraviesa por calamidades o llora a la vera del camino.

La práctica de la fe cristiana y la observancia de la ley de Dios no pueden reducirse a pura melancolía religiosa. Los que impugnan la doctrina social de la Iglesia se escudan en “la iglesia no puede meterse en política” como si se tratara de una intervención inadecuada o de un asunto de poca monta. Cada documento eclesial tiene el propósito de esclarecer la moral social y así proyectar luz para que, a través de una solvencia moral, el ser humano no caiga desplomado ante las riquezas y el poder.

No se puede adorar al dinero, ni a la oculta compensación, porque tarde o temprano se caerá en abismos mayores. La transparencia y la justicia distributiva son aliados de toda sana administración pública que se impone por su miel y sus aliados. No es lícito ascender a un puesto público sin ahuyentar el egoísmo y el nepotismo que rondan por los pasillos como huéspedes caprichosos a merced de los señores del poder.

Es indispensable el coloquio con la verdad y la justicia para poner coto a toda insinuación de prebendas y beneficios a costas del bien común. Todo derecho, toda labor gubernamental debe ser apadrinada por el mérito y por toda la elegancia empresarial para aquellos a quienes se sirve con diligencia, amor y sacrificio. No es bueno despilfarrar el erario público y permitir así que sólo quede una ración pequeña para las próximas generaciones.

Los que se amparan en la justicia notan que todo alrededor florece. La equidad resplandece y los que se visten de ovejas siendo lobos pronto son atraídos por esa actitud que hace mucho con poco, que da el máximo para el bien de todos.

La digna administración de los bienes comunes reverdece en esperanza. Nadie puede lucrarse con los recaudos comunes porque se vuelven mustias las flores del hoy y del mañana.

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