La palabra “nuestro” se refiere aquí a los ministros que Cristo y su Iglesia han puesto al frente del pueblo de Dios. Callar o paliar las verdades claramente enseñadas por la Biblia y la Tradición (con mayúscula) constante de la Iglesia es no sólo torpedear nuestra sagrada misión, sino también exponer a nuestro pueblo a la condenación eterna. Hemos de amarles con ternura, y respetar total y escrupulosamente sus derechos. Pero silenciar o “endulzar” ciertas verdades, que en sí son duras, no es tolerable.

Unidad e indisolubilidad del matrimonio

La unidad e indisolubilidad del matrimonio, tanto del natural como del cristiano, es una de las grandes verdades que la Iglesia de todos los tiempos ha enseñado. Y matrimonio quiere decir la mutua entrega de por vida de un hombre y de una mujer, tendiente a la fecundidad y al consuelo y disfrute mutuos (Catecismo 2366). Es Dios quien ha establecido esto, y la función a la que la diversidad de los cuerpos está llamada. Las “uniones” de hombre con hombre o de mujer con mujer, son tan aberrantes como sucias. Tales uniones ya estaban condenadas en el Antiguo Testamento (Génesis 19, 1-29), y lo están también en el Nuevo: (Romanos 1, 24-27; I Corintios 6, 9-10; 1 Timoteo 1, 10). Si de verdad existen tales tendencias naturales en algunas personas, lo que deben hacer, por su propio honor, es silenciarlas, y pedir al Señor la fuerza necesaria para no ofenderle. Por nuestra parte, no tratemos de “comprender” tales situaciones y callarlas es una cobardía incalificable.

Otros enemigos del santo matrimoni
o

Otros enemigos del matrimonio son el adulterio, el divorcio, el incesto, la unión libre y concubinato, la poligamia y las relaciones sexuales pre-matrimoniales. Pues no hay espacio para referirme a todos esos enemigos mortales del matrimonio, me voy a limitar al divorcio.

El divorcio es la rotura total y permanente de un matrimonio legítimo. Es una de las grandes calamidades de estos tiempos y es tan general, que se dice que en algunas naciones los divorcios superan ya a los matrimonies legítimos.

El divorcio va contra la indisolubilidad del matrimonio consumado. Es una doctrina claramente enseñada por el buen Jesús en San Mateo 19, 4 y siguientes: “[…] el Creador, desde el comienzo los hizo varón y hembra, […] el hombre se unirá a su mujer, y serán una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. LO QUE DIOS HA UNIDO, QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE”. Más claro, ni el agua.

Para los casos en los que la convivencia matrimonial ha llegado a ser imposible, la Iglesia puede legitimizar las separaciones “en la mesa y en la cama”. Pero si la rotura es seguida de una segunda unión, la parte que así lo haga entra en una situación de pecado mortal, cuyo final es el infierno. El adulterio que comete(n), ha sido siempre considerado como uno de los tres grandes pecados, siendo los otros dos la apostasía o negación de la fe y el suicidio o asesinato.

¿Dura esta doctrina? Sí, y mucho; pero es la doctrina de Cristo. De nuevo me atrevo a repetir: silenciarla o endulzarla, es traicionar nuestra misión, y ayudar al pueblo a nosotros confiado por el Maestro, a condenarse.

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