Los cristianos y cristianas nos reunimos cada semana y con alegría acogemos la buena noticia de Dios. Hoy vuelve a insistirnos el Evangelio, sobre todo, en una convocatoria seguida de un llamado. La semana anterior veíamos una que nos presentaba a los discípulos creciendo en conocimiento de Jesús y animando a otros a seguirle. Hoy Jesús va marchando y mirando al corazón y convocando de una manera especial. Aunque a simple vista parece una respuesta un tanto automática, la respuesta nos confirma que tocó de una manera especial el corazón e hizo que dieran un giro a sus vidas.
Acerquémonos a la Palabra de esta liturgia y hagamos de este domingo uno que nos recuerde que sigue hoy Jesús llamándonos, pues existe una gran tarea por realizar, y que dicha convocatoria es todo un don de amor del mismo Jesús.
La Primera Lectura nos recuerda un personaje que siempre recordamos, y este es Jonás. Su anuncio llevó a los habitantes de Nínive a la transformación: la escucha del mensaje de Dios provocó el cambio de vida de aquella población. Y aunque Jonás se molestó por no haber destruido la ciudad (esto no está en el texto litúrgico), el Señor le recuerda que Él es un Dios de misericordia y de perdón.
Salmo Responsorial (Sal 24) Señor, enséñame tus caminos.
Este hermoso salmo recoge la súplica del que quiere seguir a Dios pero le cuesta mantener el camino hacia Él. Es claro que reconoce su miseria, pero también tiene claro que ha puesto su corazón en un Dios de misericordia y lealtad. Por eso insiste en que “tu ternura y tu misericordia son eternas”, y siendo esto así está seguro de contar con la presencia de Aquel que le “enseña el camino a los pecadores”.
En la Segunda Lectura San Pablo ofrece unas recomendaciones a los habitantes de Corinto. Lo más apremiante es el reino de Dios; ante esto, todo pierde valor. Por eso ante la realidad que cada uno vive, “los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; los que están alegre…” tiene un valor relativo pues lo importante es el reino que viene y lo mejor está por llegar.
El Evangelio de hoy comienza recordándonos el inicio del anuncio del Evangelio: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio». El Reino de Dios se inaugura en medio del pueblo. Es en este marco en el que se da el anuncio de Jesús, en el que Él convoca a sus discípulos. Este rompe con la costumbre de que los discípulos escogen al maestro; aquí el Maestro convoca a los suyos: los haré pescadores de hombres (utiliza la labor de los llamados para indicarles de qué se trata la misión). La forma de convocatoria hace de los pescadores otra cosa; serán discípulos, iniciando así todo un nuevo proceso de vida.
La liturgia de hoy nos recuerda a todos que existió, y existe, una gran urgencia de hacer un llamado a todos de que el Reino de Dios está en medio de nosotros. Un nuevo modo de vivir, de construir, de hacer de la vida algo nuevo y que esto propicie los nuevos valores del Reino.
A partir de este momento, el egoísmo, la muerte, las leyes sin sentido, el rencor, entre otros, tendrán que ser transformados por generosidad, disponibilidad, por solidaridad; y las leyes deberán tener como elemento constitutivo el amor. Es así que tendremos que mirar, como señalo en el título de este escrito, que la convocatoria que se nos hace es un don de Dios; regalo de su amor que se fijó en nosotros para hacernos sus discípulos. Es además una tarea que no podemos rechazar, es urgente que llevemos a la conciencia de cada hombre y mujer, la buena noticia de Dios. Asumámosla con alegría y esperanza.