La Palabra: campo semántico
Lingüísticamente tiene dos elementos: un lexema (car-) y un sufijo de abstracción (-idad: utilidad, mentalidad, trinidad…).
El concepto: Dios es caridad, Dios es amor
El concepto nace del mismo Dios: Dios es caridad (1 Jn 4, 8). ¿Cómo? Y uno tiene que adentrarse en la misma esencia del Dios Trino; más en concreto en aquella cuestión que los teólogos llamaban las procesiones. Dios engendra eternamente a su Hijo por una actividad intelectiva. Por eso a la segunda persona de la Santísima Trinidad se le denominará después el Logos, el Verbo, la Palabra. La complacencia en lo bien hecho y bien reflejado de su esencia por esta expresión, Palabra, constituye la segunda operación trinitaria, la volitiva: El Padre ama al Hijo porque es el fruto de su actuar; el Hijo ama al Padre por ser reflejo de su esencia. Ese amor de una pieza, que procede del Padre y del Hijo, constituye la tercera persona de la Santísima Trinidad; se llama Espíritu Santo y no deja espacio a la multiplicidad.
Cuando S. Juan dice que Dios es caridad debemos, pues, entender que sus tres personas se quieren en una fuerza unitiva tal del amor, que forman una sola esencia. No son tres Dioses, que viven en armonía; mucho menos que viven a la greña, como pasaba en las mitologías clásicas, en que los dioses y las diosas, dando rienda suelta a los más bajos instintos que bullen en la condición humana, demostraban lo lejos que se encontraban de la verdadera esencia de Dios. Acercarnos a ella es intentar tocar el punto clave del misterio de la Trinidad.
“Entendamos a Dios si podemos y en cuanto podamos”, dice S. Agustín en su libro de Trinitate: “Bueno, sin calidad; grande, sin cantidad; creador, sin necesidad; presente, sin sitio; posesor de todo, sin alforja; en todas partes, sin lugar; eterno, sin tiempo; capaz de cambiarlo todo y él inmutable; impasible. Quien así piensa de Dios, aunque no haya averiguado qué es, piadosamente escapa, en cuanto puede, de pensar de él lo que no es”. Dios Padre ama a Dios Hijo y viceversa; este amor mutuo es consustancial y no sale de la misma naturaleza de Dios sino que se perfecciona en ella misma. Por eso Dios es amor.
La creación
Hemos intentado mirar a Dios desde dentro y en él hemos visto el amor. Miremos a Dios hacia afuera y encontraremos la segunda razón por la que Dios es amor: la Creación. Dios quiere que otros seres participen de su esencia y decide crearlos. Es más, ese querer (amar) que otros seres reflejen lo que él es ya supone la decisión y la acción de crear. Y el hecho de crear entre tantos seres uno a su imagen y semejanza es para nosotros, los hombres, el motivo más expresivo y más profundo de nuestro agradecimiento y de nuestra correspondencia; lo cual también sería amor, nuestro amor, con todas las limitaciones y con todas las consecuencias.
Pero, ¿cuál ha sido la reacción de ese ser, imagen suya? Y habrá que leer los primeros capítulos del Génesis para encontrarnos con el absurdo del pecado. Absurdo por la imprudencia de Eva aceptando el diálogo con el tentador, aunque sea para descubrirle su mentira: “No nos ha dicho Dios que no comamos de ningún árbol; solo de este”. Absurdo por la omisión de Adán que no quiso utilizar la primera de las facultades que le asemejaba a Dios: la inteligencia. Era más cómodo morder la manzana del egoísmo y de la despreocupación. Absurdo sobre todo por la disculpa no aceptada: “¡Yo no, la mujer!”. Y ella: “¡Yo no, la serpiente!”.
La Redención
Y aquí el tercer motivo de reconocimiento al amor de Dios: la Redención. “Pongo enemistades entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo; este aplastará tu cabeza”. Y en la realización de todo esto, ¡cuánta delicadeza, cuánta ternura, cuánto amor de la parte de Dios! La encarnación; el Hijo que se hace hombre en María; la cruz; la Resurrección. ¡Cuántos detalles en las páginas del Evangelio! Y para perpetuarlo la Iglesia, los sacramentos… hasta el fin de los tiempos… “el poder de las tinieblas no prevalecerá”…
El amor de Dios nos rodea por doquier; queramos o no. La Iglesia es la depositaria de este amor y de todas sus manifestaciones la vida religiosa y sacerdotal es, por institución, la que debe llevar el testigo de la respuesta amorosa a Dios. Los tres votos son una obligación voluntaria de esta respuesta.
El amor de Dios se nos ha transmitido por su hijo Jesucristo. No me voy a detener en analizar el himno al amor que expone S. Pablo en la primera a Corintios (La caridad es paciente, no busca lo que es suyo…) ni el canto de S. Juan en su primera carta (el que ama está en Dios, porque Dios es amor…), que los considero de sobra conocidos por todos. Ni voy a dedicarme a hacer un tratado teológico de la caridad.
P. Isaías Revilla, OSA.
(Continuará)