Con gran alegría os disponéis a celebrar el centenario de la presencia de los carmelitas en Puerto Rico. Efectivamente, a lo largo de todo 1919 se fueron realizando las gestiones para que la Orden pudiera establecerse en esta hermosa isla, y en mayo de 1920 llegaron al puerto de San Juan los primeros seis carmelitas que comenzarían poco después su labor pastoral en las pequeñas islas de Vieques y Culebra. Es verdad que ya había habido alguna presencia carmelita en Borinquen: dos Obispos carmelitas españoles en el siglo XVII y, sobre todo, el monasterio de Carmelita contemplativas de San Juan fundado en 1651 y que -pese a la distancia y pese a tratarse del único monasterio en esta parte del mundo- se mantuvo siempre muy unido a la Orden. No obstante, podemos considerar esta fecha (1920) como el inicio de una presencia estable de los religiosos y el inicio de una hermosa historia de servicio al pueblo de Dios en esta tierra bendita.
Por ello, quisiera en primer lugar felicitar a toda la familia carmelita puertorriqueña por estos cien años de historia. Una de mis convicciones personales más profundas tras estos años como Prior General de la Orden del Carmen es que Dios bendice siempre la generosidad. A nosotros nos gustaría una retribución inmediata, pero Dios tiene sus tiempos y sus ritmos y la bendición no llega ni cómo ni cuándo nosotros queremos. Hoy estamos recogiendo en Puerto Rico y en la República Dominicana el fruto del trabajo -muchas veces callado, anónimo, poco aparente- de tantos hermanos que, a lo largo de estos cien años, dejaron allí, en estas naciones hermanas y tan queridas, su esfuerzo y dedicación, su ilusión, sus sueños y proyectos, los mejores años de su vida…
En este centenario queremos mostrar una profunda gratitud a Dios que ha movido con su gracia esta historia; a María, la Virgen del Carmen tan querida en Puerto Rico, Nuestra Madre y Hermana como nos gusta llamarla a los carmelitas desde tiempos inmemoriales; a los carmelitas que han desarrollado su apostolado […]; a todos los colaboradores, voluntarios, benefactores, catequistas y amigos de los carmelitas, sin los que no habría sido posible llevar a cabo esta labor […]. En definitiva, hoy nuestros corazones rebosan agradecimiento y, con mucha humildad, pero también con un sano orgullo de familia, decimos ¡Gracias!
Pero celebrar un centenario debe ser no solo un motivo de gratitud, sino también un acicate que nos ayude a afrontar nuestro presente con energías renovadas y a mirar al futuro con generosidad e ilusión. En la teología sacramental se habla mucho de la “dinámica anamnética”, es decir, conmemorar, y traer (de forma celebrativa) un pasado salvífico al presente para que este nos proyecte al futuro. El ejemplo de aquellos seis primeros carmelitas que en 1920 partieron para Puerto Rico nos invita a renovar nuestra audacia misionera, nuestra ilusión y nuestra creatividad en estos tiempos nuestros complejos y también fascinantes. Debe ser también un momento de renovación, un tiempo de discernimiento y evaluación para que el Carmelo puertorriqueño pueda seguir siendo un signo de la ternura y la misericordia de Dios hacia todo y para que el carisma carmelitano siga siendo significativo.
En este sentido, hemos solicitado a la “Penitenzieria Apostolica” que les sea concedida a las cuatro parroquias carmelitas de Puerto Rico la posibilidad de lucrar la indulgencia plenaria, siempre con las debidas disposiciones personales requeridas. La indulgencia no debe ser vista como algo mágico, sino como una invitación exigente de conversión y de vida cristiana auténtica. Sin duda, se tratará de una buena ocasión para renovar nuestras vidas y acercarnos a la gracia divina. Se tratará en definitiva de una buena forma de comenzar el segundo centenario de la presencia carmelita en Puerto Rico y se seguirá haciendo historia. […]
A partir del 2020 la historia debe continuar. Con un ánimo renovado y con nuevas ilusiones, el Carmelo puertorriqueño debe seguir avanzando, y abriendo nuevos caminos de evangelización. Bien arraigados en el Evangelio y en el carisma carmelitano, con la ilusión y la generosidad de quien siente su vocación como un don, desde una fidelidad creativa, construyendo día tras día nuestra familia carmelitana… el Carmelo de Puerto Rico seguirá siendo un signo de la ternura y de la misericordia de Dios.
Nota: Para la versión completa, acceder a: www.elvisitantepr.com
Fernando Millán Romeral, O. Carm,
Prior General