Todo lo acontecido en los últimos días es muestra fehaciente de nuestra vulnerabilidad. El afán por ser dioses y exhibir un comportamiento de éxitos rotundos ha sido anulado por el Coronavirus, los tornados en el sur de los Estados Unidos, el hambre en el mundo. Ante la debacle de miedos y lágrimas, nos queda ampararnos en la fe de los siglos, en la resurrección gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo.

La resurrección de Cristo es un hecho de fe, una convocatoria a creer más allá de la constatación humana, del sepulcro vacío. La victoria del Resucitado amplía el horizonte de luz y ofrece una respuesta adecuada al dolor cósmico que es una realidad que desborda en premisas vivas para un mundo marcado por los contrastes apocalípticos.

La lección universal está dada, una parábola en la pizarra del poder y la auto-suficiencia. La riqueza como ideal supremo, con migajas para el pobre Lázaro, crea el desequilibrio mayor e insertó el Virus de la pandemia injusticia por todas partes. En el momento del grito de la naturaleza, o en el estruendo de misiles, los más afectados son los marginados, los que carecen de un estatus social.

Aunque siempre habrá una lágrima que enjugar en el mundo, conviene remediar el llanto desde la perspectiva de la fraternidad. No hay soluciones mágicas, ni remedios científicos, ni siquiera caseros, para el misterio de vivir y morir. “Todo hombre es mi hermano”, esa consigna sanadora, sirve como atajo a la mente para que no se disloque en controlar la libertad y los derechos de tantos sometidos al abuso.

Una educación, con blindaje de amor y compañerismo servirá de andamiaje para tocar cielos nuevos. La lección básica no puede estar sumergida en las aguas del tener, del consumir, de mirar y dejar pasar. Exponer los contratos vivenciales ejerce un poder transformador, una apertura a la abundancia y a la escasez que determine la estabilidad emocional ante los fenómenos que desestabilizan la mente y el corazón.

Hasta ahora, la sofisticación de la vida con sus ritmos materialistas, ha transformado al ser humano en mero espectador de su vecindario, olvidando la manifestación de la naturaleza. Entrelazar las realidades vivas será siempre un convencimiento adecuado, una contribución a la vida en el planeta tierra.

Siempre vulnerables, con un sentido de solidaridad, será la forma de hacer frente a la vida con los contratiempos de ayer y de hoy.

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