La Iglesia, aparentemente envejecida, cansada, por lo menos en la mayoría de sus miembros, está llamada, paradójicamente, a una nueva juventud, a mantenerse como esa “virgen pura” que el Apóstol Pablo espera presentar a Cristo, el “único esposo” (2 Cor 11, 2). Nos preocupamos mucho por el alejamiento, la descristianización de nuestras tierras de América y del Caribe, antiguamente cristianas y mayormente católicas. Situación que llamamos erróneamente “crisis de la fe”, que puede ser quizás más una crisis de esperanza, antes de ser una crisis de fe como tal. Además a eso, como si no fuera suficiente, la crisis económica y socio-política, la violencia que genera el mercado de la droga, el disfuncionamiento de la familia, el individualismo y el afán a la ganancia, la corrupción en las estructuras gubernamentales, la pobreza, son algunos de los problemas sociales que la Nueva Evangelización está enfrentando en distintas partes del mundo, especialmente en nuestras tierras antiguamente católicas del subcontinente Latinoamericano. En este túnel oscuro que nos desespera a veces cuando nuestras “técnicas pastorales” no dan los resultados esperados, estamos tentados por la fuga, la negación o el desánimo. Mientras está brillando por nosotros la luz de una nueva esperanza, tal vez nuestra ceguera pastoral no nos permite reconocerla todavía. Nuestra juventud católica practicante es portadora de esa nueva esperanza que quizás no sabemos percibir, valorar y acompañar adecuadamente.

Durante la primera semana del mes de junio, cuando en la Iglesia estábamos celebrando la Solemnidad de Pentecostés, en nuestra parroquia Santiago Apóstol e Inmaculada Concepción de la “Isla Nena”, recibimos a unos 15 jóvenes llenos de vida y de esperanza, motivados y firmes en su fe;  jóvenes que no se rinden ante la crisis del país y a los cambios de paradigmas sociales. Vinieron a traer vida, sonrisa, esperanza, presencia. Llegaron para dar ese calor humano que tanto hace falta a nuestros envejecientes, pobres, enfermos, marginados y olvidados. Este “pentecostés en acción”, nos pregunta: ¿Cuántas veces, nosotros los cristianos pasamos de largo para no ver ni escuchar tantos gritos de dolores y sufrimientos de los crucificados de la vida? Sepan pues, que existen en nuestro entorno unas tierras de misión, aunque sean para nosotros como si fueran en los confines de la tierra. Aun así, es a estas tierras que Jesús nos envía. Tierras de misiones urgentes son nuestros enfermos, ancianos, pobres, abandonados, niños maltratados y abusados, adictos, deambulantes y descarriados. ¿Qué he hecho como cristiano para adelantar el Reino de Dios en mi entorno y para construir la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo? Como bautizado, ¿cómo estoy participando en la misión salvadora de Jesús, siendo testigo vivo del amor y de la misericordia de Dios?  Este es el desafío que nos plantea la visita de estos jóvenes, por medio de su acción misionera en Pentecostés.

Llegaron de la parroquia San Martín de Porres y Ntra. Señora del Carmen  del barrio Cotto de Arecibo. Formados y apoyados por las hermanas Siervas de María, con el permiso de sus respectivos párrocos y en coordinación con la Pastoral de la Salud y de la Tercera Edad de nuestra parroquia, se acercaron  a la miseria infrahumana de los envejecientes, enfermos y abandonados que viven en la precariedad o en la necesidad de un abrazo, una sonrisa, una presencia… no necesariamente la necesidad de dinero o de comida. Fue para ellos y para nosotros un verdadero nuevo Pentecostés. Ese Pentecostés que fue como un puño en los pechos de los apóstoles para que salieran de su miedo y comodidad y fueran a pregonar el Evangelio, siendo testigos del amor y de la misericordia de Dios, manifestados en la Cruz de Jesús y su resurrección de entre los muertos. Los jóvenes misioneros trajeron, productos de limpieza, vehículo de carga con cajón para depositar basura, todas las herramientas necesarias para limpiar patios y casas. Fuimos, no a predicar con palabras, sino con obras, siendo manos de Dios que consuela, alivia, cura. Una vez más, este nuevo Pentecostés nos permitió descubrir nuevas tierras de misión en nuestro entorno.  Encontraron situaciones inesperadas, pero fueron capaces de enfrentar hábilmente tales circunstancias y organizar las tareas, tomar decisiones rápido y valorar el liderazgo que surgió dentro el grupo ante cada situación encontrada. Desde esta experiencia, queremos decirles a todos los grupos de jóvenes católicos del país (interesados en misión humanitaria) que nuestra parroquia de la “Isla Nena” está abierta a la misión. Nosotros, también estamos dispuestos a salir de nuestra comodidad para vivir tales experiencias de misión en el país, fomentando comunión eclesial, fraternidad y unidad en el amor.

Es esta experiencia viva de Pentecostés, lo que significa una Iglesia renovada en sus miembros, revestida del Espíritu Santo, que sale al encuentro de los demás para llevarles esperanza, eso es lo que hemos celebrado en la Vigilia y la Solemnidad de Pentecostés. Por la gracia del Espíritu Santo, los Apóstoles son entendidos por gentes de las más diversas procedencias y lenguas. El Espíritu Santo es el maestro interior que nos guía hacia la verdad, nos mueve a obrar el bien, nos consuela en el dolor, nos transforma interiormente, dándonos una fuerza, una capacidad nueva. Es la Iglesia nacida en Pentecostés, la misma que estamos llamados a construir y que la Juventud Católica del país es vanguardista. Pues, en varias experiencias de misión con jóvenes católicos del país, nos dejaron tremendas huellas de fe, esperanza y caridad. Nuestros jóvenes católicos son la levadura y el futuro de nuestra Iglesia misionera.

(P. Jean Julien Augustal)

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