(Homilía del Jubileo de la Catequesis en Santa Teresita el 25 de septiembre)


Hoy, nos encontramos nosotros, todos y todas aquí, evitando un apagón, el peor de todos: el apagón de la fe, el apagón de la luz de Cristo que por siglos ha iluminado esta bendita tierra con la claridad de la verdad, de la fe, y del amor. Si la luz de fe se apaga, si ya el Evangelio no inflama nuestros corazones, si la Palabra de Dios ya no viene para nosotros en formas de llamaradas, estamos destinados a vivir en un Puerto Rico eclipsado.

Queridos catequistas, no permitan que se apague la luz que ha iluminado nuestra cultura y nuestra Patria desde sus orígenes; trabajemos juntos para prevenir los apagones de la fe.

¡Solo iluminados por Cristo podemos avanzar en un mejor Puerto Rico, justo, hermanado, solidario, caritativo y misericordioso!
Ahora mismo, aunque colapse el sistema eléctrico en este lugar, jamás se quedaría oscurecido porque ustedes son luz de Cristo, una luz que hace brillar cualquier noche, aún las porciones más oscuras del alma cuando las iluminan con la Palabra de Cristo, de la verdadera zarza ardiente que enciende al corazón humano que se debe penetrar por la luz del resucitado.

La catequesis ha sido esa llamarada que ha iluminado tantos corazones infantiles, jóvenes y adultos. Y ustedes que se abren al Misterio de Cristo, queridos catequistas, son antorchas vivas y vivientes que hacen arder el corazón humano por amor a Cristo.

Yo, a nombre de la Iglesia arquidiocesana, quiero darles gracias porque sin ustedes, sin su compromiso y colaboración, sin su “sí”, su fiat, el anuncio del Evangelio, la obra de evangelización sería muy reducida en nuestro querido Puerto Rico.

Jesucristo fue el catequista por excelencia. Catequizó por lo que hizo y por lo que no hizo; catequizó con la palabra hablada y la palabra callada; catequizó a tiempo y destiempo; en la alegría y en el dolor; con los judíos y los gentiles, desde el madero del pesebre hasta el madero de la cruz, en su sepulcro, resurrección y ascensión; catequizó a ricos y pobres, a publicanos y pecadores, ancianos, mujeres, hombres, niños y niñas. Catequizó sobre todos los temas: la dignidad de cada ser humano, la familia y el matrimonio, la vida, la muerte, la justicia, la paz y la opción preferencial por los pobres, la salud, la verdad, la salvación, el cuidado de la creación, y sobre la necesidad imprescindible del amor, el perdón, la misericordia, la caridad, la solidaridad, el prójimo y el perdonar a nuestros enemigos.

Jesús catequizó porque el mundo en que él vivió necesitaba catequesis. También sucede lo mismo con nosotros. Queridos catequistas, el mundo los necesita porque necesita ser catequizado. Puerto Rico los necesita a ustedes porque necesita una catequesis continua. Puerto Rico necesita catequistas a imitación de Cristo. ¡Seamos catequistas a imagen y semejanza de Cristo!

En el Evangelio de hoy Jesús nos catequiza mediante una de sus parábolas más conocidas: sobre Lázaro y el rico epulón. Ambos protagonistas son figuras en contrastante. Uno es rico en lo material el otro en necesidad; uno es pobre en los espiritual el otro, en lo material. A ambos los separaba un abismo humano, un abismo espiritual, un abismo que aún existe en nuestros tiempos, el abismo de la desigualdad social.

Aunque Lázaro y el rico son dos caras de una misma moneda, son rostros completamente distintos: el rostro de uno es el de la opulencia, de la indiferencia, de la ceguera espiritual, mientras que el rostro del otro, de Lázaro, es el rostro del que sufre, del que padece, del miserable y víctima de las injusticias, del que nunca cuenta en la sociedad; es el rostro del excluido, del marginado, es el rostro tan visible en los tiempos de Jesús como en los tiempos nuestros, es el rostro de tantas personas que no tienen techo, ni comida, ni agua, ni trabajo; es el rostro de muchos puertorriqueños y puertorriqueñas, el rostro de hermanos y hermanas vecinos dominicanos, haitianos, o de Centroamérica, Suramérica, África, países de Asia, o el Medio Oriente, entre otros.

Comentando sobre esta parábola dijo con una claridad verbal, el Papa Emérito, Benedicto XVI:

El rico personifica el uso injusto de las riquezas por parte de quien las utiliza para un lujo desenfrenado y egoísta, pensando solamente en satisfacerse a sí mismo, sin tener en cuenta de ningún modo al mendigo que está a su puerta. El pobre, al contrario, representa a la persona de la que solamente Dios se cuida: a diferencia del rico, (el pobre) tiene un nombre, Lázaro, abreviatura de Eleázaro (Eleazar), que significa precisamente “Dios le ayuda”. A quien está olvidado de todos, Dios no lo olvida; quien no vale nada a los ojos de los hombres, es valioso a los del Señor. La narración muestra cómo la iniquidad terrena es vencida por la justicia divina: después de la muerte, Lázaro es acogido “en el seno de Abraham”, es decir, en la bienaventuranza eterna, mientras que el rico acaba “en el infierno, en medio de los tormentos”. Se trata de una nueva situación inapelable y definitiva, por lo cual es necesario arrepentirse durante la vida; hacerlo después de la muerte no sirve para nada. (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret (I), Planeta Chile 2007, 253-60)

Es importante aclarar que Jesús no condena toda riqueza ni santifica toda pobreza. Como decía San Ambrosio al comentar esta parábola: “…a la verdad, no toda pobreza es santa, ni toda riqueza reprensible, sino del mismo modo que la lujuria contamina las riquezas…” (San Ambrosio, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas (I), L.8, 13-20, BAC Madrid 1966, pág. 481-86)

Jesucristo, en esta catequesis de hoy nos hace un llamado a todos y a todas, a luchar contra las miserias del mundo que solo un corazón mezquino ha de crear y un mundo ciego ha de tolerar. El rico de este evangelio no se refiere únicamente a personas, sino pueden ser gobiernos, bonistas, acreedores, sistemas bancarios y económicos injustos que sólo los mueve el lucro y cierran sus ojos ante los pobres y las miserias del mundo.

Necesitamos una catequesis que nos abra los ojos para ver una miseria que nos haga misericordiosos, para ver un dolor humano que nos haga compasivos, y para ver una desigualdad que nos haga solidarios. Necesitamos una catequesis, como decía el beato Papa Pablo VI que permita que el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico[i]. En Puerto Rico urge una catequesis como la del Evangelio de hoy, donde no nos ceguemos ante los que sufren, antes los que pierden su empleo, los que no tienen que comer, ni pagar por sus servicios básicos.

Necesitamos una catequesis que abra los ojos de la comunidad internacional ante los pobres, los miserables, los llagosos que son lastimados por las bombas y los edificios destruidos en Siria, en la ciudad de Alepo que sigue siendo bombardeado y las personas no tienen ni comida ni agua, donde toda una ciudad solo tienen los rostros de los lázaros condenados al hambre y al sufrimiento por las cegueras humanas. ¡Cuán necesario es orar por ellos!

En la mañana de hoy leí una noticia en el internet que me conmovió mucho. Se trata de un grupo de niños y niñas de Aleppo que están organizando una Jornada de Oración por la Paz en Siria para el próximo 6 de octubre. ¡Niños y niñas que están viendo entre ruinas, que no pueden ir a la escuela, que han perdido seres queridos a la lluvia de bombas sobre sus casas! ¡Unámonos a su oración, a su dolor y a su esperanza!

También estoy consciente de que tenemos hermanos y hermanas catequistas en nuestras parroquias que viven en la pobreza, que a veces no tienen con qué pagar la luz o suficientes alimentos. Sin embargo, continúan ofreciendo sus servicios como catequistas con mucha entrega y alegría. Continúan compartiendo la Luz de Cristo y el Pan de su doctrina. Agradezco profundamente su compromiso y testimonio. Solo puedo añadir que también estamos a sus órdenes.

Al concluir, quisiera decirles una vez más que aprecio sus esfuerzos que contribuyen mucho a fortalecer la fe del pueblo de Dios que peregrina en tierras borincanas.  Un nuevo Puerto Rico comienza desde ustedes, porque de su boca “vuelve a resonar siempre el primer anuncio: «Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte». (Evangelii .Gaudium 164). Que Dios les bendiga y proteja ahora y siempre. Gracias por ser ecos de Cristo. Ustedes son tesoros de la Iglesia y de nuestra Patria! Aplauso para ustedes.

[i] No se trata sólo de vencer el hambre, ni siquiera de hacer retroceder la pobreza, el combate contra la miseria, urgente y necesario, es insuficiente. Se trata de construir un mundo donde todo hombre, sin excepción de raza, religión, o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de parte de los hombres y de una naturaleza insuficientemente dominada; un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico (cf. Lc 16, 19-31). Ello exige a este último mucha generosidad, innumerables sacrificios, y un esfuerzo sin descanso. A cada uno toca examinar su conciencia, que tiene una nueva voz para nuestra época. ¿Está dispuesto a sostener con su dinero las obras y las empresas organizadas en favor de los más pobres? ¿A pagar más impuestos para que los poderes públicos intensifiquen su esfuerzo para el desarrollo? ¿A comprar más caros los productos importados a fin de remunerar más justamente al productor? ¿A expatriarse a sí mismo, si es joven, ante la necesidad de ayudar este crecimiento de las naciones jóvenes? (Encíclica, Populorum Progressio, n. 47)


[1] No se trata sólo de vencer el hambre, ni siquiera de hacer retroceder la pobreza, el combate contra la miseria, urgente y necesario, es insuficiente. Se trata de construir un mundo donde todo hombre, sin excepción de raza, religión, o nacionalidad, pueda vivir una vida plenamente humana, emancipado de las servidumbres que le vienen de parte de los hombres y de una naturaleza insuficientemente dominada; un mundo donde la libertad no sea una palabra vana y donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico (cf. Lc 16, 19-31). Ello exige a este último mucha generosidad, innumerables sacrificios, y un esfuerzo sin descanso. A cada uno toca examinar su conciencia, que tiene una nueva voz para nuestra época. ¿Está dispuesto a sostener con su dinero las obras y las empresas organizadas en favor de los más pobres? ¿A pagar más impuestos para que los poderes públicos intensifiquen su esfuerzo para el desarrollo? ¿A comprar más caros los productos importados a fin de remunerar más justamente al productor? ¿A expatriarse a sí mismo, si es joven, ante la necesidad de ayudar este crecimiento de las naciones jóvenes? (Encíclica, Populorum Progressio, n. 47)

 

1 COMMENT

  1. Hola, senor Arzobispo. Soy Karina Velazquez, Psicologa. Le escribo para sugerirle una propuesta que aumentara la fe en la iglesia y ayudara a la salud mental de muchas personas. Actualmente en mi oficina atiendo muchas personas retiradas, incapacitadas que padecen de depresion porque se sienten solas. Mi propuesta es que las Iglesias reunan a unos grupos de personas una vez por semana y la primera hora hablen de como se sienten en consejeria religiosa y la segunda hora la usen para alguna actividad de recreación. Asi ayudamos a que mas personas crean en la fe y se acerquen a la iglesia aparte de que se hace la labor comunitaria de ayudar a otros como Dios manda. Estas actividades deben ser dirigidas por el sacerdote. Me gustaria que eso se hiciera en cada iglesia, capilla o parroquia de PR y del mundo entero.

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