(Homilía Misa IV Centenario de la fundación de la parroquia San Blas en Coamo el 16 de septiembre)


La primera lectura de hoy, tomada del libro del Profeta Ezequiel, nos habla que desde el umbral del templo salía un torrente de agua que fluía hasta el mar. Unas aguas donde “habrá vida en todas partes adonde llegue el torrente” y que, “sobre sus dos orillas, crecerán árboles frutales de todas las especies” para alimentar al pueblo. Esas palabras del profeta nos llevan a pensar en las palabras de Jesús cuando dijo: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba, el que crea en mí: De su seno correrán ríos de agua viva” (Jn 7, 37-38). ¿Acaso con esta parroquia de San Blas, cuatro veces centenaria no ha sucedido lo mismo? Cada Bautismo, Eucaristía, Confirmación, Confesión, obra de caridad y misericordia son como ríos de aguas vivas que dan vida en Cristo Jesús.

Cuando Jesús dijo: “Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba, el que crea en mí”, se refería ir a Galilea, y, también a cualquier sitio donde estuviera su Iglesia. Y, esta parroquia, por cuatro siglos ha sido también ese lugar donde podemos ir hacia Él, hacia Jesús a ser bañados con su agua bautismal. No solo Coamo ha sido bendecido por sus únicas aguas termales, sino que ha sido abundantemente bendecido por las aguas vivas del agua de Cristo que fluyen de esta parroquia para que quien las beba, jamás tendrá sed. Sí, el agua que Cristo nos da, quita la sed del pecado, quita la sed de venganza, del odio, del egoísmo, de los falsos placeres, de la indiferencia que matan y humillan. Hoy decimos con el salmista: “Los canales del río alegran la Ciudad de Dios”, alegran el pueblo santo de Dios que peregrina aquí en suelo coameño, suelos que desde hace siglos han sido descritos como “de los mejores de la Isla”. Cada Eucaristía es un verdadero manantial del amor de Dios que nos lava de todo pecado y que nos quita la sed del mundo.

Por su parte, en la segunda lectura de hoy, San Pablo les decía a las personas de Corinto: “Ustedes son el campo de Dios, el edificio de Dios. […] Que cada cual se fije bien de qué manera construye. El fundamento ya está puesto y nadie puede poner otro, porque el fundamento es Jesucristo. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo”.

Cuando se fundó esta parroquia hace 400 años, los verdaderos cimientos no fueron piedras, bloques, ladrillos o barro; el cimiento fue Cristo. Sobre Cristo es que la Iglesia actúa, es que la Iglesia construye y edifica. ¿Y qué es lo que edifica o construye? Templos vivos, templos de carne y hueso llenos del Espíritu Santo, llenos de la alegría de Dios.

Recordar estos 400 años es recordar que Cristo es el arquitecto de toda Iglesia, es su cimiento. ¿Qué quiere decir esto? Que esta parroquia, sus sacerdotes, sus fieles, sus esfuerzos deben estar configurados con Cristo Jesús, deben dar testimonio de la ternura de Cristo, de su compasión, de su misericordia, de su caridad, de su predilección por los pobres y por los marginados, especialmente en nuestros tiempos, por los que se sienten rechazados, como por ejemplo, los divorciados y vueltos a casar para acompañarlos a una experiencia más plena con Cristo. Una comunidad parroquial que no atiende a sus pobres, a sus ancianos, a sus excluidos, no es fiel al Evangelio y está actuando como el rico epulón antes los lázaros hambrientos y necesitados del entorno.

Aquí en Coamo, con la fundación de esta parroquia se inició hace 400 años un camino de fe; al celebrarlos, la invitación es seguir recorriendo sin cesar y fielmente ese camino iniciado, del cual ustedes son sus herederos.

Celebrar estos 400 años es una invitación a vivir con generosa fidelidad la fe cristiana; a encarnar en cada uno de ustedes, en sus hogares, en su estilo de vivir las bienaventuranzas evangélicas con alegría, sencillez y caridad, con actitud de abandono confiados al amor providente y misericordioso de Dios, como lo hizo su santo patrón, San Blas, en su tiempo.

Uno de los frutos de esta celebración multi-centenaria debe ser el relanzamiento del espíritu misionero que la Iglesia ha propuesto en Aparecida y donde las parroquias son llamadas “células vivas de la Iglesia” (n. 170) y están llamadas a ser lugares de comunión. No de comunión solamente entre los que vienen,  sino de comunión entre todos los hijos e hijas de Dios. La comunión que Dios quiere es plena por eso las parroquias están llamadas a misionar, a misericordear  como ha dicho el Papa Francisco.

También, nos dice Aparecida que, Todos los miembros de la comunidad parroquial son responsables de la evangelización de los hombres y mujeres en cada ambiente.” (171) La evangelización en una parroquia no es un campo ocupado solamente por los sacerdotes; sino que la evangelización es responsabilidad de todos los fieles; todos somos corresponsables de la misión de la Iglesia.  Una evangelización que comience en y desde cada hogar, donde papá y mamá sean los primeros evangelizadores de sus hijos e hijas, unidos al testimonio y la fe probada de los abuelos y abuelas, y a la custodia de los padrinos y madrinas, haciendo de cada hogar una Iglesia doméstica.

Aparecida nos invita a realizar un esfuerzo de renovación de la parroquia: La renovación de las parroquias, al inicio del tercer milenio, exige reformular sus estructuras, para que sea una red de comunidades y grupos…Desde la parroquia, hay que anunciar lo que Jesucristo “hizo y enseñó” (Hch 1, 1) mientras estuvo con nosotros. Su Persona y su obra son la buena noticia de salvación anunciada por los ministros y testigos de la Palabra que el Espíritu suscita e inspira.” (172)

Esta celebración por los 400 años es ocasión para renovar, para siempre y sin cesar remozar la pastoral parroquial de manera que esta parroquia  sea un “ espacio donde se recibe y acoge la Palabra, se celebra y se expresa en la adoración del Cuerpo de Cristo, y, así, es la fuente dinámica del discipulado misionero.(Ibid)

En el contexto del Año Santo Jubilar de la Misericordia, esta parroquia y todas las parroquias del mundo son invitadas a seguir el ejemplo de la primera comunidad cristiana que se reunían no solo para partir el pan de la Palabra y de la Eucaristía, y perseverar en la catequesis, sino para practicar la caridad y la misericordia.  En un Puerto Rico que vive una crisis tan severa en todos su ámbitos, la pobreza hace que por doquier se escuche el lamento borincano. Y, la parroquia no puede ser ajena a los grandes sufrimientos que vive la mayoría de su pueblo; una verdadera comunidad de fe no solo se preocupa por la pobreza espiritual, sino por la humana, la escondida, la que tiene rostros visibles e invisibles. Que estos 400 años sean una invitación a testimoniar con mayor intensidad la caridad exigida por Jesús a sus discípulos.  Por tanto, procuren ser aún más una parroquia atenta a sus pobres, a sus ancianos, a sus hijos e hijas que viven la soledad que es abandono, a los que son víctimas de las drogas u otras vicisitudes.

Su santo patrón, san Blas, que fue médico y quien salvó la vida a un muchacho ahogado por una espina de pescado, y que desde ese entonces, es un santo que según la piedad, bendice las gargantas, nos debe recordar a toda la Iglesia, que la parroquia es un hogar de curar, de sanar, y de “misericordiar”, como decía el Papa Francisco, como un hospital de campaña. Sean ustedes, a ejemplo de San Blas, personas de una fe que cure y llene los corazones del bálsamo de Cristo y  de una fe que sea alegría y motivo de esperanza hasta la segunda venida del Señor.

¡Que viva esta comunidad parroquial! ¡Que viva san Blas!¡Que viva Jesús cimiento de esta parroquia! ¡Qué Nuestra Señora de Balvanera interceda amorosamente por todas sus intenciones!

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