En el año 304, cuando el emperador Diocleciano prohibió a los cristianos, bajo pena de muerte, poseer las Escrituras, reunirse el domingo para celebrar la Eucaristía y construir lugares para sus asambleas en Abitinia (hoy localidad de Túnez) 49 cristianos fueron sorprendidos un domingo mientras celebraban la Eucaristía desafiando así las prohibiciones imperiales. Tras ser arrestados fue llamativa una de sus respuestas al que les interrogaba por qué habían transgredido la orden del emperador: “Sine dominico non possumus”; es decir, sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir; sin ella nos faltarían las fuerzas para enfrentar las dificultades y no sucumbir. Después de torturarlos fueron asesinados sólo por ir a misa. Benedicto XVI proponía reflexionar sobre la experiencia de esos mártires aún en este siglo XXI ya que ni siquiera a nosotros, y más en estos momentos, se nos hace fácil participar de la Eucaristía[1].

En la época de estos mártires no existía el precepto dominical ni pascual, sin embargo, a pesar de las dificultades, prefirieron morir antes que dejar de participar de la Eucaristía dominical, porque en ella encontraban fortaleza para su vida. Los que han preferido celebrar la Eucaristía, aun a riesgo de su vida, han entendido lo que significa ésta tanto para su vida terrena, como para alcanzar la vida eterna, tanto por la grandeza e importancia de alimentarnos con el Cuerpo y la Sangre del Señor, como por el encuentro fraternos con nuestra familia de fe. Desde el principio de la historia de la Iglesia se ha concebido el domingo como la pascua semanal, expresión de la identidad de la comunidad cristiana y centro de su vida y misión.

Cuando la SARS-CoV-2 empezó difundirse rápidamente por el mundo, los gobiernos decretaron cuarentenas y los obispos en muchos lugares del mundo, concedieron la dispensa del precepto dominical. Por otro lado, se veía mucha gente conectándose por internet para ver la santa misa, no sólo los domingos, sino incluso entre semana. Ante eso, pensé que cuando terminara la cuarentena muchos volverían a reunirse para celebrar la Eucaristía y tener ese encuentro especial con Jesús y los hermanos que disfrutamos en cada misa, sobre todo los domingos, aunque fuera con distancia y demás precauciones… y sin necesidad de un precepto.

No piensen que minusvaloro la peligrosidad de este virus, ni pretendo que seamos imprudentes y nos arriesguemos a lo loco, sólo propongo hacer una reflexión personal a la luz de la fe y guiada por el Espíritu (cf. Rom 9,1).

Ante la crisis que vivimos y sabiendo que debemos cuidarnos, ¿consideramos la importancia de la fuerza que encontramos en la Eucaristía y la celebración del Domingo para atravesar esta prueba? Algunos temen ir a la iglesia, pero van a otros lugares. ¿Hay algo en la iglesia o en la Santa Misa que hace más posible el contagio de este virus en ellas que en otros sitios a los que vamos?

Conocer el testimonio de los mártires de Abitinia, cuando no había el precepto y el peligro era morir tan pronto te descubrieran en misa era real, puede servir para iluminar nuestra reflexión. No pretendemos ser mártires, pero viendo el ejemplo de aquellos podremos comprender la gracia que nos puede dar la Eucaristía en los momentos difíciles (éstos y otros), sin quitar el valor que tiene el rezo de la Liturgia de las Horas, la meditación de la Palabra de Dios y la oración, pero nada como la Eucaristía, donde está la presencia por antonomasia de Jesús y su sacrificio redentor[2].

Hemos visto el incremento en la preocupación por la economía, sin duda importante, pero ¿hay verdadera prosperidad social con personas enfermas emocionalmente? ¿Acaso la atención espiritual no ayuda a enfrentar las crisis o basta tener salud física y dinero?

Hay algo más allá del virus, como ha dicho el Papa Francisco. Y debemos cuidarnos no sólo del contagio físico, sino de la enfermedad espiritual del indiferentismo, el conformismo, el encerramiento vs. la vida comunitaria, el acostumbrarnos a que lo remedial o extraordinario se convierta en lo ordinario.

La fe cristiana está enraizada en la Encarnación, por lo tanto, lo virtual puede ayudar, pero no podemos desentendernos de lo real. Hemos de cuidarnos para que estas circunstancias no abran las puertas al enfriamiento espiritual, la tibieza o acedia sin darnos cuenta.

Ahora o cuando pase esta crisis sanitaria, ¿volveremos a necesitar un precepto para motivarnos a participar de la Eucaristía? Triste será si tiene que volver a ser así, porque no hemos llegado a entender que “sine dominico non possumus.”

P. Leonardo J. Rodríguez Jimenes

Para El Visitante

[1] Cf. Benedicto XVI, Homilía de la misa de clausura del congreso eucarístico italiano (Bari), 29/mayo/2005.

[2] Cf. S. Pablo VI, Carta Encíclica Mysterium Fidei,5s.

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