En este tema es obligada la cita del Quijote: “Nunca segundas partes fueron buenas”. Principio absoluto del que el mismo Quijote es ya la primera excepción. Lo mismo decimos del segundo matrimonio; tiende uno a pensar que no será bueno, pero en muchísimos casos equivale al verdadero matrimonio, que no se pudo lograr la primera vez. Bueno, la consideración es más compleja que eso. Se pueden dar los siguientes casos:
El viudo/a que resuelve entrar en nuevo matrimonio; el que ya casado/a vive una relación extramatrimonial, y se divorcia al fin, para irse con la nueva persona; la persona religiosa que se metió en un matrimonio civil, que humanamente es un desastre, y acaba en divorcio, sintiendo que no solo se libra de un yugo humano, sino que restaura su situación religiosa ante Dios y la Iglesia. Cada una de estas parejas comienza con zapatas distintas a la hora de construir su felicidad conyugal.
He aquí los posibles resultados de estos segundos matrimonios:
1. El que no sirve, sencillamente porque el problema es la persona misma del que se casa. Mientras no remedie su forma torcida de pensar del matrimonio, o los defectos de personalidad que imposibilitan su relación con otra persona, seguirá lo mismo. Lo dice el refrán: “La fiebre no está en la sábana”. Tú eres el problema; cámbiate.
2. El que no sirve, porque se mete la persona insensatamente en la nueva relación con el objetivo de salir cuanto antes de la soledad, o la indefensión, en que se encontró al divorciarse. O con el deseo de olvidar el fracaso anterior. En este caso no se da tiempo para un verdadero noviazgo, para conocer más profundamente al nuevo cónyuge. La idea es llenar el vacío con lo que aparezca, y como todo lo nuevo normalmente parece maravilloso a primera vista… Son las segundas relaciones en que se entra sin haber superado la pena o los traumas que dejó la relación anterior. Se repite, entonces, (con una supuesta madurez por la edad) la situación de los novios, que ya a los tres o seis meses de noviazgo están locos por casarse. Y peor, si al poco tiempo de conocerse comienzan a vivir como “marinovios”, con vida sexual o convivencia esporádica, “como si nada”…
3. El que no sirve, porque arrastra la culpabilidad por haber sido él, o la, causante de la ruptura anterior. O la culpabilidad religiosa de haber entrado a un matrimonio, que no se puede bendecir ante los ojos de Dios, con la consecuencia de ser tildada su vida de pecaminosa, con exclusión -por tanto- de los Sacramentos de la Iglesia.
Pero, sea cual sea el estado existencial de esta pareja, hay una situación de la cual no podrán escapar fácilmente (también los que encuentran en la nueva relación la bendición y vida a que tenían derecho y que no consiguieron en totalidad con la primera pareja). Y es el problema de los hijos habidos en los matrimonios anteriores, habiten o no con ellos en el nuevo hogar.
Yo lo suelo disparar como axioma: los segundos matrimonios con hijos anteriores van a tener problemas. Me parece que resuenan en el aire las frases destempladas que revelan ese conflicto:
“Yo me casé contigo, no con tus hijos”.
“O soy yo la esposa, o lo es tu hija”.
“Tú no eres mi padre para mandarme…”.
“Tú eres la madre; la responsabilidad te toca a ti”.
“Que su padre sea quien le pague el colegio”.
“Tú no tienes derecho a regañar a mis hijos”.
“Yo no voy a pasarle ese dinero para que ella se lo goce con el otro”.
“Ese hijo no es mío; que lo pague el otro”.
“No puedo abandonar a mi hijo; pasaré con él los fines de semana”.
Cuando se trata del varón-padre parece que el problema se acentúa. Y así encuentro que el padre, que descuidó a sus hijos cuando vivía con ellos, se convierte en un padrazo, cuando ya se declaró el divorcio. Posiblemente sea una forma de redimirse de la culpabilidad del matrimonio roto. El problema es que entonces, ni cumplen en totalidad con el primero (se convierten en el padre tongoneador, que lo compra todo), o roban tiempo o esfuerzos al segundo matrimonio.
En el noviazgo de estas parejas sucede como en los otros: nada parece problema; “sé que son sus hijos y los respeto”. O tal vez se imaginan que el hijo de él estará siempre con la madre en otro lado, y a lo más vendrá a visitar a su casa. Pero cuando la madre se lo entrega al padre, como una especie de “regalo de bodas”, en forma de venganza por sus heridas, entonces la historia es otra. Pero dejo para otro artículo mis sugerencias para bregar con la situación.
P. Jorge Ambert, SJ.
Para El Visitante