Domingo V del tiempo durante el año, Ciclo C

Contexto
Seguimos caminando con Jesús, a quien encontraremos hoy en el lago de Galilea, alrededor del cual desarrollo gran parte de su ministerio público, recién estrenado, como hemos visto en los pasados domingos.

Hoy podríamos decir que es un domingo vocacional, si bien podemos encontrar más temas en las lecturas. Sin duda, el pasaje evangélico y la primera lectura van por ese camino del llamado (cf. Is 6,1-2a. 3-8 y Lc 5,1-11).

Los textos vocacionales que encontramos en la Sagrada Escritura son variados, pero todos nos dejan ver bastantes cosas en común. Una de las cosas comunes es el estremecimiento ante el llamado de Dios. Hoy vemos a Isaías, sobrecogido por la visión de Dios, en medio de la cual recibe su vocación. Isaías se reconoce impuro, ante la santidad de Dios, quien lo purifica para ejercer su vocación profética. Algo parecido sucede con Pedro, asombrado por la pesca milagrosa, después de la cual Jesús llamará a estos humildes pescadores para ser pescadores de hombres.

San Pablo presenta lo más esencial del mensaje evangélico (= Kerygma), aunque el pasaje no deja de tener un sabor vocacional, por la referencia a su ministerio (1 Cor 15,1-11). El maestro de los gentiles proclama el misterio pascual, fundamento de nuestra fe, y da testimonio de la obra de misericordia de Dios en su vida, quien le ha constituido, sorpresivamente, Apóstol.

Reflexionemos
El llamado de Dios nos estremece porque no somos dignos, pero Dios no nos llama (¡a nadie!) por nuestra dignidad, porque ante Él nadie lo es, nos llama por su misericordia como a Isaías, Pedro y Pablo. Sin embargo, toda vocación incluye un llamado a la santidad, a pesar de nuestra debilidad. Aunque Dios no llama a los perfectos, sí nos llama a serlo. Por eso, con humildad, como estos tres vocacionados, reconocemos nuestros pecados y le pedimos a Dios que nos purifique para ejercer bien nuestros ministerios, pues si bien Dios puede hacer milagros, de ordinario prefiere actuar por medio de quienes son dóciles a su Espíritu, como dice el Presbyterorum Ordinis 12 a los sacerdotes.

La vocación no es una profesión, por eso antes de ejercer las “funciones” ministeriales o deberes propios de nuestra vocación debemos tener claro el precedente llamado a la santidad. Desde el Bautismo Dios nos llama a ella y la misma se concretará en el siguiente llamado: al matrimonio, el ministerio ordenado, la vida religiosa, etc. pero ninguno de ellos será lo que debe ser si no vivimos el llamado fundamental, que está unido íntimamente al Kerygma pues Cristo murió y resucitó por nuestros pecados y para salvarnos (santificarnos). Esposos y esposas, padres y madres, sacerdotes, diáconos, consagrados, etc. primero tenemos que ser santos para luego vivir el siguiente llamado específico, y debemos vivir bien ese llamado específico para ser santos (cf. Lumen Gentium 10, Gaudete et Exsultate 10-13). No podemos ser santos sin la gracia de Dios, que actúa en nosotros (cf. 1 Cor 15,10). ¡Qué distinto sería todo si siguiéramos ese orden!

A modo de conclusión
El Papa Francisco ha hecho resonar una vez más después del Concilio Vaticano II el llamado universal a la santidad con su exhortación Gaudete et Exsultate. Curiosamente parece que en los últimos años, si es que siempre no ha sido así, cada vez que un Papa o los pastores de la Iglesia nos llaman a algo parece que sucede lo contrario. Los Papas nos han llamado a la misericordia y a la santidad, y da la impresión de que en la Iglesia, y fuera de ella, sobresalen el rencor, los resentimientos y el pecado. ¿Es así o nos lo quieren hacer ver así? ¿Realmente hay más rencorosos que misericordiosos en el mundo? ¿Hay más malvados que santos? No creo (cf. Gaudete et Exsultate 6s.). Lo que pasa es que la santidad no hace ruido y hoy, como desde hace miles de años (cf. Gaudete et Exsultate 1), el Señor nos llama a ser santos sin alborotar, pero transformando el mundo con su gracia.

Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante

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