Domingo II de Adviento, Ciclo A
Contexto
Hemos iniciado el Adviento, un tiempo litúrgico muy bonito que en Puerto Rico y muchos otros países está en peligro de extinción. A la llamada a la vigilancia que escuchamos el domingo pasado hoy se suma la llamada a la conversión. Alguno podrá decir, ¡pero si no estamos en Cuaresma! El día que dejemos la conversión solo para Cuaresma, ¡pobre de nosotros!
Pues bien, ese llamado a la Cuaresma nos viene del Precursor del Mesías. Quien mejor que aquel que lo señaló entre los hombres para jamaquearnos, como hizo en su tiempo, para que nos preparemos bien para recibir a Jesús (cf. Mt 3, 1-12). Su llamado a la conversión viene precedido de la profecía de Isaías (11,1- 10), que además de anunciarnos al Mesías, nos da las circunstancias que rodearán su tiempo: justicia, paz, armonía, etc. Ese es el rey de justicia y paz que anhelaba el salmista (cf. Sal 71). Finalmente, esas actitudes del Rey Mesías deben reflejarse en los miembros de la comunidad cristiana (cf. Rm 15,4-9).
Reflexionemos
En esta época siempre me viene a la mente la canción Todos los años vienen con la misma cosa. Porque todos los años para Navidad más o menos hacemos las mismas cosas. Los más tradicionales no les causa problema, pero otros que les gusta cambiar pues sienten que lo que hacemos es repetir lo mismo: canciones, menú, adornos, etc. Algunos corren el peligro de quedarse en lo externo y ver todas estas tradiciones como costumbres sin sentido. Puede que así sea, pero las más legítimas tienen mucha razón de ser. Cuando perdemos el sentido de las cosas, entonces éstas se vuelven desabridas, vanas y hasta molestas. Los tiempos penitenciales, llamándonos a la conversión, procuran evitar caer en esa superficialidad y sinsentido del tiempo festivo subsiguiente.
¿Por qué los judíos no reconocieron en Jesús al Mesías?¿Sería que no estaban bien preparados? Isaías ocho siglos antes de Cristo y Juan Bautista, contemporáneo de Jesús, advierten al pueblo, pero, a pesar de ello, muchos no se prepararon, no le reconocieron, no le aceptaron y finalmente lo rechazaron totalmente. ¿No nos podría pasar lo mismo a nosotros?
El gran profeta Isaías anuncia que vendrá un Salvador que transformará el mundo y traerá la paz de Dios, porque está lleno del Espíritu del Señor. Hoy, como en tiempos de Isaías, anhelamos esa paz y justicia en el mundo; que hasta los enemigos se sienten juntos a comer, como profetiza de manera tan bellamente poética. Pero parece que esos tiempos no quieren llegar. ¿Qué pasa?
San Pablo exhorta a dejar atrás todo aquello que nos aleja de Dios y a acogernos mutuamente buscando la unidad y la unanimidad. ¿Vivimos así el Adviento? Para que esas actitudes sean reales necesitamos la gracia del Espíritu, por ello Juan el Bautista vino para preparar a los judíos para la venida del Mesías. Su mensaje sigue siendo vigente para nosotros hoy: Cambien de conducta y ábranse al Espíritu.
La Palabra de Dios debe ser la mejor brújula para conducirnos durante la vida, y lo es siempre en la liturgia, particularmente en los tiempos fuertes, como este.
¿Mi Adviento se deja guiar por la Palabra de Dios y dejo que ella le dé forma, o está en peligro de extinción?
A modo de conclusión
Hoy muchos se preocupan por evitar que algunas especies en peligro de extinción desaparezcan. Acojamos esa actitud para aplicarla al Adviento y no dejemos que se extinga es tiempo tan importante, si no queremos que todos los años la Navidad sea la misma cosa y se convierta en algo vacío, porque sin el Mesías que nos trae su paz y su justicia la Navidad es nada. ■
Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes
Para El Visitante