XXXI Jornada Mundial de la Juventud, Cracovia 2016
Miércoles, 27 de julio de 2016
Roberto Octavio González Nieves, OFM
Arzobispo Metropolitano de San Juan de Puerto Rico
Muy buenos días, queridos jóvenes de diversas partes del mundo hispano. Les agradezco su presencia. Ustedes representan la juventud de la Iglesia, el vigor de la juventud de la Iglesia y del catolicismo. Les felicito por haber llegado hasta aquí, hasta Cracovia, tierra de San Juan Pablo II y de Santa Faustina, patrones de la Jornada Mundial de la Juventud 2016 y tierra de la Misericordia de Dios.
Digamos tres veces: ¡Eterna es su misericordia! ¡Eterna es su misericordia! ¡Eterna es su misericordia!
Comencemos orando: Señor, tú tienes palabras de vida eterna. Tu palabra es perfecta. Es alimento y medicina. Alegra el corazón y hace descansar. Tu Palabra es verdad, luz para el que no sabe. Calma las tempestades, nos pacifica y nos libera. Te pedimos que abras nuestra mente y corazón para recibirla.
El Papa Francisco nos ha convocado a la Jornada Mundial de la Juventud durante el Jubileo de la Misericordia. Queremos reflexionar durante este jubileo que la misericordia es un regalo de la bondad de Dios para que aceptemos su Justicia, que es la expresión de su sabiduría, o sea Él mismo. La misericordia es la compasión que siente el corazón ante la miseria ajena. El gran teólogo Santo Tomás de Aquino decía: “La Misericordia no anula la Justicia, sino que es como la plenitud de la Justicia” (Suma I, 21, 3).
Podría parecer extraño que dos cosas aparentemente opuestas, la justicia y la misericordia, puedan ser presentadas de manera armónica y complementaria. El Evangelio de San Lucas es el Evangelio que nos demuestra lo que es la misericordia relacionada con la justicia. Nos dice que el mayor atributo de Dios es su misericordia e igualmente nos llama a ser misericordiosos. ¡Este es el tiempo de la misericordia!
San Lucas nos relata que al comienzo de su ministerio Jesús fue tentado. La primera tentación (Lc. 4, 3-4) es la tentación de no aceptarse como hombre caminante, peregrino. El ser humano siente hambre de muchas cosas: bienes, sexo, dominio, soberbia, autosuficiencia, hacer su proyecto. Pero solo quedará satisfecho con la Palabra de Dios y lo que ella orienta y fortalece: el plan de Dios para que el ser humano sea feliz. Queremos experimentar a Dios para vivir a plenitud. La Palabra nos indica el camino exacto para llegar a ser felices: aceptar y amoldarnos al plan de Dios.
La segunda tentación (Lc. 4, 5-7) es la de renunciar al servicio fraterno. Es la tentación del poder, del dominio sobre los demás, de la autoridad impuesta por la violencia, de convertir la religión, la Iglesia y nuestra propia misión en poder para fines egoístas. Jesús rechaza ese camino y se declara servidor. No ha venido a ser servido sino a servir (Mt 20, 28). Jesús no consiente la tentación del culto a la autoridad como tampoco a la obediencia impuesta. Jesús no quiere dar al poder el culto como si fuera dios. Solamente Dios es el Absoluto. Solo a Él darás culto (4, 8).
La tercera tentación tiene que ver con provocar a Dios pidiéndole “milagros” innecesarios. El Evangelio no se pregona a fuerza de espectáculo para “deslumbrar” a la gente. Es la tentación de embaucar a la gente con apariciones, mensajes celestiales (supuestos o falsos), milagros y milagrerías. Es la tentación de renunciar a la vida sencilla, a descubrir que Dios se manifiesta en la historia personal, familiar y social de modos desapercibidos, como si Él no estuviera ahí, actuando y motivando. Es la tentación de renunciar a la cruz: Si es rey de Israel, que baje ahora de la cruz y creeremos en él (Mt 27, 42).
Y, hablando de tentaciones, quisiera hacerme eco de una de ellas y que el Santo Padre le dedicó una magistral carta encíclica: Laudato Sí (24 de mayo de 2015) y que trata “Sobre el cuidado de la casa común”. Me refiero a la tentación de destruir el planeta, derrochar sus recursos, privar a los pobres de las riquezas naturales y negarle un planeta habitable a las futuras generaciones, sus hijos e hijas, nietos y nietas, entre otros. ¿Y cómo el Papa nos invita a vencer esta tentación? Como lo hace Jesús en el Evangelio de hoy: con respuestas fundamentadas en la Palabra de Dios. Podemos vencer la tentación de destruir el planeta, de herirlo con el Evangelio de la creación (Capitulo II, nn 62-100). No solo el ser humano salió de Dios, sino que la creación entera salió de Dios, de su amor, de su misericordia, de su deseo de darnos un paraíso donde vivir.
El Papa ha querido hacernos conscientes, no solo a la Iglesia, sino a todos los hombres y mujeres de buena voluntad para reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta (n. 15). Factores como: Contaminación y cambio climático; contaminación, basura y cultura del descarte; la cuestión del agua, su mal uso, su contaminación, la privación de ella a algunos sectores del mundo; la pérdida de la biodiversidad; deterioro de la calidad de la vida humana y degradación social; inequidad planetaria.
Si bien nuestro tema es ¡Este es el tiempo de la Misericordia!, debemos preguntarnos, ¿misericordia para quién? Seríamos egoístas si dijéramos solo misericordia para cada uno de nosotros. Eso es otra tentación que debemos vencer. Nuestro planeta, la creación, también está necesitada de la misericordia de sus explotadores, de sus usurpadores, de los que debemos ser sus custodios.
Nuestro planeta no solo nos reclama que es tiempo de la misericordia para con ella. De hecho, la misma creación es signo de la misericordia de Dios. Decía el Papa Benedicto XVI: “Por consiguiente, de las obras creadas se asciende hasta la grandeza de Dios, hasta su misericordia amorosa”. (Catequesis 9 de noviembre de 2015). Es como si la creación fuera un espejo que cuando la contemplamos, vemos la mano hacedora de Dios y cuando la herimos (a la creación), quebramos ese espejo y ya no vemos nada, inclusive al centro de la creación, al hermano, a la hermana y, en vez de ser sus guardianes, somos sus explotadores o los humillamos y matamos con la indiferencia.
Laudato Sí no solo es un llamado a reconocer los daños que le causamos al planeta y las políticas de destruirla, sino que es un llamado a vencer esta tentación, un llamado del cual ustedes, queridos jóvenes, no están excluidos. Les dice Francisco en la Laudato Si: “Los jóvenes nos reclaman un cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos” (n. 13). Además, expresa: “En los países que deberían producir los mayores cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen una nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y algunos de ellos luchan admirablemente por la defensa del ambiente, pero han crecido en un contexto de altísimo consumo y bienestar que vuelve difícil el desarrollo de otros hábitos. Por eso estamos ante un desafío educativo”. (209)
Queridos hermanos y hermanas, ante la tentación y amenaza que se cierne sobre la creación, la invitación del Papa Francisco es “a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida. Estos temas no se cierran ni abandonan, sino que son constantemente replanteados y enriquecidos” (n.16).
Ahora, para hacer esta catequesis lo menos aburrida posible, que tal si les hago un cuento de cómo el diablo no solo tentó a Jesús, sino a todos y todas, aun en nuestros tiempos. Veamos.
Satanás convocó una convención mundial de demonios. En su discurso de apertura dijo: “No podemos hacer que los cristianos y cristianas dejen de ir a la iglesia. No podemos evitar que lean la Biblia y conozcan la verdad. No podemos evitar que formen una relación íntima con su Salvador. Una vez que establecen esa conexión con Jesús, nuestro poder sobre ellos se pierde. Así que déjenlos asistir a sus iglesias; déjenlos que tengan sus reuniones, jornadas y jubileos, pero róbenles su tiempo, de manera que no tengan tiempo para desarrollar una relación con Jesucristo. ¡Esto es lo que quiero que hagan, distráiganlos de querer obtener esa unión con su Salvador y de querer mantener esa conexión vital durante todo el día!”.
“¿Cómo haremos eso?”, gritaron los demonios.
“Manténganlos ocupados en las nimiedades de la vida e inventen innumerables proyectos que ocupen sus mentes. Tiéntenlos a gastar irresponsablemente. Tratemos de hacer que no tengan tiempo con sus hijos e hijas. A medida que sus familias se fragmenten, pronto, sus hogares no serán un escape a las presiones del trabajo. Estimulen las mentes de los jóvenes para que no puedan escuchar esa pequeña voz de la conciencia. Tiéntenlos a que escuchen música que fomente la violencia, la degradación y la sexualización del ser humano. Esto atiborrará sus mentes y romperá esa unión con Cristo. Inunden sus buzones de correo con correo basura, catálogos, rifas, y toda clase de boletines y anuncios ofreciendo gratuitamente productos, servicios y falsas esperanzas. Aún en sus horas de esparcimiento y distracción, háganlos que sean excesivos. Que regresen de divertirse agotados. Que estén demasiado ocupados como para poder salir a la naturaleza y reflexionar sobre la creación de Dios. ¡Manténganlos ocupados, ocupados, ocupados! Y cuando tengan reuniones de tipo espiritual, involúcrenlos en chismes (como ha dicho el Santo Padre, el terrorismo del chisme) y charlatanería para que salgan de allí con sus conciencias perturbadas. Atesten sus vidas con tantos interesantes motivos que no tengan tiempo para buscar el poder de Jesús. Pronto estarán trabajando con sus propias fuerzas, sacrificando su salud y su familia por el bien de la causa. ¡Funcionará! ¡Funcionará!”.
Era todo un plan. Los demonios se dispusieron animosos a sus tareas haciendo que los cristianos y cristianas en todas partes se volviesen más ocupados y tuviesen que hacer las cosas más a prisa, yendo de aquí a allá. Teniendo poco tiempo para su Dios o sus familias. Sin tiempo para hablar a otros acerca del poder de Jesús para cambiar sus vidas.
Creo que la pregunta es: ¿Ha tenido éxito el diablo con su plan? Que cada cual sea su propio juez. Y, para ser nuestro propio juez, nos ayudan las palabras del Papa Francisco: “No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). (Y, para ver más, les refiero a Misericordiae Vultus, n. 15).
La moraleja de este cuento es: reconocer el tiempo como un gran don de Dios, reconocer que este es tiempo de la misericordia y aprovecharlo al máximo. Dar a Dios lo que es de Dios, es darle de nuestro tiempo y una manera es con la oración, pero también con las obras de misericordia. Estamos en un tiempo propicio de la misericordia como nos ha dicho el Papa Francisco en la Bula Misericordiae Vultus “para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes” (n. 3); es un tiempo extraordinario de gracia (ibid. N. 5); “Ha llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón”. (10)
Concluyamos con esta oración: Señor y Dios nuestro, en quien misericordia y justicia son una misma cosa, enséñanos a amar y respetar tu justicia y a acogernos a tu Misericordia cada vez que fallemos, seguros de que siempre nos esperas para darnos tu perdón y acogernos en tu Amor. Amén.