Segunda Catequesis de la  XXXI Jornada Mundial de la Juventud, Cracovia jueves, 18 de julio de 2016


 

Roberto Octavio González Nieves, OFM

Arzobispo Metropolitano de San Juan

Saludos: Muy buenos días, queridos jóvenes. Me alegra grandemente festejar con ustedes. Sí. Digo festejar, porque esta XXXI Jornada mundial de la Juventud es una fiesta grande de la misericordia de Dios. ¿Cuál es el tema de hoy?  Dejarse tocar por la misericordia de Cristo.

Quisiera que comenzáramos con una oración: Ven, Espíritu Santo,  te abrimos la puerta, entra en nuestro corazón, llena de luz y de fuego lo más hondo de nuestro ser, como un rayo láser opéranos de las cataratas que nublan nuestros ojos para que podamos ver tu luz y dejarnos tocar por tu amor misericordioso en Cristo.

El capítulo 15 del Evangelio según San Lucas nos relata tres parábolas de Jesús que quieren reflejar la misericordia de Dios Padre. Estas son: la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo. Van dirigidas a los fariseos y a los maestros de la ley que criticaban a Jesús por acercarse a los “pecadores,” a quienes ellos despreciaban. Jesús es el rostro de la misericordia del Padre y estas tres parábolas nos lo manifiestan.  Jesús actúa como el Padre y esa es su gran enseñanza. Por eso se preocupa y anda con los “pecadores” porque Dios se preocupa por ellos, de una manera especial.

Preparando esta catequesis me encontré con unas bellas palabras de un cristiano, un hermano Obispo, hace siglos, y más de mil años,  hoy es santo y padre de la Iglesia, San Ambrosio de Milán), dijo sobre estas tres parábolas del capítulo 15 de San Lucas y cito: “¿Quién es este padre, este pastor, esta mujer? ¿No es Dios Padre, Cristo, la Iglesia? Cristo que ha cargado con tus pecados te lleva en su cuerpo; la Iglesia te busca; el Padre te acoge. Como un pastor, te conduce; como una madre, te busca; como un padre te viste de gala. Primero la misericordia, después la solicitud, luego la reconciliación.”

De estas tres parábolas, se nos proponen las primeras dos para esta catequesis y la tercera parábola, para la misa.  Comencemos con la primera parábola: la de la oveja pérdida que a mí también me gusta llamar, la oveja encontrada o la del pastor que sale en búsqueda de la oveja.

Nos habla de un pastor que tenía 100 ovejas. Es decir, tenía el 100%, la totalidad. ¿Pero qué le sucede?  Una se le extravía. Fijémonos que Jesús no dice: que a este pastor que se le pierde la oveja va y la busca. Jesús no afirma esto ni lo asevera. Al contrario, el cuestiona: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?” Es decir, para el pastor de la parábola, el cual es Jesús mismo, ante cada oveja extraviada, sin importar la cantidad (así sea una), ni el tamaño, ni las apariencias, su deber es ir. Salir, buscar hasta encontrar. Jesús nos presenta un pastor en salida como el Papa Francisco nos pide que seamos una Iglesia en salida.

¿Y, por qué Jesús lo dice de esta manera? Para que su Iglesia, sus obispos, sus sacerdotes y diáconos y todos cristianos y cristianas siempre, siempre y siempre, tengamos en cuenta que cada oveja importa, que cada cristiano, cristiana importa, cada mujer, cada viuda, cada hombre, cada joven, cada anciano, cada menor, cada pobre importa, cada adversario.  Jesús nos dice que la actitud no debe ser aquella que sugiere que una persona más o una persona menos es lo mismo; o los que dicen que una sola golondrina…

Y, esto es bien importante, porque Jesús dice esta parábola a raíz de las murmuraciones de los fariseos y publicanos de que recibía a pecadores y comía con ellos. Con esta parábola, no tenemos que ir a un diccionario a buscar la definición de un pecador: para Jesús es aquel o aquella que se ha alejado por las flaquezas del mundo y que la Iglesia debe hacer todo su esfuerzo para encontrarlo. Jesús nos recuerda a la Iglesia y a sus discípulos y discípulas que su rebaño nunca estará completo mientras hayan pecadores para lograr su arrepentimiento. Esta es la pastoral de los alejados, la pastoral del ir, de ser una Iglesia en salida con su ejemplo y no tanto con sus palabras, como tantas veces ha insistido el Papa Francisco.

Ahora, es bien importante que esta parábola no termina con el encuentro de la oveja extraviada por parte del pastor. Jesús nos quiere decir algo más que debe ocurrir luego del encuentro. Pues la relación pastor-oveja no debe terminar con un simple encuentro, hace falta, algo más, algo que el Papa Francisco ha llamado: ser pastores con olor a oveja. Leamos de San Lucas: “Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría…”  Comentando sobre esto, dijo otro Padre de la Iglesia, San Gregorio Niceno, lo siguiente: “Cuando el pastor encuentra la oveja, no la castiga ni la conduce al redil violentamente sino que, colocándola sobre sus hombros y llevándola con clemencia, la reúne con su rebaño. Por esto sigue: “Y cuando la hallare, la pone sobre sus hombros gozoso”. 

De la pastoral del ir y de la salida que nos lleva al encuentro, Jesús nos conduce, con esta parábola, a la pastoral del amor, de la ternura y de la misericordia, que puedo atreverme a decir, define, describe y resume la pastoral y la visión de nuestro Papa Francisco. Al reflexionar sobre esta actitud del pastor con respecto a la oveja extraviada, alejada, descarriada, o perdida, o como le queramos llamar, quiero hacerles una anécdota personal. Tuve el privilegio de participar de los dos pasados sínodos de la familia. Parecía que había dos sínodos: uno, el que presentaban los medios de comunicación que catalogaban a los obispos en grupos contradictorios: los conservadores y los progresistas, los que están a favor del Papa y los que se oponen a que la iglesia se reforme, cambie, acepte a los divorciados, a las personas gays y lesbianas.  Y,  el otro sínodo, el real y el que fue el que yo asistí, presidido por el Papa Francisco y guiado por el Espíritu Santo, para discernir, cómo la Iglesia responde con ternura, con amor, con misericordia y con compasión a estas nuevas realidades que no son solo un desafío para la Iglesia, sino para la sociedad, la familia, la cultura, claro, en algunos lugares más acentuados que en otros.

Allí, obviamente hubo opioniones encontradas, pero el deseo del Papa y de los padres sinodales era discernir cómo la Iglesia es una verdadera madre, un verdadero hospital de curar heridas, y sus ministros son pastores a imitación de Cristo en la forma que atienden situaciones complejas como los divorciados y vueltos a casar, las parejas de hechos, las familias incompletas, las uniones del mismo género. Pero no sólo temas de moral sexual sino otros temas de suma importancia como la paz, la justicia, la educación, desempleo, pobreza, familias alejadas, los movimientos migratorios, la economía solidaria e incluyente, los daños a la ecología, entre otros.

De esa experiencia sinodal, salió una hermosa Exhortación Apostólica Post Sinodal, Amoris Laetitia, sobre la alegría del amor en las familias. Es una Exhortación  que adquiere un sentido especial  ya que se publica en el contexto de este Año Jubilar de la Misericordia. (AL, 5) y, es una invitación del Papa, acogiendo las propuestas de los padres sinodales “para las familias cristianas, que las estimule a valorar los dones del matrimonio y de la familia, y a sostener un amor fuerte y lleno de valores como la generosidad, el compromiso, la fidelidad o la paciencia.” (Ibid)

A modo de ejemplo, quiero presentarles de dicha exhortación, una preocupación de la Iglesia por aquellos jóvenes que desconfían hoy día de la institución (sacramento) del matrimonio.  Dice el Francisco: “Por otra parte, es preocupante que muchos jóvenes hoy desconfíen del matrimonio y convivan, postergando indefinidamente el compromiso conyugal, mientras otros ponen fin al compromiso asumido y de inmediato instauran uno nuevo. Ellos, «que forman parte de la Iglesia, necesitan una atención pastoral misericordiosa y alentadora»[316]. Porque a los pastores compete no sólo la promoción del matrimonio cristiano, sino también «el discernimiento pastoral de las situaciones de tantas personas que ya no viven esta realidad», para «entrar en diálogo pastoral con ellas a fin de poner de relieve los elementos de su vida que puedan llevar a una mayor apertura al Evangelio del matrimonio en su plenitud»[317]. En el discernimiento pastoral conviene «identificar elementos que favorezcan la evangelización y el crecimiento humano y espiritual»[318].” (n 293)  Ven queridos jóvenes, ¿acaso esto no es la misma actitud del pastor que Jesús nos enseña en la parábola de hoy?

Para concluir, con esta primera parábola, quisiera citarles una hermosa cita de San Ambrosio: “Alegrémonos, pues, que esta oveja que había perecido en Adán sea recogida en Cristo. Los hombros de Cristo son los brazos de la cruz; aquí he clavado mis pecados, aquí, en el abrazo de este patíbulo he descansado.”

Brevemente, en la segunda parábola para esta catequesis, Jesús nos habla de una mujer que tenía 10 monedas y pierde una. Jesús pregunta a los murmuradores: ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla?  A esta mujer que la falta algo importante para ella,  lo primero que hace es encender la lámpara. En su desesperación, busca luz para ver, para encontrar. –Encender la luz, es decir, ir a la palabra divina que descubre las cosas ocultas- (Gregorio Niceno). La mujer enciende una antorcha. ¿Qué es una antorcha?  Es una llama en un vaso de barro. En el barro de nuestros cuerpos, en el barro de nuestras vidas a los cuales nos quiere sumir el pecado, Jesús nos propone darle luz, darle Calor, darle energía con su antorcha, antorcha que brilló en Belén, antorcha que resplandeció en la noche de la resurrección y antorcha que se posó sobre los apóstoles en Pentecostés.

Queridos Jóvenes, ante cada extravío, cada debilidad, Jesús nos invita a buscar su Luz, que ilumina, que nos da sabiduría para barrer nuestros escombros, para limpiarnos de todo aquello que nos impide verdaderamente actuar como hijos e hijas de Dios, como personas a imagen y semejanza de Dios. Que esta Jornada Mundial de la Juventud sea esa antorcha encendida que nos permita sentir la alegría de haber encontrado la moneda más valiosa, la piedra angular, Cristo Resucitado.

Terminemos con esta oración: Oh Padre, que nunca nos separemos de tu infinito Amor. Que experimentemos ese Amor a pesar de nuestras limitaciones y caídas. La memoria viva de tu gran Amor nos motivará a aceptar  la misericordia. Queremos experimentar y agradecer siempre el perdón, fruto de Amor.  Queremos escuchar y comprender siempre esas palabras de Amor que le dijiste al hijo mayor: tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo (Lc 15, 31).

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here