(Homilía de la misa de la segunda catequesis)
XXXI Jornada Mundial de la Juventud, Cracovia 2016
jueves, 28 de julio
Roberto O, González Nieves, OFM
Arzobispo Metropolitano de San Juan
Queridos jóvenes:
La catequesis que acabamos de celebrar, y cuyo tema fue, “Dejarse tocar por la misericordia de Cristo”, se ve ilustrada conmovedoramente en el evangelio de hoy. Veamos.
La parábola de hoy, como toda parábola, siempre tiene personajes y un gran protagonista. Les pregunto, ¿Quien es el protagonista de hoy? ¿El hijo menor, el mayor o el Padre? Solemos pensar que es el hijo menor, porque se le suele llamar, la parábola del hijo pródigo. Sin embargo, el gran protagonista de la parábola de hoy, realmente, es el Padre.
En estos dos hijos nos podemos ver representados todos y todas, especialmente la juventud, época de la vida que nos transita de la niñez a la adultez. Época donde se nos abre un mar de oportunidades, desafíos y tentaciones, como a estos dos hijos del evangelio de hoy.
Jesús acentúa las conductas negativas, las faltas, las debilidades, la vulnerabilidad de estos dos hijos, no para condenarles, ni para juzgarles, sino para reflejar el verdadero rostro Misericordioso del Padre.
En cierta manera, ambos hijos, se habían alejado del Padre. Uno, física y espiritualmente, quería dinero, quería libertad, quería distancia de su familia y se va. Luego, regresa, no tanto por arrepentimiento, sino por hambre y necesidad. El otro, aunque siempre estaba físicamente con su Padre, aunque no había derrochado sus bienes, también estaba alejado espiritualmente del Padre. Su corazón no estaba en sintonía con el corazón amoroso, misericordioso, reconciliador del Padre. Y, esta incapacidad de reconocer el corazón misericordioso de su padre, le impedía saber ser hermano, ser fraterno, ser misericordioso y renegar del otro como hermano.
Estas actitudes de estos hijos alejados de un Padre Misericordioso las vemos en nuestras vidas, en las distintas etapas de nuestras vidas como hijos e hijas de la Iglesia. Unos se van físicamente, se enfrían, se distancian, se alejan. Otros, aunque están en la Iglesia y participan en todo, pero no tienen sus corazones en sintonía con el amor, la misericordia y la ternura de Dios. Y, como el hermano mayor, caen (caemos) en la tentación de excluir espiritual y socialmente a aquellos que juzgamos como pecadores. Pensamos que para estar bien con el Padre Misericordioso solo basta con seguir las leyes, con obedecer los preceptos, y que por ello, tenemos el mérito para juzgar, para excluir, para señalar y para distanciarnos de otros.
Ambas actitudes no nos permiten vivir la alegría del Evangelio y, por ello, es que Jesús nos propone la figura del Padre, el gran protagonista de esta parábola. El Padre, no solo va al encuentro del hijo perdido, alejado y “muerto a la vida”, sino también va al encuentro del hijo que aunque sabe obedecer, no sabe ser hermano, aunque presente en la casa del padre, alejado de su corazón misericordioso.
Ese Padre, ante el pecado de sus hijos e hijas, ante el alejamiento y la frialdad, nos sorprende al querer tocarnos y recibirnos con su misericordia. Como en la parábola de hoy, Dios siempre sale a nuestro encuentro, no con violencia, ni ira, ni juicios ni prejuicios, sino con su ser amoroso, con su corazón misericordioso, y con la ternura de su Palabra.
¿Y, cómo es que Dios sale a nuestro encuentro? Dios sale a nuestro encuentro con su Palabra, con su Iglesia, con sus sacramentos, especialmente el de la reconciliación. También Dios sale a nuestro encuentro mediante el cristiano y la cristiana que es Misericordioso como el Padre. Nos dice el evangelio que el Padre, ante el regreso hizo una fiesta. Una fiesta donde el verdadero banquete no era el ternero cebado, sino, la misericordia de Dios, que es infinita y, para nuestro gozo, alcanzable.
Este Año Santo de la Misericordia, esta Jornada Mundial de la Juventud, también son fiestas de la misericordia, del amor, del perdón y de la reconciliación. Así muy bien lo proclama nuestro Santo Padre, Papa Francisco en su bula (decreto), Misericordiae Vultus: “Este es el tiempo oportuno para cambiar de vida! Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón.” (n. 19).
Y, como dice Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelium Gaudium, “¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva!” (264).
Jesús, nos habla en esta parábola como el Padre tocó con su misericordia los corazones de sus dos hijos, para enseñarnos, que ningún corazón puede estar tan alejado del Padre lo suficiente para ser tocado con su misericordia. Y, Jesús nos toca con su misericordia por su amor, por su cercanía, porque, a pesar de su ascensión, sigue siendo un Dios Con Nosotros.
Me gusta la manera que el Papa Francisco expresa la cercanía de Jesús en la Exhortación Apostólica, Amoris Laetitia.” Recordemos que el mismo Jesús comía y bebía con los pecadores (cf. Mc 2,16; Mt 11,19), podía detenerse a conversar con la samaritana (cf. Jn 4,7-26), y recibir de noche a Nicodemo (cf. Jn 3,1-21), se dejaba ungir sus pies por una mujer prostituta (cf. Lc 7,36-50), y se detenía a tocar a los enfermos (cf. Mc 1,40-45; 7,33). Lo mismo hacían sus apóstoles, que no despreciaban a los demás, no estaban recluidos en pequeños grupos de selectos, aislados de la vida de su gente.”
En la creación, nos dice el libro del Génesis que “…el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo” (Gn. 3, 7) Cada vez que nos dejamos tocar por la misericordia del Padre, es una nueva creación de Dios en el corazón humano, pues lo renueva, lo moldea para que sea a su imagen y semejanza. Digamos hoy: Oh, Dios, tócame con tu misericordia; hazme un instrumento de tu misericordia. Amén.