(Homilía de Padre Obispo Rubén González Medina con motivo del Vigésimo Segundo Aniversario de la Pascua de la Madre Dominga, el 18 de enero)

“Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”, (Salmo 39).

“Alabado sea Jesucristo que es el mismo ayer, hoy y siempre”.

Dios pone en nuestro camino pesonas que con su estilo de vida y testimonio nos animan a responder al llamado de Dios. Hoy lo vemos claramente a través de la palabra de Dios que hemos escuchado. En el Antiguo Testamento Elí enseña al joven Samuel a responder al llamado de Dios, en el Nuevo Testamento Juan Bautista anima a dos de sus discípulos a seguir a Jesús, el Cordero de Dios. A Belén Guzmán Florit – madre Dominga- el P. Martin Luykck.

Los caminos de Dios son asombrosos y en situaciones que aparentemente no tienen gran relevancia Él se las ingenia para abrirnos los ojos y lanzarnos por nuevas rutas, nuevos senderos, nuevos caminos, si es que estamos dispuesto a seguir su llamada, su invitación.

Simplemente una palabra “Sí”, lo resuelve todo o como bien dice hoy el salmista: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.

Madre Dominga era feliz donde estaba, disfrutaba lo que hacía y lo hacía bien. Estaba realizando su misión como educadora y trabajaba con entusiasmo. Eso le daba satisfacción, era feliz… Y es allí, en su realidad, en el diálogo con sus alumnas en las visitas que hace a las comunidades, que descubre que existe una problemática muy fuerte que está minando la base, el fundamento de nuestra sociedad, la Familia. Ella decía: “Estamos educando a los niños en el salón, pero ¿qué tienen cuando van a sus casas? Hace falta que Cristo esté en el corazón de la familia”. De ahí surge su lema: “Llevar a Cristo a la Familia, y la Familia a Cristo”. Consigna que servirá para definir el carisma de las Hermanas Dominicas de Fátima.

Hoy damos gracias a Dios por la vida de esta singular mujer puertorriqueña, fundadora de esta querida comunidad religiosa, cuyo proceso de canonización hemos iniciado. Madre Dominga se abrió a la acción del Espíritu Santo y se lanzó a buscar opciones viables para ayudar a que nuestras familias tengan un verdadero encuentro con Jesucristo y lo pongan en el centro de sus hogares. “Porque en Cristo, como dice el Papa Francisco, nace y renace la alegría”.

“Fijos los ojos en Jesús”

Madre Dominga, aplicándole y parafraseando la antífona de entrada de la Eucaristía que canta la santidad de una religiosa, “Prefirió el amor del Señor Jesucristo, a quien vio, al que amó, en quien creyó y al que eligió, por encima de las seducciones del mundo y la cosas pasajeras”, y solo a Él le entregó su vida, trabajando por el bien de nuestras familias.

Esta mujer con su estilo de vida nos estimula a cada uno de nosotros y de nosotras a trabajar en favor de la familia desde la vocación específica que hemos recibido.

A las hermanas de Fátima de una manera particular las interpela para que realicen con audacia la misión que han asumido en el aquí y en el ahora de nuestra historia. Su ejemplo las empuja a seguir realizando su apostolado “en la calle” como tan insistentemente nos ha estado repitiendo el Papa Francisco.

Mujeres como la Madre Dominga transforman la historia porque hacen presente “al Verbo de Dios, que haciéndose carne en Jesucristo, se hizo también historia y cultura”- Benedicto XVI-.

Hermanas, no olviden que su misión en la Iglesia es ‘LLEVAR A CRISTO A LAS FAMILIAS Y LAS FAMILIAS A CRISTO’. Y esto hoy más que nunca exige creatividad, audacia, ternura para servir a todas las familias, especialmente aquellas donde el Evangelio no ha sido suficientemente anunciado y acogido. Porque en nuestro Puerto Rico de hoy, ustedes mujeres consagradas, con su testimonio de vida son el rostro materno de Dios y Trino que “bendice, vivifica, levanta, sana y libera”.

Familias aquí presentes, que beben también del carisma de la Madre Dominga, con palabras del Papa Francisco les recuerdo “Que tener un lugar a dónde ir se llama Hogar. Tener personas a quienes amar, se llama Familia. Y tener ambas es una bendición”.

Por eso, les invito, a que hagan de su casa, un hogar, un templo, donde Jesucristo sea el centro.

“Alabado sea Jesucristo que es el mismo ayer, hoy y siempre”.

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