Fray Mario A. Rodríguez León, O.P.
Para El Visitante
“Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios” (Mt. 5,8). Solamente un corazón transparente y limpio, indivisible puede “ver” a Dios y Dios, en su infinita misericordia, se deja ver a través de ese corazón. Para Santo Tomas de Aquino, “El primer principio de la purificación del corazón es la fe y si está perfeccionada por la caridad formada, causa la purificación perfecta.”(1) Un buen ejemplo, lo es el de la Madre Dominga Guzmán, O.P. (1897-1993). La fe, como todos sabemos es obra de Dios, no es obra nuestra. La fe es un don gratuito, no es una conquista humana, porque la fe siempre es una iniciativa de Dios. Esta confianza absoluta en Dios, uno y trino, constituye el fundamento de la vida cristiana y, en particular, por la fe en Cristo somos nueva criatura (2Cor., 15-17). Es una fe arraigada en lo más profundo e íntimo del corazón del creyente. Para San Agustín, el ser humano “cree con el corazón”. La fe es la primera de todas las virtudes. En hebreo, las palabras creer (héèmin) y fe (émunah) están formadas a partir de la misma raíz que la de la palabra amén. Según Pierre Descouvemont, “estos términos evocan la solidez de la firmeza de la fe. El creyente hace reposar efectivamente, su convicción en la Palabra del mismo Dios que se presenta en la Biblia como el Dios sólido (émet) sobre el que podemos apoyarnos con toda seguridad.”(2)
Fue precisamente la virtud sobrenatural de la fe lo que marcó indeleblemente el corazón de la Madre Dominga Guzmán, O.P., pues en ella, en la fe, encontraba su fortaleza y su fuerza. La fe es la firme seguridad de la que esperamos, la convicción de lo que no vemos, (Hebreos, 11,1). Nos señala Fray José Luis Alonso, O.P. que la virtud teologal que determinó la vida espiritual de la Madre Dominga fue la fe: “como la base profunda de una conciencia clara y completa de dependencia de Dios, desde afuera, como es lógico, lo que yo como persona y como sacerdote he podido ver en ella ha sido una fe grande, y una consecuencia de esa fe, es una integridad, una firmeza, porque ella también era fuerte de carácter y tenía la reciedumbre de su fe en Dios.”(3)
La productiva y larga vida de la Madre Dominga se sostuvo principalmente por la fe serena y luminosa que la condujo a vivir plenamente el Evangelio. Fue así como esta virtud teologal la transmitió a sus hijas las Hermanas Dominicas de Fátima. A juicio de Fray José Luis Alonso, O.P., la Madre Dominga fue una mujer de entrega sin límites a su pueblo, en particular a la gente de Yauco, que con gran cariño y afecto le mostraron reciprocidad. (4) A las personas que se le acercaban para que las aconsejara en sus vidas, la Madre Dominga les decía: “Tienen que ser mujeres y hombres de fe, esto les sostendrá en momentos de ansiedad, en momentos difíciles.”
Fue precisamente esa fe que ella aconsejaba y que habría de tener en momentos difíciles, la que le sostuvo en su vida. Sor M. Rosario Adrover, O.P., mujer sabia y prudente y quien conoció bien a la Madre Dominga, señala:
“La fe de la Madre Dominga la plasmó en su vida diaria. Sin la fe ella no hubiese podido sobreponerse a tantos momentos difíciles en su infancia. Sin una fe profunda hubiera desistido de continuar en la vida religiosa. Sin una fe acrisolada por la oración y la confianza en las hermanas no hubiese podido fundar una congregación dominica puertorriqueña, cuando en la década de los cuarenta se dudaba que las mujeres pudieran asumir cargos de gran responsabilidad. La fe fue en ella el fundamento de su santidad y de su vida espiritual.”(5)
Según Santo Tomás de Aquino, uno de los principales pecados que se oponen a la fe es el de la infidelidad. Ser fiel a lo que creemos, a nuestros principios y valores exige voluntad y disciplina, valor y sacrificio. La Madre Dominga fue siempre una mujer fiel a sí misma, a sus creencias, pero sobre todo a Dios. Era una religiosa de firmeza, fuerte de carácter, bondadosa y que no sucumbía fácilmente a la cultura de lo transitorio. Su inquebrantable fe fue lo que le permitió vivir a plenitud las virtudes teologales, la Esperanza y la Caridad, así como también las otras virtudes que adornan el abanico moral de su vida religiosa consagrada a Dios y a su prójimo. Los consejos evangélicos los vivió siempre desde la perspectiva de la caridad. Es “la fe que actúa por la caridad”, (Gál. 5,6) En la Madre Dominga nunca existió la separación entre la fe y la moral, para ella la fe es activa e implicaba en todo momento una praxis de transformación social, en particular a través de la familia puertorriqueña.
En la Madre Dominga encontramos ansia de lo infinito, anhelos íntimos de lo absoluto. Tiene sed de libertad creadora y de ahí brota su fecunda obra como fundadora. Su fe, como bien señala Romano Guardini, es audaz, “amplia y segura de sí misma, muestra una elevación de espíritu extraordinaria, un coraje que la hace capaz de realizar las hazañas más grandes.”(6) Esta era la fe impertérrita de la Madre Dominga, una fe dialogante, acrisolada por el fuego del amor que había en su noble corazón.
De acuerdo con San Agustín, “el edificio de nuestra fe se construye en la resurrección de Jesucristo.” Ciertamente, el edificio de la fe en la Madre Dominga se construyó desde la experiencia del Cristo Resucitado. Su espiritualidad cristocéntrica se alimentaba desde la luminosa vivencia de la fe y el seguimiento del Crucificado. Con frecuencia decía la Madre Dominga: “Para llevar a Cristo a la familia hay dos cosas importantes: llenarnos nosotras de Cristo en la oración y llevarlo a la familia. Hay que estar llenas de Cristo para poder llevarlo a la familia. La formación del corazón empieza ya en la cuna con los padres.”
La Madre Dominga estaba consciente de que la fe no estaba reñida con la razón o con la inteligencia. Siempre fue una mujer cultivada en las buenas lecturas. Entre sus autores favoritos se encontraban: los autores bíblicos, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Jesús, Thomas Merton, Sor Isabel de la Trinidad, Romano Guardini, Antonio Royo Marín, O.P., Jacques Maritain, Garigou-Lagrange, O.P., Andrés Marín Nzeynal, O.P. y Domingo Agustín Turcote, O.P., entre otros. Con frecuencia leía los periódicos El Piloto, L’Observatore Romano, El Visitante y las revistas Vida Religiosa, La Milagrosa y Sol de Fátima.
Desde los tiempos en que la Madre Dominga vivió en Bayamón y Cataño, durante su niñez entró en estrecho contacto con los frailes dominicos holandeses como, entre otros, Fray Martín Luyckx, O.P., Fray Martín J. Berntsen, O.P., Fray Raimundo de Valk, O.P., Fray Álvaro de Boer, O.P., Fray Félix Struik, O.P. y Fray Teodoro Veerkamp, O.P. En el año 2005, al recordar desde Holanda los retiros y cursos que le ofrecía a las Hermanas Dominicas de Fátima a principios de los años sesenta, sobre la Madre Dominga señalaba Fray Teodoro Veerkamp, O.P. lo siguiente: “La recuerdo como la ‘mujer fuerte’ de la Biblia, muy decidida y firme en sus propósitos y como una persona muy preocupada por una nueva formación intelectual de las hermanas.”(7)
La Madre Dominga, como mujer de fe, podía detectar las huellas de presencia de Dios en el mundo. Vivía constantemente el misterio indecible de la gracia. Como religiosa dominica sabía dar cuentas de su fe y de su esperanza. Su fe hizo de ella una mujer de búsqueda que en su vida afirmaba aquella hermosa frase de San Agustín: “Es preciso buscar como los que deben encontrar. Es preciso encontrar como los que deben seguir buscando.” Su búsqueda incesante no tenía límites porque su vida religiosa fue una constante conversión desde la perspectiva contemplativa de Dios. Fue este largo y destilado proceso espiritual el que la llevó a la cumbre de la santidad y es por eso que, unidas todas y todos en oración vigilante, pedimos al Dios de la gracia y la misericordia que pronto sea beatificada y canonizada la Sierva de Dios Madre Dominga Guzmán, O.P. y que ella continúe desde el cielo bendiciendo a su tesoro más preciado, las Hermanas Dominicas de Fátima y a todos sus colaboradores.
Notas:
(1) José M. Martínez Puche, O.P.; Diccionario teológico de Santo Tomás. Edibesa, Madrid, 2003, P. 348.
(2) Pierre Descouvemont: Guía de las dificultades de la fe católica. Desclée de Brouwer, 1992, p.84.
(3) Conversación de Fray José Luis Alonso, O.P. con Fray Mario A. Rodríguez, O.P., Colegio Santísimo Rosario, Yauco, Puerto Rico, 29 de agosto de 2005.
(4) ibid
(5) Conversación de Sor Rosario Adrover, O.P. con Fray Mario A. Rodríguez, O.P. en Santa Rita, Guánica, P.R., 2 de julio de 2007.
(6) Romano Guarnini: Sobre la vida de la fe. Ediciones Rialp, S.A. Madrid, 1963, p. 53.
(7) Carta de Fray Teodoro Veerkamp, O.P. a Fray Mario A. Rodríguez, O.P., Bergen Dal, Holanda, 18 de febrero de 2005.
(Artículo original publicado en El Visitante en la Edición 37 • 16 al 22 de septiembre de 2007)