Padre Sopocko fue un hombre extraordinario. Nació un primero de noviembre de 1888 en la región de Vilna, Lituania, y murió a la edad de 87 años el 15 de febrero de 1975, hace, exactamente, 48 años. Fue beatificado por el Papa Benedicto XVI el 28 de septiembre de 2008.
Gracias al Padre Sopocko, hoy la devoción a la Divina Misericordia está extendida por todo el mundo. Convencido, finalmente, de que el Señor era el autor y el artífice real de las revelaciones a sor Faustina Kowalska, que no eran meras alucinaciones y delirios de sor Faustina, Padre Sopocko, puede decirse, experimenta un cambio en su vida, hasta el punto de como escribe uno de sus biógrafos, “La labor que más apreciaba y más le absorbía fue la propagación del culto de la Divina Misericordia. Se entregó completamente a su realización y le fue fiel hasta el final”.
Sin lugar a dudas, este cambio en su vida se debió a la chispa que encendió en su alma, otra alma que estaba siendo llevada por los profundos mares de la Divina Misericordia, Faustina Kowalska. “Hacía falta una simple monja, sor Faustina, de la Congregación de la Madre de Dios de la Misericordia, que llevada por la intuición, me habló de ella brevemente, y lo repitió muchas veces, impulsándome a examinar, estudiar y pensar en esa verdad a menudo”.
Padre Sopocko era una persona activa, dinámica, estudiosa, con buena preparación pedagógica, teológica y pastoral.
Es el mismo Padre Sopocko el que narra en su Memorias las vicisitudes por las que tuvo que pasar a lo largo de los seis años que conoció a sor Faustina a través principalmente del confesonario, desde 1932 a 1938, año en que muere sor Faustina.
Les confieso que me he deleitado leyendo las Memorias de los vaivenes por los que atravesó la famosa imagen de la Divina Misericordia que hoy felizmente veneramos. Merece la pena que los compartamos, para conocer mejor, y mejor agradecer, al padre Sopocko, por su cooperación y entrega a la causa de la Divina Misericordia.
“Temiendo la ilusión, la alucinación y el delirio de sor Faustina, me dirigí a la Superiora, Madre Irena, para que me informara quién era sor Faustina, qué fama tenía dentro de la Congregación entre las hermanas y los superiores, y le pedí le hicieran reconocimiento médico de su estado de salud físico y psíquico.
Cuando recibí la respuesta positiva en cada aspecto, todavía durante una temporada estuve esperando, en parte no creía todo aquello, estuve pensando, rezaba e investigaba.
Les pedí un consejo a varios sacerdotes ilustrados para saber qué hacer sin decir de quién se trataba. En realidad se trataba de realizar algunas de las supuestas exigencias firmes de Jesucristo de pintar la imagen que veía sor Faustina y de instituir la Fiesta de la Misericordia Divina el primer domingo después de Pascua.
Finalmente, dirigido más por la curiosidad de saber cómo iba a quedar la imagen que por la fe en la veracidad de las revelaciones de sor Faustina, decidí realizar la tarea y pintar el cuadro. Hablé con un artista pintor que vivía conmigo en la misma casa, Eugenio Kazimirowski, quien aceptó pintar el cuadro a cambio de una suma de dinero, y con la Hermana Superiora, la cual permitió a sor Faustina ir dos veces a la semana a donde el pintor para darle las indicaciones y decir cómo tiene que ser el cuadro.
Tardaron varios meses trabajando la imagen, pero por fin, en junio o julio de 1934 el cuadro estaba terminado. Sor Faustina se quejaba de que el cuadro no era tan bello como la imagen que ella veía, pero Jesucristo la tranquilizó diciendo que estaba bien y añadió: “Ofrezco a los hombres un recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese recipiente es esta imagen con la inscripción: Jesús en Ti confío”.
Esta imagen tenía un significado algo nuevo y por eso no pude colgarlo en la iglesia sin permiso del Arzobispo. Me daba vergüenza pedírselo y más aún contarle el origen del cuadro. De ahí que lo colgué en un pasillo oscuro al lado de la Iglesia de San Miguel (en el convento de las Bernardas) donde me nombraron rector.
Sor Faustina exigía que colgara el cuadro a toda costa en la Iglesia, pero yo no tenía prisa. Finalmente durante la Semana Grande de 1935 me dijo que Jesús exigía que yo colgara el cuadro en la Puerta del Amanecer durante tres días, donde se celebraría el triduo para finalizar el aniversario de la Redención que caía en la Fiesta prevista de la Misericordia Divina, en el Domingo Blanco.
Después de la misa (una vez que se terminó el triduo) el cuadro volvió a su sitio anterior, escondido, y ahí permaneció todavía durante dos años. Hasta que el 1 de abril de 1937 pedí permiso al Arzobispo Metropolitano de Vilna para colgar el cuadro en la Iglesia de San Miguel.
El día 3 de abril de 1937 el Arzobispo Metropolitano permitía bendecirlo y colgarlo en la iglesia con la condición de no ponerlo en el altar y no revelar su origen.
Al Padre Sopocko se debe la propagación de la Devoción a la Divina Misericordia, de la que gracias a una humilde religiosa se había convencido y convertido.
Nadie mejor que sor Faustina conoce al Padre Sopocko. De él escribe que es una bella alma muy agradable a Dios por su profunda humildad. De él dice sor Faustina que el Señor le dijo que era un sacerdote según su corazón. A través de él derramo, le dice Jesús, consuelo a las almas dolientes, atormentadas; por medio de él Me ha complacido difundir el culto de Mi misericordia. También dice que sintió el gran sufrimiento que el Padre Sopocko experimentó por su colaboración en la obra de la Devoción de la Divina Misericordia, sufrimiento que son pocas las almas a las que Dios prueba con este fuego, en palabras de sor Faustina. Hoy veneramos al Padre Sopocko, del que podemos decir que, como santo Tomás, dudó, pero más tarde reconoció, amó y difundió la imagen y la Fiesta de la Divina Misericordia y al que Dios escogió para dar a conocer el culto de la Divina Misericordia, por el mundo entero.
Mons. Félix Lázaro Martínez, Sch.P.,
Obispo Emérito de Ponce