Cuando se pierden las luces en las sombras largas de la madrugada, lloran los portalones de las viejas iglesias parroquiales de Puerto Rico para dar paso a los cantores y devotos de las Misas de Aguinaldo. Para todos trae esta costumbre que empieza el día 16 el gozo de la proximidad de la Pascua y el recuerdo de otras tantas navidades.
Como en toda celebración tradicional, nadie se pregunta el porqué de esta octava anticipada de la Nochebuena, teniéndose por opinión general que se trata de una práctica inmemorial de preparación a la solemnidad del día 25 de diciembre. Y en efecto, lo es. Pero la noticia de su origen y las vías por donde, cruzando el Océano, llegó a estas Indias, se había perdido mucho antes de crearse la histórica fractura de la Guerra Hispanoamericana en 1898. Hoy, cuando renace esta tradición por toda la nueva geografía pastoral del Puerto Rico contemporáneo, creemos poder responder con certeza a la pregunta de curiosos y eruditos: ¿Cuál es el origen y de dónde procede esta costumbre inmemorial?
El Misal sevillano fue el primer libro litúrgico que conoció la Isla de San Juan desde que llegó a la bahía de San Germán su pastor don Alonso Manso en la Navidad de 1512. Fue el Arzobispado de Sevilla la sede metropolitana de las primeras iglesias indianas hasta 1546, por lo que su calendario litúrgico fijó las costumbres de las nuevas comunidades, como había formado y a las maneras de la religiosidad del Archipiélago canario, adelantado de los procesos americanos. Y entre las solemnidades del mes de diciembre se contaba desde siempre la fiesta de Nuestra Señora de la Esperanza, el día 18, con vigilia celebrada el 17. El misal y el breviario de la Iglesia sevillana seguían en esto la antiquísima institución que pasamos a historiar. El motivo principal de la traslación fue la dificultad de celebrar la fiesta de la Encarnación del Verbo en tiempo de Cuaresma, durante el mes de marzo. Para salvar el valor simbólico del número, el decreto redujo el tiempo entre ambas solemnidades a la distancia temporal de nueve días respecto a la Navidad de Cristo. No debió ser extraño a esta medida el hecho de la reciente conversión del pueblo visigodo del arrianismo a la fe católica, acontecida apenas 69 años antes, en el 587. El eco de los decretos conciliares de Efeso y de Calcedonia se advierte claramente en la pregunta retórica: “¿Pues qué es la festividad de la Madre sino la Encarnación del verbo?”… La creación de un continuo temporal litúrgico entre el 18 de diciembre y el primer día del año nuevo, integrando las memorias de la Anunciación y la Navidad, otorgaba una apoyatura sólida a la perfecta Humanidad del Verbo Encarnado.
No tardó el pueblo en unir la institución de esta fiesta a la leyenda del célebre Arzobispo de Toledo, San Ildefonso (607-667) cuyo traslado sobre la Virginidad Perpetua de Santa María se vinculó a la creación de la solemnidad del 18 de diciembre5.
Para aquellas fechas no había ocupado todavía la sede toledana y ni siquiera asistió el Concilio X en su calidad de Abad del Monasterio de Gali. Pero su devoción entusiasta a la Madre de Jesús lo convirtió tempranamente en uno de los santos más populares de la Iglesia visigoda y así nos entramos en el siglo XIII con que el primer milagro de Nuestra Señora narrado por Gonzalo de Berceo (c.1195-1264) es precisamente el de la entrega de la casulla por manos de la Virgen a su siervo San Ildefonso, en premio a la composición del Tratado y a la creación de la fiesta nueva.
La Regla de coro de la Catedral de Sevilla en el siglo XVI conserva todavía el sentido primero de la creación de esta fiesta al distinguir entre la Anunciación del mes de marzo y la Anunciación de diciembre. Esta constancia afirmativa de la vigencia del decreto conciliar toledano a 9 siglos de su promulgación excluye la posibilidad de que las actuales misas de aguinaldo procedan de la inserción de las antífonas expectativas llamadas de la O, creación probable del Papa San Gregorio Magno (540-604). Cantadas solemnemente durante los mismos días de la octava de que tratamos, anteceden lógicamente en más de 50 años a la solemnidad instauradas en el 656 para las iglesias hispanovisigóticas. Se extendió la fiesta entre el siglo XVI y el XVIII al calendario universal de la Iglesia Católica, con los títulos de la Expectación del Parto, o de la Esperanza de Nuestra Señora. Cabalmente Padre José Francisco de Isla (1703-1781) en su versión castellana del Año Cristiano del jesuita francés Jean de Croisset, nos da la clave de su evolución en el último tercio del siglo XVIII.
Entre los testimonios más antiguos de la existencia de la práctica de esta octava de misas en nuestro país, se encuentra el acta del Cabildo de la Catedral de Puerto Rico del 15 de diciembre de 1654, donde se dispone que se digan de madrugada las Misas de aguinaldo, celebrándose para esas fechas las del mismo día 16 y del 18 por fundación del dean don Pedro de Lizano.
El arraigo notorio de esta tradición en Puerto Rico y su actual difusión en el país confirman la aguda intuición de su fortuna histórica.
(Arturo Dávila)