(Homilía Ordenación Sacerdotal de Carlos R. Santiago Ramírez Parroquia Espíritu Santo, Levittown)
Querido Carlos, que hoy, en esta hermosa fiesta de Santa María Reina, entras al sacerdocio ministerial de Cristo Jesús; queridos familiares de Carlos; queridos hermanos sacerdotes y diáconos, religiosas, religiosos y fieles todos:
Tanto en la primera lectura de hoy como en el Evangelio se resalta el anuncio de la llegada de Jesús. Es un anuncio que siempre es nuevo. Lo hizo Isaías como vimos en la primera lectura de hoy, siglos antes de Cristo, lo hizo el ángel Gabriel al momento de la concepción según acabamos de leer en el Evangelio, lo ha hecho la Iglesia durante estos 20 siglos y lo seguirá haciendo hasta su segunda venida. Es un anuncio que la Iglesia hace de manera especial con sus ministros ordenados, consagrados y consagradas, y de manera particular con sus sacerdotes, ministerio al cual tú, Carlos, entras hoy.
Al anunciar la llegada del Mesías, resalta la palabra del ángel Gabriel a María: “Alégrate”. De la misma manera, esa palabra, “alegría” también sale de los labios de Isaías cuando anuncia al Mesías y cito: “Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín”. Hoy tú, vas a ser portavoz de esa alegría porque como dice el Papa Francisco, “con Cristo nace y renace la alegría” (EV n. 1). Que esta alegría que se ve reflejada en tu rostro, embargue toda tu vida. Es una alegría que surge de Cristo, que la fe la hace brotar pero es nutrida por la oración, por la fidelidad, por la obediencia. Cuando esto falta en un sacerdote, desaparece la alegría. Carlos, acoge este don con alegría y ejércelo en la alegría pascual que viene de la resurrección de Cristo. ¡Alégrate Carlos y alegra a los fieles a tu cuidado!
Carlos, por la puerta de esta Iglesia del Espíritu Santo, entraste hoy como diácono y cuando salgas lo harás como sacerdote. Y saldrás, también, a anunciar como Isaías, como el ángel Gabriel al Hijo de Dios, a Jesús; a anunciar su reino que no es de este mundo ni se parece a los de este mundo donde lo económico es lo más que importa, donde se impone una tecnología sin ética y donde el poder no es sinónimo de servicio sino de autoridad desmedida y opresión a los más pobres y vulnerables. Y lo harás siguiendo el ejemplo del apóstol Pablo expuesto en la segunda lectura de hoy.
Veamos, los consejos que nos da el Apóstol de los Gentiles:
1. “Investidos misericordiosamente del ministerio apostólico”: Hay que ejercer el sacerdocio de Cristo, investido de su misericordia. Como he dicho anteriormente, si el Amor es el otro nombre de Dios, la misericordia es su apellido. La misericordia es el mejor ornamento que le luce al sacerdote. Jesús, de quien hoy te haces su sacerdote, hizo de la misericordia la práctica de su prédica. Sintió misericordia con todos y todas: con pecadores y publicanos, con nacionales y extranjeros, con los suyos y con los que no estaban de su lado, con hombres y mujeres, con viudas, cobradores de impuestos, con los adúlteros, enfermos, ladrones. La misericordia de Dios no excluye a nadie. A todos alcanza su misericordia. Para defender la Verdad sobre la vida, sobre el matrimonio y la familia, sobre los legítimos derechos humanos, sobre la justicia y la paz no hay que ser inmisericordes, irrespetuosos e intolerantes. La verdad sin misericordia es una verdad desfigurada. Puerto Rico necesita una cultura rica en misericordia. Ayudemos a forjarla en estos tiempos de tantos desafíos. Carlos, te iniciarás en tu sacerdocio a pocos meses del comenzar el Jubileo del Año Santo de la Misericordia decretado por el Papa Francisco y que comienza el 8 de diciembre. Sé un sacerdote de la misericordia de Dios. Que ella siempre sea tu mejor signo visible del sacerdocio de Cristo.
2.Sigue San Pablo aconsejándonos: “no nos desanimamos y nunca hemos callado nada por vergüenza, ni hemos procedido con astucia o falsificando la Palabra de Dios”. San Pablo invita a no desanimarnos. Y lo hace porque sabe que es una de las grandes tentaciones que sentimos los que dedicamos nuestra vida al Evangelio de Cristo, Sumo y eterno Sacerdote. ¿Y, por qué hay esa tentación? El mismo apóstol nos da la respuesta: “Pero nosotros llevamos ese tesoro en recipientes de barro, para que se vea bien que este poder extraordinario no procede de nosotros, sino de Dios”. Toda la grandeza de la gracia y el ministerio sacerdotal está contenida dentro de nuestra fragilidad humana al que se compara con un recipiente de barro. Hoy te ungimos a ti, ungimos ese recipiente de barro que solo es irrompible con la gracia de Cristo. Lejos de Cristo, el barro se deforma, lejos de su Iglesia, se torna vulnerable. Pon, desde hoy, esa vasija de barro en las manos de Jesús, y nunca te quebrarás.
3. El próximo consejo de san Pablo es el siguiente: “manifestando abiertamente la verdad, nos recomendamos a nosotros mismos, delante de Dios, frente a toda conciencia humana. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús, el Señor” Lo más triste que puede haber es un seguidor de Cristo que predique para sí mismo, o predique para las gradas, o predique contrario al evangelio de Cristo. Los labios de un sacerdote deben hablar las palabras de Cristo y no las propias. Me gustó mucho una cita del Papa Francisco al respecto: “Mientras que él (el Bautista) es «la voz, una voz sin palabra, porque la palabra no es él, es otro. Él es quien habla, pero no dice; es quien predica acerca de otro que vendrá después». En todo esto está «el misterio de Juan» que «nunca se adueña de la palabra; la palabra es otro…Por lo tanto, «la palabra no está», está en cambio «una voz que indica a otro». Todo el sentido de su vida «está en indicar a otro»”. (Ref homilía Domus Sanctae Marthae, 24 de junio de 2013). Seamos sacerdotes cuyas voces indiquen solo la Palabra de Dios. Obviamente, nos toca aplicar la Palabra a la realidad en que vivimos, pero no nos adueñemos de la Palabra, porque nuestra Palabra, es de Otro, es la Palabra de Dios, Palabra que sana, cura, venda, salva, da esperanza.
4. Continúa san Pablo: “… nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús.” El sacerdocio no es una profesión, no es una casta privilegiada tampoco es una figura puesta en medio del pueblo para que se le rinda honor. Evitemos el clericalismo que tanto daño nos hace y tanto daño hace a la Iglesia. El sacerdote es servidor. El sacerdocio es un servicio a otros, no un servirse a sí mismo; es un servicio alegre que debe reflejar la ternura de Dios, es un servicio que no excluye ni descarta a nadie, es un servicio destinado a los más vulnerables, a los más pobres, a las ancianas y ancianos, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los que carecen de servicios de salud, de educación, de vivienda, de trabajo, de alimentación, un servicio hacia aquellos y aquellas que la cultura y las instituciones de poder como la economía, la tecnología, y los gobiernos generalmente y con frecuencia descartan.
5. Por último, dice san Pablo: “Porque el mismo Dios que dijo: «Brille la luz en medio de las tinieblas», es el que hizo brillar su luz en nuestros corazones para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro de Cristo. “ Carlos, con tus oraciones diarias, con la liturgia de las horas, misa diaria, la lectio divina, con tus meditaciones, reflexiones, momentos de contemplación y de adoración a Dios mantendrás, como dice san Pablo, brillando la luz de Cristo en tu corazón. Ello es lo que mantiene iluminado el corazón sacerdotal, lo mantiene cálido para que no se enfríe, lo mantiene latiendo para que no deje de detenerse.
Carlos, hoy aquí hay mucha gente te quiere. Ellos y ellas te brindan cercanía. Sé un sacerdote-pastor cercano a la gente. Recuerda que aislado, no se puede perseverar ni existir. Recordemos aquellas palabras del autor de los hebreos: “Porque todo sumo sacerdote tomado de entre los hombres es constituido a favor de los hombres en las cosas que a Dios se refieren… “(Heb. 5, 1). Carlos, has sido tomado por Dios entre las personas, a favor de las personas. Como Cristo, camina entre ellos, ve tras ellos, se la voz que des en medio de ellos vida a la Palabra que salva. Y, a ustedes, pueblo santo de Dios, les pido que oren por este nuevo ministro de la Iglesia.
Al terminar, quisiera agradecer la presencia de Mons. Iván Huertas, Vicario de vocaciones, a los hermanos sacerdotes y diáconos, en especial al Padre José Antonio Álvarez, formador que nos visita desde el Seminario Conciliar de Madrid donde Carlos culminó sus estudios. También de Madrid, nos asisten en la liturgia los diáconos transitorios: Alfonso Rodríguez y Juan Francisco Macías.
Reconocemos la presencia de su querido padre don Carlos R. Santiago Sánchez, de su querida madre Diana M. Ramírez Crespo y sus hermanos Yashira y Daniel. Gracias a ustedes por darle un nuevo sacerdote a la Iglesia. Carlos, además es hijo de esta comunidad parroquial del Espíritu Santo; fue bautizado aquí, fue estudiante aquí, en esta parroquia que tan bien dirige el Padre Milton a quien damos gracias por su acogida y a su equipo de trabajo. De una manera especial, damos gracias al coro parroquial: Voces de Alabanzas.
Agradecemos la presencia del Hon. Aníbal Vega Borges, Alcalde de Toa Baja; de la Hon. Migdalia Padilla, Senadora del Distrito de Senatorial de Bayamón; del Hon. Pedro Julio Santiago, Representante a la Cámara por Toa Baja, del Hon. Francisco Díaz Cortés, Presidente de la Legislatura Municipal de Toa Baja; del Sr. Jorge Ortiz, Vice Alcalde de Toa Baja y del Sr. Luis López, de la Oficina Municipal de Enlace con las Comunidades de Fe.
Que Nuestra Señora de la divina Providencia, Patrona Principal de toda la Nación Puertorriqueña, interceda por ti, Carlos, y por todos nosotros y nosotras ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.