Sin la estrella de Belén se cae en los abismos de la existencia. Esa luz que brilla sin desmerecer calienta el corazón, apacigua la exuberancia de lo mucho para dar con el mecanismo de lo conveniente por razón de escoger la mejor parte y evitar los fulgores de ocasión.

La invitación a ver a los Tres Santos Reyes en caravana mística es una oferta única de la bondad divina. Cobijarse de inocencia para rehabilitar los sentidos y dar rienda suelta a los sueños infantiles abre un mundo de amplios horizontes, de una eterna búsqueda de la belleza que se desvanece si no es inquietud constante de convivencia y lealtad al hermano.

Toda luz provee una buena ración para ver mejor, para no perderse en las sombras que acentúan el desplome del incrédulo, del que rechaza la luz verdadera, por quimeras y sofismas. Vivir con el deseo de tocar una estrella constituye un sí rotundo a los valores del espíritu, un acercamiento al paraíso que se comienza a vislumbrar cada vez que el anhelo de amar se torna en refugio para los desheredados de este mundo.

La Epifanía, nuestra fiesta más querida, transformó el corazón boricua para siempre. Esa identidad que se abre en ayuda y abrazo tiene afluente de ternura y misericordia. La expectativa de qué regalos nos traerán los Tres Santos Reyes clama por un mundo en paz, por una justicia verdadera, por una humildad que subraye nuestra herencia común.

Hoy, como ayer, en medio de crisis de toda índole, nuestras reservas espirituales están en armonía con los Tres Santos Reyes. Si tomamos rutas aledañas, confundidos con el dinero y el confort, visitaremos muchos lugares que son mágicos por su exuberancia, pero ninguno dará la talla para lograr con premura una transformación de alma y corazón.

Nos dice el Evangelio que tenemos que ser como niños, que la humildad, bella virtud, sea estandarte y dirección para llegar a la tierra que amamos. Sin ternura y compasión se agrietan los sentimientos y nos hacemos adultos huraños y mal humorados.

Ojalá que Puerto Rico celebre el día de la Epifanía con humildad, cariño y una alegría que refleje la sumisión al Niño Jesús. Sin la caravana de los Reyes, perdemos la ruta y nos hacemos extraños unos para los otros.

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