“Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría” (Mt. 24, 12). Esta cita del Evangelio de Mateo sirvió como punta de lanza para el Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2018. El Santo Padre afirmaba que, frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarían a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en sus corazones, que es el centro de todo el Evangelio. El Papa, citando a Dante Alighieri, hacía referencia a su descripción del Infierno en la que se imagina al diablo sentado en un trono de hielo; y que su morada es el “hielo del amor extinguido”.
Desafortunadamente, las fuerzas mundanas quieren moldear al hombre moderno para que prescinda de su capacidad y su necesidad de amar. Esto a pesar de que el mandamiento del amor es el mayor y el primero (Mt. 22, 38). El Papa Francisco afirma que lo que apaga el amor es ante todo la ambición por el dinero, “raíz de todos los males” (1 Tm 6, 10). Simultáneamente le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo permanecer con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos. Asimismo, expresaba que existen los falsos profetas que son como “encantadores de serpientes”, o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas a donde ellos quieren. También expone que intervienen otros falsos profetas que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, que en el fondo son totalmente inservibles.
Benedicto XVI afirma que el mandamiento del amor significa dejar que Dios viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él. Solo así nuestra fe llegará “a actuar por la caridad” (Ga 5, 6) y “él morará en nosotros” (1 Jn 4, 12). Sin embargo, si falta el ingrediente principal del amor, con no poca frecuencia, el alma será atacada por el odio, la tristeza, y un fuerte sentimiento de vacío interior. En la exhortación apostólica Evangelii Gaudium el Papa Francisco describe las señales más evidentes de esta falta de amor en las comunidades: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras, la mentalidad mundana que induce a ocuparse solo de lo aparente. En nuestro entorno se manifiesta a través de la violencia, el rechazo del otro, las cerrazones, las guerras, las injusticias, entre otros.
A tenor con lo anterior, es necesario señalar también que el individuo se muestra indiferente, todo da igual, y no existe empatía por nada. Peor aún, indica Blaise Pascal, “la persona que no ama o no se deja amar por Dios, intenta inútilmente llenar su vacío con todo lo que le rodea, buscando en las cosas ausentes el auxilio que no consigue en las presentes. Es a través de esas cosas ausentes que las personas intentan llenar el corazón. Sin embargo, olvidan que el abismo infinito solo puede ser llenado por un objeto infinito e inmutable; es decir por Dios mismo, que es amor”. Dicho de otra manera, cuando el ser humano olvida que Dios le ama, comienza a buscar ser amado; y germina entonces la violencia para sustituir el amor de Dios. Como consecuencia surgen las envidias, los celos, los desprecios, y la muerte.
Cabe preguntar, ¿qué podemos hacer para renovar el amor que se ha extinguido? Primeramente, es necesario señalar que el corazón de Dios nunca se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos, poco a poco, recomenzar y renovar el amor que se ha extinguido. La Madre Teresa de Calcuta indicaba: “No siempre podemos hacer grandes cosas, pero sí podemos hacer cosas pequeñas con gran amor”. Por otra parte, y través de toda la Cuaresma, la Iglesia nos ofrecía el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno. A través de la oración nuestro corazón descubrirá mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos. Por medio del ejercicio de la limosna nos liberaremos de la codicia, y descubriremos que el otro es mi hermano; y que lo que tengo nunca es solo mío. Además, el ayuno debilitará la violencia, nos desarmará, y se convertirá en una importante ocasión para crecer en nuestra vida interior.
Hoy, sale a nuestro encuentro una vez más la Pascua del Señor; aquella que anuncia la posibilidad de despertar el amor de Dios en nuestros corazones. La clave para renovar el amor está, no tanto en obedecer leyes, sino en entregar el corazón a Dios. El Evangelio no es un libro del que solo emanen leyes, sino el anuncio de una nueva vida que Jesús nos trae. San Agustín lo expresaría de la siguiente manera: “Ama, y haz lo que quieras”. Dios no se contenta, afirma Benedicto XVI, con que nosotros aceptemos su amor gratuito. Él no se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2, 20). Romano Guardini asegura que “si al odio respondemos con amor hemos conquistado la verdadera libertad. Una libertad que ya no depende de la actitud del otro; y que es capaz de amar incluso cuando el otro le da, aparentemente, derecho a odiar”.
Así pues, imploramos al Todopoderoso que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu. Que podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan Eucarístico nuestro corazón vuelva a arder de fe, esperanza y caridad. Así, la Pascua se convertirá en la fiesta que renueva el amor que se ha extinguido.