La Cruz es el “No” definitivo e irreversible de Dios a la violencia, a la injusticia, al odio, a la mentira, a todo lo que llamamos “el mal”; y, es al mismo tiempo, el “Sí”, igualmente irreversible, del amor, a la verdad, al bien. Es el “No” al pecado, y el “Sí” al pecador. Es el Sí de Dios a la humanidad. Es el perdón gratuito de nuestro Dios que no rechaza ni excluye sino que acoge y perdona.
La cruz no “está”, contra el mundo, sino para el mundo: para dar un sentido a todo el sufrimiento que ha habido, hay y habrá en la historia humana. “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, dice Jesús a Nicodemo–, sino para que el mundo se salve por medio de Él” (Jn 3, 17).
La cruz es la proclamación viva de que la victoria final no es de quien triunfa sobre los demás, sino de quien triunfa sobre sí mismo; no de quien hace sufrir, sino de quien sufre sirviendo a los demás.
“Salve cruz santa y bendita donde murió el salvador”
En este Viernes Santo al contemplar la cruz de Jesucristo te invito a que te preguntes ¿Qué significa la cruz para ti? ¿Es el lugar donde un hombre bueno perdió la vida, donde un rebelde fue eliminado, o donde el Hijo de Dios murió para salvarte?
Al contemplar la cruz de Jesús hoy te invito a rezar esta hermosa oración del Papa Francisco;
Señor Jesús, Hijo de Dios, víctima inocente de nuestra redención,
ante tu estandarte real, ante tu misterio de muerte y de gloria,
ante tu patíbulo, nos arrodillamos, avergonzados y esperanzados,
y te pedimos que nos laves en el baño de sangre y agua
que salieron de tu Corazón traspasado; perdona nuestros pecados y nuestras culpas;
rompe las cadenas que nos tienen prisioneros en nuestro egoísmo,
en nuestra ceguera voluntaria y en la vanidad de nuestros cálculos mundanos.
Oh Cristo, te pedimos que nos enseñes a no avergonzarnos nunca de tu Cruz, a no instrumentalizarla sino a honrarla y adorarla, porque con ella Tú nos has manifestado la monstruosidad de nuestros pecados, la grandeza de tu amor, la injusticia de nuestros juicios y el poder de tu misericordia. Amén.
(Padre Obispo Rubén Antonio González Medina, cmf)