La decisión del Supremo de Estados Unidos que impuso el mal llamado “matrimonio” homosexual, NO ordenó la entrega de niños en adopción a parejas del mismo sexo.
Tampoco ordenó imponer la ideología de la perspectiva de género en las escuelas públicas del país, ni ordenó el cambio de sexo en la licencia de conducir.
Todas estas decisiones han sido tomadas por el gobierno de Puerto Rico, a través de sus órdenes ejecutivas, administrativas y jefes de agencia. El gobierno no solo apoyó públicamente la decisión del Tribunal Supremo de Estados Unidos y actuó para no defender el matrimonio entre un hombre y una mujer cuando fue cuestionado ante el tribunal federal en Puerto Rico, sino que ha ido más allá para transformar la idiosincrasia del pueblo a través de los decretos que ni siquiera pasan por la legislatura electa.
No bastó con nombrar funcionarios y jueces que abiertamente han proclamado la práctica pública de la homosexualidad, antes y después de ser nombrados, y que ahora incluso anuncian haber contraído “matrimonio” con sus parejas del mismo sexo.
Creo que es hora de recordarle a todos los políticos católicos su responsabilidad con la coherencia Eucarística, según proclamada por la Santa Madre Iglesia. Además, es hora de que todos miremos nuestros pecados contra la naturaleza: Pedimos lluvia, pero seguimos fomentando el calentamiento global con el uso indiscriminado del aire acondicionado hasta en los momentos más fríos de la noche cuando tenemos entonces que dormir con ropa de invierno. Pedimos agua pero seguimos malgastando este recurso natural a costa del sufrimiento de los más débiles, que no tienen los recursos para adquirir cisternas e, incluso, personas incapacitadas que no tienen quién les ayude a su almacenamiento. Pedimos ayuda del cielo para nuestro pueblo pero seguimos dañando las generaciones futuras con ideologías contrarias a la misma naturaleza humana.
Aprendamos a mirar nuestro ser hombre y mujer y la familia como Dios la creó como lo que es: un regalo del Creador. Ambas realidades de la naturaleza sexuada del ser humano no son un mero dato a superar en nuestro deseo de ser nuestros propios dioses. Son parte misma de lo que somos: seres humanos.
Ahora más que nunca, cabe recordar las palabras del Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’:
115. (…) «No sólo la tierra ha sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral de la que ha sido dotado».
155. La ecología humana implica también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre» porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo».120 En esta línea, cabe reconocer que nuestro propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común, mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una lógica a veces sutil de dominio sobre la creación.
Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse recíprocamente”.
(Oficina de Comunicaciones de Arecibo)