‘La Iglesia nació misionera y para existir debe seguir siendo misionera’

(Homilía de la misa de inicio del primer Simposio Internacional de Misionología en Casa Manresa, Aibonito)

Roberto Octavio González Nieves, OFM, Arzobispo Metropolitano de San Juan

Señor Delegado Apostólico, queridos hermanos Obispos, queridos hermanos sacerdotes y diáconos, directores nacionales de Obras Misionales Pontificias, religiosos, religiosas y representantes nacionales de Obras Misionales Pontificias; queridos hermanos y hermanas, todos.

Hoy les doy la bienvenida a Puerto Rico, una tierra que hace sobre 520 años fue traspasada con la lanza del ardor misionero de la Iglesia en ese entonces, para así forjarse como una nación de raíces cristianas y católicas, latinoamericanas y caribeñas en este gran continente, el continente de la esperanza. Hoy les damos una bienvenida que también es un agradecimiento enorme. Hoy, en ustedes, Latinoamérica está en Puerto Rico, y me atrevo a decir que Puerto Rico se siente orgullosamente latinoamericano. Los recibimos con alegría y cariño.

Hoy nos reunimos para la fracción del Pan en ocasión de la inauguración del Primer Simposio Internacional de Misionología en preparación para el V Congreso Americano Misionero a celebrarse en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) en julio de 2018. Es en este contexto de pastoral que irrumpen las palabras del profeta Isaías que acabamos de escuchar en la primera lectura de hoy: Volveré a Sion y habitaré en medio de Jerusalén. Dios quiere volver a Sion, no para vengarse, ni para azotar, ni destruir, sino para habitar en medio de Jerusalén. Dios quiere habitar. Un habitar que es vivir, que es presencia y que es dejarse sentir y ver. Dios quiere vivir en medio de Jerusalén. Quiere estar en el centro de su actividad. Dios no quiere habitar al margen, sino en medio porque siendo el centro, todo entonces gira en torno a Él. La actividad misionera hace posible ese habitar de Dios. La misión es el medio efectivo.

Esa centralidad de Dios también es resaltada en el Evangelio de hoy. Sucede, nos dice San Lucas, que los discípulos estaban discutiendo sobre quién de ellos doce era el más importante. ¡Miremos en la actividad en la que andaban envueltos estos enviados del Señor! Con tanto pobre, con tanto leproso, con tantos enfermos, perseguidos, prisioneros, vidas, hambrientos, menesterosos, los discípulos del Señor andaban ocupados en quién de ellos era el más importante, el más grande, el más privilegiado. También, nosotros y nosotras, los que estamos llamados a ser los más cercanos colaboradores del Señor, al igual que los discípulos, podemos caer en esta misma tentación: resaltar la grandeza propia y no la de Dios; la tentación de perder el tiempo en buscar grandezas, de invertir tiempo en crearnos un rostro y no en hacer presente el Rostro de Cristo Jesús misericordioso, reconciliador y amoroso.

¿Qué le dice Jesús a sus discípulos que estaban discutiendo sobre cuál de ellos era el más importante? “El más pequeño de ustedes es el más importante”. Jesús, el Maestro Bueno, les da una lección a sus discípulos para enseñarles a distinguir las falsas importancias de las verdaderas importancias. Jesús invita a sus discípulos, a sus misioneros de entonces y de ahora, a fijarnos en la pequeñez de este mundo y no en la grandeza que aplasta, en la grandeza que ignora, que abusa, en la grandeza que descarta, persigue y humilla.

Resulta también interesante la confesión del discípulo Juan a Jesús. Veamos: “Juan tomó la palabra y dijo: «Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre y, como no es de los nuestros, se lo hemos querido impedir». Jesús le respondió: «No se lo impidan; el que no está contra ustedes está a favor nuestro»”.

Vemos que los discípulos de Jesús a veces asumen actitudes que sirven de impedimento para la misión evangelizadora. ¿Cuántas veces nuestras burocracias, nuestras actitudes, nuestros prejuicios, nuestro afán de control sirven también de impedimento para la misión tan retadora que hay que llevar a cabo. Esas dos cosas: los deseos de grandezas, de querer ser el centro de todo y las actitudes de controlarlo todo, tentaciones que hay que vencer en nuestro afán misionero. Solo reconciliados podremos reconciliar y solo cuando nos abrimos a la comunión con los otros es que podemos atraer a otros a la vida en comunión. ¿Qué quiere decir esto? Que en la misión son fundamentales las actitudes, la preparación, el testimonio del misionero y la misionera. Que nunca se deben estimar esfuerzos para la pastoral misionera y que esta siempre debe estar muy cerca del corazón y del pensamiento y agenda del Obispo.

La Iglesia, no es que esté llamada a ser misionera, sino es que es misionera, nació misionera y, para existir, debe seguir siendo misionera. Debe involucrarse en una actividad misionera que la lleve a ir allí, a donde están, especialmente, los pequeños de este mundo, a aquellos que viven al margen de la economía, de la política, del glamur, del mundo de la intelectualidad y habitar, como dice Isaías, en medio de ellos y decirles que son los más importantes para Cristo y para su Iglesia.

La pastoral misionera de la Iglesia nos pide que vayamos, sobre todo, a adonde aquellos y aquellas que solo han percibido a este mundo como un lugar de tinieblas, de sinsabores porque la cultura de marginación, prejuicios y rechazos que se han erigidos por parte de los “importantes de este mundo”. Si los poderes de este mundo los ignora, la Iglesia, con la mirada de Cristo, se fija en ellos.

El Evangelio es siempre una invitación a ver en Jesús el Camino, la Verdad y la Vida. El Evangelio siempre es una invitación a volver a ver y a descubrir o redescubrir el método misionero de Jesús quien siempre estuvo en salida: en desiertos, playas y ríos, en campos y ciudades, en montes y llanos, en pequeñas y grandes urbes, en medio de pecadores, publicanos y prostitutas, fijando su mirada en todos y todas, en viudas, mujeres, hombres, niños, ancianos, paralíticos, leprosos, cobradores de impuestos, con extranjeros.

Como decía el Papa Francisco en Cuba: “El Evangelio…nos pone de frente al movimiento que genera el Señor cada vez que nos visita: nos saca de casa… La presencia de Dios en nuestra vida nunca nos deja quietos, siempre nos motiva al movimiento. Cuando Dios visita, siempre nos saca de casa. Visitados para visitar, encontrados para encontrar, amados para amar…” (Basílica Menor Santuario Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, Santiago de Cuba, martes 22 de septiembre).

Jesús, que siempre estuvo en movimiento, hoy nos pide que seamos una Iglesia en movimiento, una Iglesia que vaya a ser fuente de reconciliación y comunión, como reza el lema de este simposio. Pidamos la gracia de ser misioneros y misioneras en salida, pero en salida humilde. Salgamos con la mirada misericordiosa de Cristo y no con la mirada juzgadora de las falsas importancias de este mundo; salgamos a partir el pan y no para tirar piedras, sino para convertir las piedras en Pan de Vida. Solo así, seremos misioneros y misioneras de la reconciliación y la comunión de Dios en Jesús.

 

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