Sin importar la distancia, el color, la raza, o nacionalidad, todos, como hijos de Dios, podemos experimentar la profundidad de Su Misericordia. Según el mismo Jesús expresa, somos nosotros los pecadores, quienes más derecho tenemos a su Misericordia. Que no tema acercarse a Mí el alma débil, pecadora y aunque tuviera más pecados que granos de arena hay en la tierra, todo se hundirá en el abismo de Mi misericordia, (Diario, 1059).
Cuando reconocemos nuestra impotencia, nuestras heridas y el vacío interior que solo Dios puede llenar, debemos acudir sin temor a los brazos de Jesús, la Divina Misericordia, quien siempre nos espera para sanar y restaurar nuestra vida. Secretaria Mía, escribe que soy más generoso para los pecadores que para los justos. Por ellos he bajado a la tierra… por ellos he derramado Mi sangre; que no tengan miedo de acercarse a Mí, son los que más necesitan Mi misericordia, (Diario, 1275).
La omnipotencia de la Divina Misericordia está disponible de modo particular en el Sacramento de la Reconciliación, perdonando y obrando poderosamente sobre quien le ruega con humildad. Cuando te acercas a la confesión, a esta Fuente de Mi Misericordia, siempre fluye sobre tu alma la Sangre y el Agua que brotó de Mi Corazón y ennoblece tu alma. Cada vez que vas a confesarte, sumérgete toda en Mi misericordia con gran confianza para que pueda derramar sobre tu alma la generosidad de Mi gracia, (Diario, 1602).
Compartimos el testimonio de un hermano polaco, quien encontró en la Divina Misericordia la verdadera paz, fortaleza y estabilidad para su vida y familia. Así como él, y de modo especial en este Año Santo de la Misericordia, pidamos con confianza: ¡Oh Dios, crea en mí un corazón puro y llénalo de tu Misericordia!
Testimonio
Me llamo Marek, tengo 39 años. Hoy soy un hombre muy feliz, como marido y como padre. Mi felicidad se la debo solamente a Jesús. Mi vida religiosa era una gran mentira, desde mis años de juventud estaba atado por un espíritu maligno que no me permitía confesarme sinceramente. Durante más de 20 años viví en el pecado de sacrilegio, me acercaba al Sacramento de la Confesión con la mentira en el corazón. El motivo era sobre todo la vergüenza y el miedo que me paralizaban antes de realizar una confesión sincera. En los momentos más importantes de mi vida –la boda, el bautizo de mis hijos– recibí a Dios con el corazón impuro.
Viviendo de tal mentira mi corazón se llenó de una ira enorme, no tenía alegría en general, aunque tenía muchos amigos ante los cuales a menudo fingía ser un buen tipo. Mi matrimonio también era un ejemplo para otros, en medio de la ira, la rabia y la montaña de mis mentiras. Tenía falta de responsabilidad por la familia, pensaba solo en mí mismo y en mis compañeros de trabajo, con los que a menudo salía de fiesta. Debo aquí añadir que me avergonzaba de la fe, me avergonzaba de Jesús. Nunca rezaba con mi mujer ¡porque pensaba que eso no era para hombres! Esta situación se prolongó durante ocho años de mi matrimonio. Los años de soltero no los menciono, porque yo era una mala persona.
Como trabajo en la formación de los cuerpos de defensa armados, en mi cabeza aparecía con mucha frecuencia la idea de suicidarme; esa experiencia fue de gran sufrimiento porque en esa época un amigo se quitó la vida. Vivía con la convicción de que pronto yo terminaría así. Algo en mi interior me decía que no era nada, que no era capaz de hacer nada bien, y la mejor idea era mi muerte. Por aquel entonces todavía no sabía que Satanás puede actuar de ese modo en el hombre.
En 2008 vino al mundo mi hijo Simón, y rápidamente nos llegó la noticia de que estaba muy enfermo y no podría sobrevivir. Por primera vez me puse a rezar a Dios, pero mi corazón era un caos total con todo tipo de males y mi oración parecía infructuosa. Desesperado fui al Santuario de Nuestra Señora de Rychwałd para pedir la salud de mi hijo. Durante los avisos el párroco leyó que era posible inscribirse para una Peregrinación al Santuario de la Divina Misericordia de Cracovia-Łagiewniki para la Fiesta de la Misericordia. Reconozco que en un instante me vino a la cabeza la idea de que debía ir allí. Seguí con la idea y sin que nadie lo supiese me fui con los peregrinos de otra parroquia a Łagiewniki.
Lo que experimenté allí superó mis expectativas. Durante la Misa sentí que algo sucedía en mi corazón y empecé a sollozar y a llorar. ¡Esto no se puede describir! Aunque todavía estaba en pecado mortal, para Jesús esto no fue un problema. Fui para pedir la salud de mi hijo y regresé a la casa con la experiencia del enorme amor de Dios, como un toque tangible de Jesús. Pasó muy poco tiempo, cuando realicé la confesión general de toda mi vida. Sé que mi Señor y Maestro vio que iba a Łagiewniki con un pequeño grano de fe y el deseo de creer y ser diferente. Muy pronto llegué a la comunidad franciscana. Durante mi formación, mi hijo se recuperó, creció y se desarrolló de maravilla. Enamorado de Jesús empecé a conocer Su Misericordia. El momento más maravilloso según mi mujer fue el primer instante de la oración en común por la noche. Jesús me liberó de la vergüenza, me dio mucha valentía para empezar a dar testimonio de que ¡Jesús está vivo!
Maravilloso es también que la Misericordia de Dios ha protegido a mis hijos de verme como mala persona antes de la conversión. Ellos ya me recuerdan como un hombre que mira a Jesús.
Cuando contemplo la imagen de Jesús Misericordioso solo puedo alegrarme por las grandes gracias que Dios nos ha concedido a mí y a toda mi familia en Łagiewniki. Y mirando en casa la imagen de Santa Faustina a menudo le sonrío porque sé cuánto ha intercedido por mí y que todavía lo hace. Ella me enseña en su Diario cómo confiar y amar aún más. Soy miserable y pecador, pero sé que por mis venas fluye ¡sangre real!
Hoy el regalo más hermoso de Jesús es el hambre del Cuerpo del Señor y a veces digo con Santa Faustina: “Temo el día sin Eucaristía”. ¡Gracias a la Misa puedo vivir, y todo lo bueno que hay en mí se lo debo a la Sagrada Eucaristía!
El Señor Jesús me da a conocer lo débil que soy y solo gracias a Su gracia vivo y funciono. Sin embargo, me da un enorme conocimiento: lo mucho que me ama, ¡hasta la cruz!
Si a alguien mi testimonio le da el coraje para lanzarse al espacio de la Misericordia del amado Abba, ¡te doy gracias, Padre, por Tu misericordia insondable!
¡Jesús, en ti confío!
Marek Miękiński tiene 39 años. Es casado y tiene dos hijos. Desde hace cuatro años es miembro de la banda musical ODDANI, en el que dirige oraciones en retiros, cursos de renovación en el Espíritu Santo y predica el mensaje de la Divina Misericordia.
Naida Costa Marcucci
Coordinadora Divina Misericordia
Diócesis de Ponce