Una noticia preciosa integra la personalidad del padre de Campeche, así como la de todo su grupo familiar, en una sociedad – la del Puerto Rico del siglo XVIII- que aceptaba sin escrúpulos el jugoso negocio de la esclavitud africana. Tomás Campeche, que había conocido la condición servil hasta los 25 años de su edad, no duda en comprar el 1772 dos negros muleques -esclavos naturales de la costa de África, entre 7 y 10 años de edad- a la Real Compañía del Asiento de Negros. El liberto Tomás se proponía, obviamente, cobrarse durante el ancho margen de juventud que prometían, los dos niños africanos de 410 pesos de la transacción1. José Campeche, que cuenta para esas fechas con cerca de 21 años, se cría por tanto en un ambiente donde la esclavitud doméstica a la que estuvo sujeto su padre, es plenamente admitida como práctica inmemorial introducida desde la primera hora del establecimiento de los españoles en el arco antillano. La institución de la esclavitud de africanos, compañera rigurosa de la historia de la Ciudad de Puerto Rico desde su fundación en el siglo XVI, experimentará todavía un auge sensible en los años de plenitud vital de José Campeche, entre 1789 y 1809, como consecuencia directa del próspero comercio del azúcar y sus mieles ante la desaparición del mercado haitiano.
El medio urbano en que transcurre su vida debe a la pluma del monje benedictino Fray Iñigo Abbad y Lasierra la descripción más pintoresca que nos han transmitido los papeles del siglo XVIII. El paisaje que va a pintar Campeche en 1797 en el exvoto del asedio de los ingleses, es el mismo que ve Fray Iñigo entre 1771 y 1778, años de su estancia de Puerto Rico como confesor y secretario del Obispo D. Fray Manuel Jiménez Pérez:
“…La ciudad de San Juan Bautista de Puerto Rico, capital de toda la Isla, […] se halla en el extremo occidental de una isleta de 3 millas de largo al norte de la Isla grande. Un puente fundado sobre dos calzadas, que avanzan por un lado y otro en el mar, une las dos islas, dejando formada la bahía, que se comunica por los dos extremos con el mar de afuera. Aunque el terreno que ocupa la ciudad está levantado hacia la parte del norte, las seis calles que corren a lo largo de oriente a poniente son llanas, espaciosas y derechas. Las siete que cortan la Ciudad por lo ancho de norte a sur, aunque son igualmente anchas y rectas, tienen una parte de cuesta incómoda, …todas están desempedradas; en algunas partes se ve la peña viva, en otras es el piso de arena movediza que fatiga para andar…”2.
Tras esta descripción precisa de la topografía urbana, entra en la descripción de la vivienda que en frase del autor “…es tan varia como las clases o casta de sus habitantes…”. Por ella nos enteramos de que la familia de Tomás Campeche vive en una casa como “…las de los españoles y ciudadanos acomodados…”. En todas había huerto, sin contar los espacios ocupados por los bohíos y los solares baldíos que al tiempo en que escribía el Padre Abbad, daban a la ciudad el aire ameno que describe a continuación:
“…la posición de la Ciudad en el declive de la cuesta, los muchos huertos o patios poblados de vistosas plantas, las azoteas de muchas casas, algunos edificios perfectamente construidos y la proporción y rectitud de las calles, le dan una perspectiva extensa y agradable, hermoseada de árboles y plantas, que resaltan entre las casas, formando un bosque en poblado…”.
(Prof. Arturo Dávila)