Solemnidad de María, Madre de la Divina Providencia y
Cierre nacional del Jubileo de la Misericordia
(Humacao, 19 de noviembre de 2016)
INTRODUCCIÓN
Mis queridos hermanos Obispos, pastores y profetas en el Puerto Rico del siglo XXI; Su Excelencia Mons. Okolo, Delegado Apostólico; sacerdotes, colaboradores nuestros que sirven a lo largo y ancho de esta tierra borincana; diáconos que trabajan en el servicio de nuestras comunidades parroquiales; religiosos y religiosas, llamados a testificar a Cristo pobre, casto y obediente en una realidad de indiferencia y de grandes males sociales; seminaristas, comunidades parroquiales, líderes y servidores en medio de las casas del Pueblo de Dios; amigos y hermanos, sean todos bienvenidos a esta magna Celebración Nacional de la Virgen María, Madre de la Divina Providencia. Con esta fiesta nacional, también, cerramos el Jubileo de la Misericordia en nuestro País, aquí en Humacao, Diócesis de El Yunque y Casa del Camino de Santiago en Puerto Rico. Gracias por ser testigos y protagonistas en esta gran fiesta mariana que nos refiere a las raíces cristianas de nuestro pueblo puertorriqueño y al proyecto del Reino de Vida y de Misericordia que se nos ha encomendado.
Como ven, su juntan varios acontecimientos en esta celebración nacional puertorriqueña. Primero, nos acompaña y celebramos con la Virgen María, Madre de Jesús y Madre de la Divina Providencia. Como acompañó a Jesús y a sus discípulos en las bodas de Caná, hoy, quiere acompañarnos en Puerto Rico. Ella es la Madre de la Iglesia que nos llama a celebrar y a alimentar la identidad y alegría de este pueblo; pueblo que camina en medio de luces y de sombras. Es Ella quien nos ha convocado desde nuestras diferentes comunidades parroquiales y a través del País, para que celebremos con Jesús y le permitamos transformar nuestras vidas aguadas, heridas o enfermas, para convertirlas en vidas con buen vino, con espíritu y alma transfigurados, con verdadera pasión y ganas de vivir para dar la vida por los demás. Ella nos muestra a Jesús, Rostro Misericordioso del Padre, quien nos ama y quiere convertirnos en discípulos misioneros valientes, coherentes, firmes y apasionados, para que, podamos afrontar los retos de la historia de este pueblo y la difícil realidad que vive, actualmente.
También, hoy, esta Iglesia local Puertorriqueña cierra el Jubileo de la Misericordia. Este ha sido un año de gracia, un gran regalo del Papa Francisco al mundo, un año de conversión y de convivencia en el amor misericordioso de Dios, a través del cuál, se nos ha llamado a restaurar nuestra dignidad humana como hijos de Dios y hermanos, unos con otros; a restaurarnos como personas y como pueblo. Ha sido un año para experimentar su gracia y su perdón a través de la Puerta Santa, para que entráramos y saliéramos como discípulos misioneros, testigos de su amor misericordioso, a nuestras calles y sectores que sufren la violencia, la marginación y la pobreza, entre otros males. Durante este Año, se nos ha llamado a entrar en contacto directo con las familias dispersas, anónimas y heridas en su amor y sus proyectos de vida; a llevar y alimentar en nuestros niños y jóvenes la esperanza; y llevar por todas partes la vida nueva que brota del corazón misericordioso de Jesús.
Pero, también hoy, queremos una vez más confirmar y asumir nuestro mandato misionero que nos trae la Misión Continental, convocada por Aparecida y simbolizada en el Tríptico y en la Cruz Misionera. Misión renovadora de la Iglesia que, el Papa Francisco, no se cansa de pregonar con alegría y por todas partes: “Iglesia en salida, Iglesia de puertas abiertas; Iglesia pobre, acogedora y servidora del Reino de Dios y su justicia para todos”. Y, quién mejor para orientarnos, mostrarnos el camino y acompañarnos que, María, Madre de la Divina Providencia. Ella, con alegría y fuerza evangélica nos dice: “Hagan lo que Él les diga”.
Luego, en esta gran celebración, el Evangelio y la realidad del País, nos interpelan. Todos y cada uno de los aquí presentes, tenemos que interpelarnos y respondernos como bautizados e hijos de Dios: ¿Qué es lo que Jesús pide hoy a mi corazón? ¿A qué nos manda el Señor en un pueblo atrapado en una gran crisis social, moral, económica y política? Personalmente, yo, estoy convencido que se abre la esperanza para el País cuando respondemos como discípulos, como cristianos, como hombres y mujeres de fe que aman a esta tierra, y que la amamos de verdad, con pasión y orgullo nacional. Pero, este amor y esta esperanza, tendrían que sumergirnos en su realidad cotidiana de vida y de muerte como verdaderos testigos de Cristo, Misionero y Misericordioso. Sumergirnos en la gran desesperación de tantas familias, de niños y jóvenes, de tantos que la única puerta que encuentran es sacar un pasaje y abandonar el País. Sumergirnos en el dolor de tantos jóvenes a quienes la violencia provocada por el tráfico de drogas y de armas les arrebata la vida. Sumergirnos con espíritu misionero y alegría en la realidad de cada una de nuestras comunidades parroquiales. Luego, contemplemos a María que no permanece indiferente. Ella se hace profética y protagonista en la Historia de Salvación y da el gran Sí para que se inicie el proyecto de la Nueva Alianza. ¡Acoge la Palabra en su corazón y en su vientre!
PALABRA DE DIOS, PROFÉTICA Y LLENA DE FE Y DE ESPERANZA, DONDE MARÍA, MADRE DE JESÚS, SE HACE PROTAGONISTA DE LA HISTORIA NUEVA
La Palabra de Dios, manifestada en el Arca de la Alianza, congrega al pueblo de Dios, que celebra su identidad y su pertenencia con instrumentos y cantos de alegría y de esperanza. Pueblo de Dios que celebra su fe religiosa, y en torno a esta, hace memoria de su historia de salvación y liberación. Pero, aquella Arca del Viejo Testamento, anunciaba un Arca Nueva, Sagrario de Dios en el Nuevo Testamento y Madre de la Divina Misericordia. La Virgen María es la Nueva Arca de la Alianza que nos trae al Hijo de Dios, nacido de Mujer, para que seamos hijos en el Hijo: hombres y mujeres con dignidad, que no seamos esclavos, sino, personas libres y llenas de espíritu, de fe, de esperanza y de vida en el amor y la misericordia de Dios.
Hombres y mujeres de conciencia como pueblo, y pueblo cristiano, capaz de proclamar como María la misericordia de Dios, “de generación en generación”. María nos llama a ser siervos solo de Dios y servidores de su reino de justicia, sin miedo ni esclavitudes, y capaces de desafiar y tumbar a los poderosos de la corrupción, del narcotráfico, de la violencia, de la mentira, la demagogia política y a todos los ídolos que pretenden aniquilarnos como pueblo, como iglesia y como personas. Sí, hermanos, su llamada es ser hombres y mujeres de corazones sencillos y humildes que nos hagan capaces de buscar el bien común, el bien de todos, liberándonos de egoísmos y falsedades. Hombres y mujeres de corazones libres para amar y servir, para testificar la misericordia de Dios con los pobres y desamparados del País, que aumentan cada vez más con la crisis económica que sufre nuestro Pueblo.
Por eso, necesitamos que Jesús transforme nuestra agua en buen vino. Basta de vivir en el agua podrida de la dependencia colonial, en el agua amarga de la violencia que se lleva la vida de nuestros jóvenes; en el agua estancada del consumo y del placer desenfrenado, en el agua sucia de la corrupción que envilece a tantos con el lucro personal y el inversionismo político. También, a nivel eclesial tenemos que renacer para la misión: no podemos continuar atrapados en guerras fraternas y comunitarias que impiden la misión y la convivencia en el respeto y el amor. Basta de pastorales miopes, conservadoras y autoreferenciales; de programas rutinarios y de mínima expresión. La pastoral tiene que acompañarse de la misión, del testimonio y de la misericordia. Es la misión la que prepara el camino para la pastoral. O, en todo caso, tenemos que abrazar la pastoral con espíritu misionero. ¡No basta con alegrarnos con el Papa Francisco, y decir: es de los nuestros, es latinoamericano! Tenemos que escucharle e imitar su testimonio de vida con los pobres, los marginados, los descartados, los despreciados del mundo. Nuestro celo y pasión tiene que ser por el Reino de Jesucristo y por nada más. ¡Despierta Pueblo Puertorriqueño que naciste para vivir y no para morir! Despierta, hermano que nos bautizamos para ser discípulos misioneros, testigos de Jesús; y discípulos misioneros para la vida ! ¡Y se nos muere el pueblo por falta de vida e identidad, y nosotros tenemos y conocemos la fuente: Es Jesús, Rostro Misericordioso del Padre!
Hay mucha indiferencia hacia Dios en tantos hogares puertorriqueños, y en tantas familias, donde el consumo materialista nos endeuda a fuerza de tarjetazos, de vicios y de placeres que vacían nuestro espíritu y quiebran nuestro corazón. Basta del agua estancada en nuestras comunidades parroquiales que pierden el espíritu misionero y misericordioso, y se convierte en rutinarias y enfermizas. Basta de pastorales y ministerios que se realizan sin pasión ni celo por el Reino, y conducen a aislamientos egoístas que mutilan el testimonio y el compromiso con este pueblo. ¡Basta de pastorales y movimientos de carácter sectarios! ¡Basta! ¿Hasta cuándo? Seamos discípulos misioneros sin ambigüedades, sin peros ni excusas. ¡Llevemos vida y testimoniemos la esperanza y la alegría en Jesucristo!
Pueblo de Dios, Pueblo de Puerto Rico, hoy, María, Madre de la Divina Providencia, nos muestra a Jesús y nos dice: “Escúchenle”. Él nos llama a la fe y a la esperanza, como señalaron los Obispos en su último mensaje pastoral: “Como Pastores del Pueblo de Dios estamos llamados al anuncio profético de la esperanza ante estas circunstancias y, al mismo tiempo, a la denuncia de aquellos factores que atentan contra la dignidad humana y contra nuestra tradición e identidad como pueblo cristiano”, (Mensaje 2016, n. 3). Esta tradición e identidad cristiana puertorriqueña tiene como madre y modelo a la Virgen María. Ella, como en las bodas de Caná, nos llama a entrar en alianza de fidelidad y de entrega con buen vino en el corazón. También, hoy, María nos recalca: “Hagan lo que Él les diga”, es decir, que seamos sus discípulos misioneros en esta tierra herida y manchada de colonialismo, de dependencia, de violencia y sus flagelos del tráfico de drogas y de armas, de desgobiernos, de falsos valores, de ideologías y fanatismos, y del oprobio de los corruptos y de los poderosos. Mientras esta realidad impera en el País, los cristianos no podemos perder tiempo en nimiedades, y mucho menos, los pastores y ministros ordenados para servir y dar la vida por los demás.
JUBILEO DE LA MISERICORDIA: AHORA TERMINA Y AHORA EMPIEZA
Dios Padre que siempre nos ama y nos perdona, se nos ha mostrado en Jesús, Señor de la Misericordia y Dador de vida. La Iglesia nos llamado durante este Jubileo a experimentar su misericordia a través de la conversión, la reconciliación, la oración y la vivencia de la caridad con los necesitados. Muchos, pasando por la Puerta Santa hemos aceptado la llamada a renacer como cristianos y a convertirnos en discípulos misioneros y testigos de la misericordia. Nuestros corazones se han llenado de compasión y de sensibilidad fraterna con los que sufren. Son muchos los hospitales y los hogares de ancianos visitados, los enfermos y familias visitadas que han experimentado la cercanía y la presencia de manos generosas y reconciliadoras. Todavía, el primer fin de semana de noviembre, muchos confinados vivieron el Jubileo de la Misericordia en sus propios centros de reclusión. ¡Cuántos deambulantes, adictos, desempleados, niños y jóvenes maltratados, han experimentados el amor misericordioso de Dios a través de muchos bautizados que se lanzaron a las calles, respondiendo al llamado del Papa Francisco! Pero, ¿cuántos nos faltan en una época de injusticias, de miedos y dependencias? El Jubileo que clausuramos hoy tiene que empezar ahora como actitud permanente que nos identifique en el testimonio y cargando la cruz como discípulos de Jesús.
Ciertamente, muchas comunidades parroquiales crecieron y maduraron practicando la misericordia durante este Jubileo. Algunas han generado programas misioneros y pastorales para atender a los más necesitados, a los desamparados y descartados por la sociedad; programas que debemos empeñarnos en continuar con solidez y celo cristiano. También, durante este Jubileo, algunas Diócesis han iniciado y desarrollado los programas de Cáritas Parroquiales y Diocesanas. ¡Demos gracias, porque, esta es la Iglesia de Cristo que sigue a su Señor, Rostro Misericordioso del Padre, y tiene por Madre a María, Madre de la Divina Providencia y Madre de Misericordia! Esta es la Iglesia que busca entrar con mayor fuerza y testimonio en la dinámica del buen samaritano para llevar consuelo, vida y esperanza, a los orillados y apaleados al borde del camino. Esta es la Iglesia que busca con urgencia a la oveja perdida. Pero,¿cuánto nos queda por hacer?, y , ¿estamos en sumergidos en esa Iglesia?
Todavía, son muchas los niños que crecen en hogares fríos, sin amor, sin fe ni esperanza. Son muchos los jóvenes que abandona esta tierra bendita porque no encuentran quiénes alimenten su esperanza ni quienes les consuelen en sus heridas y vacíos existenciales. Son muchos los ancianos almacenados y cuidados por terceros, la mayoría de las veces, sin vínculos afectivos o abandonados a su suerte. Son muchas las personas que han abrazado a los ídolos y dioses falsos porque nos les hemos mostrados y testificado a Jesús, Rostro Misericordioso del Padre. Luego, no podemos cerrar el Jubileo de la Misericordia, y olvidarnos de estas realidades. La pregunta, ¿dónde está tu hermano?, también es para nosotros. El mandato de, “Ámense los unos a los otros como yo les he amado”, nos reclama el discipulado misionero.
Pero, estamos entretenidos y adormecidos, y no nos percatamos del grito de vida y misericordia, que brota en tantas familias y comunidades. Luego, el Jubileo de la Misericordia, ahora se clausura, y ahora comienza, con más fuerza y conciencia fraterna en nuestro corazón. Se cierra la Puerta Santa y se tiene que abrir la Puerta de tu corazón. No podemos continuar con nuestros estilos individualistas y condiciones egoístas de vida. Más que nunca, necesitamos experimentar la misericordia de Dios y “ser misericordioso como el Padre”. Aquella generosidad y cercanía misericordiosa que cultivaron nuestros abuelos, tenemos que recobrarla, y es nuestra misión y tarea urgente para este pueblo. De aquí, la necesidad y urgencia de la Misión Continental.
MISIÓN CONTINENTAL ¿CUÁNDO? TIENE QUE SER AHORA.
Luego, ha llegado la hora de acoger la Misión Continental en nuestros corazones y en nuestras realidades de vida, en cada una de nuestras comunidades parroquiales. “Con Cristo, Misioneros a Puerto Rico Entero”, no puede ser un simple slogan. Hay que llevarlo al corazón. Esta no es una campaña política, no es una propaganda publicitaria. Este pueblo está hastiado de este tipo de campaña hueca y sin compromiso. Se trata del mandato de Jesús a sus discípulos. Es la petición de nuestra Madre, la Virgen María, a todos aquéllos que siguen a Jesús: “hagan lo que él les diga”. Es el mandato de Jesús a todos aquéllos que le hemos encontrado en nuestras vidas y nos hemos dejado tocar por su amor y su misericordia. Es el mandato del Papa Francisco y de los pastores de la Iglesia en una sociedad marcada por la indiferencia y atrapada en los miedos y las ideologías. Es el grito de comunidades parroquiales cansadas y heridas en sus relaciones fraternas, que reclaman espíritu misionero a sus pastores, a sus líderes y ministerios. Si nos encerramos, se muere la Iglesia. Pero, la Iglesia, Pueblo de Dios, Sacramento de Salvación, Cuerpo de Cristo, y que tiene por Madre a María, está viva, y está aquí, donde, hay hombres y mujeres de fe, llenos de alegría y de esperanza.
Por eso, desde esta Diócesis de El Yunque, Diócesis creada y convocada para la Misión, les hago el llamado con carácter urgente y existencial: la Misión es ahora y no podemos esperar más. Este es el tiempo de la Misión, este es tiempo de la misericordia. Las familias y los jóvenes, y las áreas de la educación, la salud, la pobreza y la economía, tienen que entrar de lleno en nuestro espíritu y acción misionera. Nos acompaña la Virgen de la Providencia que nos sigue mostrando al Niño que nos trae la salvación, la alegría y la esperanza para el pueblo puertorriqueño.
Se requieren discípulos misioneros que abracen la fe, cambien sus vidas cómodas y anestesiadas por la indiferencia, y entren a la escuela del discipulado, que vivan la comunión y se lancen a la Misión, con Cristo, a Puerto Rico Entero. ¡Qué Viva Jesucristo, Señor de la Vida! ¡Qué Viva, María, Madre de la Divina Providencia! ¡Qué viva Puerto Rico, Nación Puertorriqueña!