Hace 7 meses este jíbaro del Barrio Pozas de Ciales llegó a Ecuador para encontrarse a sí mismo y comenzar a escribir su propia historia. Mi nombre es John P. Pecinkas Miranda, tengo 19 años, soy misionero desde los 14 y tomé una decisión que según la sociedad es irracional y meramente loca. En julio del año pasado aunque era estudiante de honor de antropología en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Río Piedras, decidí no continuar con mis estudios universitarios porque me sentía inconforme y nada me llenaba; lo único que me emocionaba era la misión.

El 2 de septiembre de 2017 llegué a la ciudad del Tena en Ecuador para apoyar la Unidad Educativa Fiscomisional Hermano Miguel, dirigida por la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl. Una escuela fiscomisional es una en la que el gobierno y la Iglesia colaboran en conjunto para llevar educación gratuita a los más necesitados, ya que la mayoría de los estudiantes provienen de familias y comunidades indígenas Kichwas. En esta escuela me dedico a apoyar en los campos de inglés y valores (religión).

Llegué pensando que iba a entrar directamente a trabajar en la escuela, pero, como suele ocurrir en las misiones, llegué para enfrentarme a otra realidad. El día que llegué, el Tena había recibido unas fuertes lluvias provocando inundaciones por  desbordamiento de los ríos. Muchas familias perdieron sus hogares, otros sus pertenencias como: camas y enseres. Los siguientes 3 días estuve trabajando con las Hijas de la Caridad repartiendo comida y artículos de primera necesidad a las familias afectadas. Cuando se controló la situación iniciaron las clases y comencé a trabajar en el colegio. Además de dar clases, ayudo a los estudiantes con problemas académicos y los apoyo en sus problemas personales. Igualmente ayudo en la pastoral del colegio.

A 18 días de estar en Ecuador, el huracán María pasó por Puerto Rico. A la distancia fue difícil ver imágenes de devastación, sin saber de mi familia. A los 15 días de María finalmente hablé con mi mamá, quería regresar para ayudar a mi País, pero comprendí que la Escuela y la Parroquia contaban conmigo por el siguiente año. Entonces entendí y aprendí que cuando se hace un compromiso se cumple.

Además de trabajar en el colegio, los fines de semana doy catecismo en tres comunidades indígenas. Soy encargado del trabajo pastoral de la Comunidad Kichwas San Francisco. Para llegar allá, tengo que  viajar 20 minutos en carro por un camino de piedras hasta llegar a orillas del río Misahuallí, allí dejo el carro y cruzo el río en canoa. Todo el sacrificio vale la pena porque luego de esta aventura, llegas a una comunidad más hermosa aún, donde predomina: la paz, la humildad, la unión y el amor. Es de admirar la sed que tienen estas personas de conocer a Dios, y cada viernes se reúnen niños y adultos para conocer más de Él. Voy allí a enseñar, pero siento que he aprendido más de ellos, que ellos de mí.

Quiero dejarlos con un mensaje que va dirigido a todos en especial a los jóvenes. Estar lejos de lo que uno está acostumbrado, al cambiar la rutina diaria, descubrí las maravillas de Dios en la simpleza. A veces hay que abandonarse a sí mismo para realmente encontrarse. Hay que ser “loco” e “irracional” para encontrar el camino que Dios tiene para ti. Busca donde te sientas alegre y lánzate, arriésgate a hacer algo distinto. Solo haciendo esta “loquera” fue que este jíbaro está, en la Amazonía, en la mitad del mundo, en el corazón de Latinoamérica. Tomen las riendas de su vida, escriban sus historias, encuentren la felicidad y escuchen su corazón.

John P. Pecinkas Miranda 

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