(Homilía del Domingo de la Resurrección del Señor en la Catedral de San Juan)
Queridos hermanos y hermanas:
¡El Señor Jesús ha resucitado, aleluya, aleluya!
Como dice el salmo de hoy: “Este es el día en que actuó el Señor. ¡Sea nuestra alegría y nuestro gozo!”, (Sal 117).
Decía un padre de la Iglesia, San Basilio, que: “Cristo, con su resurrección de entre los muertos, hizo de la vida de los hombres (y mujeres) una gran fiesta. Les dio la alegría de vivir una vida no terrestre, sino celestial”, (Basilio de Seleucia 468).¡Cierto es!
Hoy es… debe ser… un día de fiesta para la vida humana. La Pascua del Señor es una gran fiesta para toda la humanidad de todos los tiempos. La Pascua del Señor nos enseña que la muerte, al igual que la muerte de Cristo, puede ser algo temporal porque tu vida, mi vida, la vida de cada ser humano está destinada también a resucitar con Cristo. La fiesta de pascua no es otra cosa que la fiesta de vida nueva, resucitada, plena y eterna en Cristo Jesús.
Nos dice el Evangelio de hoy que María fue al sepulcro cuando todavía estaba oscuro. Estaba tan oscuro como la tumba misma estaba oscura y como el día que murió Cristo que se oscurecieron los cielos. Es que no puede ser de otra manera. Sin la resurrección del Señor, todo es tinieblas. Se nublan las almas, se ciegan los ojos, se oscurece toda esperanza. La ausencia del resucitado lo oscurece todo.
Celebrar la fiesta de la resurrección es una invitación a correr en medio de nuestras propias oscuridades hacia el encuentro con el Resucitado. Cristo ha resucitado para resplandecer en nuestros corazones tanto de los individuos como los corazones de los pueblos.
La luz de Cristo resucitado resplandeció en aquella tumba, en aquel sepulcro de piedra, oscuro y frío. Cuántos seres humanos debido a sus pesares, a sus odios, a sus mezquindades y materialismos han hecho de su ser un sepulcro de piedra donde entre sus paredes tienen depositado un corazón muerto porque son tan de piedras como el sepulcro mismo, un corazón frío y oscuro. Nada los ilumina.
Pero hay un motivo de alegría y esperanza. Cristo, al resucitar, no solo rodó la puerta del sepulcro de piedra, sino que, como María, corre a su encuentro; Él también puede rodar la piedra del sepulcro de nuestros corazones para hacerlos pasar de la oscuridad a la luz, de la frialdad al calor humano, la ternura, y de la tristeza a la alegría, de la desesperación a la esperanza que nunca falla.
Sobre este día santo y alegre de la resurrección del Señor, decía otro padre de la Iglesia: “Hoy la Iglesia, la heredera, se llena de alegría. Cristo, su esposo, que ha sufrido, resucita. Igual que acompañó al que padecía, hoy celebra al que vive” (Obispo Asterio de Amasea, 410).
Para la Iglesia, celebrar la Pascua del Señor es un acompañar al ser humano en su pasión y en su cruz para fortalecerlo, darle esperanza de que en Cristo resucitado todo se renueva, se comienza a ser nuevo nuevamente, a vivir como Cristo vivió para resucitar como Cristo resucitó.
Es la Pascua del Señor. ¿Qué significa esto? Es el paso del Jesús de la muerte a la vida, es el paso del mal al bien. Es el pasar de la desesperación a la esperanza. En su Pascua, Cristo nos dice “sígueme”; nos dice “levántate”, nos dice “vete y no peques más”, nos dice “tus pecados te son perdonados”, nos dice “ven a mí los que estén cansados y agobiados”; nos dice: “Alégrate”; “paz a ustedes”.
Si solo hemos acompañado al Señor en su entrada a Jerusalén, en su última cena y en su cruz y no lo hemos acompañado en su Pascua de Resurrección, nos hemos quedado a mitad del camino, sin llegar a la meta, sin la alegría del Resucitado.
La alegría de la Resurrección de Cristo no es solo para los individuos; es también un motivo de alegría y esperanza para los pueblos. De la misma manera que las personas no son excluidas de la alegría del Resucitado, tampoco se excluyen a los pueblos y las naciones, ya que la alegría de Dios es para la faz de la Tierra. Puerto Rico ha vivido un largo vía crucis, parece haberse situado en las latitudes del calvario. Muchas de las causas de nuestros males son debido a conductas humanas que han flagelado a nuestro pueblo. Puerto Rico ha sido golpeado por la violencia, por la corrupción, por la desgraciada práctica de repartirse el botín de los empleos, de las posiciones y los contratos tras un triunfo electoral. Mientras tengamos “líderes” con estas actitudes y otras iguales de irresponsables e indignas, Puerto Rico nunca va a tener su Pascua, nunca va a tener el tan anhelado éxodo a la felicidad, a la igualdad y a la libertad entre la familia de las naciones.
La Resurrección del Señor nos invita a todos y todas a bajar a Puerto Rico de esta prolongada cruz, nos invita a rodar la piedra del sepulcro donde los grandes intereses y la irresponsabilidad de tantos lo tienen sepultado para entonces hacerlo resplandecer con la luz del resucitado.
La alegría y la esperanza de la resurrección del Señor suscitan vida nueva. Hoy pedimos vida nueva también para Puerto Rico. Luz de Cristo resucitado, irradia a Puerto Rico, irradia a sus hijos e hijas; irradia a sus padres y madres, a gobernantes, artistas, maestros, maestras, personas en los medios, obreros, obreras, profesionales y funcionarios para vivir y actuar como hijos e hijas de la luz, del amor y la misericordia.
¡Que viva Cristo Resucitado! Aleluya, Aleluya.