Hablar de deudas no es un tópico agradable. Las deudas personales, en muchas ocasiones, son motivo de insomnio y hasta motivo de llanto. Las deudas colectivas o gubernamentales, por su parte, son motivo de grandes discusiones políticas y generan en el pueblo incertidumbre y desasosiego. No voy a hacer una disertación de soluciones financieras personales y mucho menos una disertación de indignación civil que pueda ser interpretada con los prismas de matices partidistas tan avivados durante estos días.

 

La manera en cómo inicia la segunda lectura de hoy (Rom 13, 8-10) me ha desconcertado grandemente. Me ha resultado fascinante que la expresión: “A nadie deban nada más que amor” que utiliza el apóstol Pablo contiene los dos elementos sustanciales que pienso me permiten forjar, desde ellos, la reflexión de la celebración de hoy. El primero de esos elementos es el endeudamiento. Desde esa óptica la sugerencia contenida en la lectura profética (Ez 33, 7-9) nos hace deudores de bien ante el mal que pueda hacer el malvado; su mal estará en los números de nuestras cuentas si no hacemos nada. Nuestros números se descuadran si no impedimos que el otro obre mal. Si, por el contrario, somos proactivos y actuamos en su bien, aunque sus números no le cuadren, nuestra cuenta estará conciliada. Entiendo que la primera parte del evangelio de hoy (Mt 18, 15-20) supone lo mismo: alguien que se sabe deudor del hermano y le regala parte del corazón. En las recomendaciones de Jesús el que da el paso en favor del que peca queda comprometido. Ese paso ha de ser dado en busca de que el hermano salga de su deuda, se libere de sus números rojos; es decir, del pecado. Así, tanto la advertencia de la que nos habla el profeta, como la corrección de la que habla el Maestro toman un sentido diverso a las deudas humanas. Creo que es lo que nos ha querido decir el apóstol en los breves versos de la segunda lectura de hoy. Está libre de deudas con la Ley de Dios quien constantemente reparte amor al prójimo. Porque quien ama ya ha cumplido toda la ley. Indudablemente habrá quien diga que cumplir las normas es hacer la caridad y he de señalar que ahí falta mucha precisión. Normalmente esperamos que quien cumpla las normas, lo haga por amor. Sin embargo, absolutamente nada lo puede garantizar. El apóstol nos enseña un camino a la inversa: primero se ama, y porque se ama se cumplen las normas; con el amor no quedan saldos pendientes. Es lo que, quizás, sugirió Pablo cuando dijo: amar es cumplir la ley entera.

 

Si las lecturas nos permiten mirarlas y entenderlas desde la óptica del endeudamiento, las oraciones propias de la celebración, al acentuar la dimensión del amor, nos permiten acercarnos al segundo elemento sustancial de la expresión paulina. La antífona de entrada nos refiere un Señor bondadoso; la oración colecta, por su parte, nos describe un Padre amoroso y la oración sobre las ofrendas se refiere a ese Padre como la fuente del amor sincero. La oración post comunión también hace una referencia al amor que tiene el Padre con su Hijo. Desde aquí se aclara todo.

 

Hemos de saldar las deudas de amor que le tenemos a nuestro prójimo porque así lo ha hecho Jesucristo. Él no se convirtió para nosotros en un co-deudor que ayuda con porcientos en saldos. Él asumió por entero nuestra deuda y “ha pagado por nosotros al eterno Padre la deuda de Adán y, derramando su sangre, canceló el recibo del antiguo pecado” como cantamos en el Pregón la noche Pascual. No le motivó otra cosa que no coincida con el final de la advertencia de Ezequiel: salvar tu vida; ni con sus propias palabras de desatar (condonar) en la tierra para que quedase desatado (saldado) en el cielo (cfr. Mt 16, 19).

 

P. Ovidio Pérez Pérez

Para El Visitante

 

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