Contexto

Si el domingo pasado sobresalía el llamado a la corrección del hermano que yerra (una de las obras de misericordia espirituales), hoy se destaca el perdón, que, si bien es algo tan cristiano, no se puede decir que no esté presente en las enseñanzas del Antiguo Testamento, como la sapiencial, que oímos hoy (Eclo 27,30–28,7). Obviamente, la enseñanza sobre la misericordia alcanza su culmen en Jesús, que pone ésta como una de las actitudes propias para la comunidad de sus discípulos, en la que no puede faltar el perdón (Mt 18,21-35). Ante esta expresión del amor de Dios, no podemos más que alabarlo con el salmista (Sal 102).

El pasaje de la carta de san Pablo a los romanos nos recuerda para quién se supone que vivamos y muramos (14,7-9).

Reflexionemos

Creo que lo he dicho en otra ocasión, pero precisamente para vacunarnos de marcionismo, quisiera recalcar que hoy podemos ver en los textos del Antiguo Testamento, no un Dios de miedo y venganza, sino de perdón. Los marcionitas (secta herética fundada en 144 d.C. en Roma por Marción) rechazaban los escritos del AT y enseñaban que Jesucristo no era el Hijo del Dios de los judíos, sino el Hijo del Dios Bueno, diferente del Dios de la antigua alianza. Hoy las lecturas del AT, precisamente nos dejan ver lo equivocado que era el pensar de esa secta, y de una vez nos cuidamos nosotros de decir cosas que casi suenan a marcionismo, cuando recalcamos demasiado la diferencia entre Dios en el AT y en el NT.

Con eso aclarado, vemos como la misericordia resulta ser algo inseparable de la sabiduría divina de la cual el Eclo es uno de los libros destacados. La sabiduría espiritual no es meramente saber de Dios, sino saborear las cosas divinas, y si en algo saboreamos la bondad de Dios es en el perdón. Dios se goza en ser misericordioso y “no se cansa de perdonar” (Papa Francisco). Si somos guiados por ella, parece inconcebible guardar rencor, no tener compasión, etc. Por ello, Jesús, que es la Sabiduría del Padre encarnada, nos pide perdonemos infinitamente (i.e. “hasta setenta veces siete.”).

¿Pero cómo podemos llegar a perdonar tanto y no dejar que nos envenene el rencor y el resentimiento? Si caemos en cuenta de lo que nos dice el Apóstol: “si vivimos, vivimos para el Señor…” nuestra nueva vida en Cristo no nos deja otra opción, pues no podemos actuar de otra manera, si, como dice también S. Pablo, debemos tener la mente de Cristo (cf.1 Cor 2,16) y sus sentimientos (cf. Fil 2,5; Rm15,5).

Además, nosotros, como los siervos de la parábola, hemos sido perdonados tantas veces por el Señor. En el Credo de los Apóstoles decimos “creo en el perdón de los pecados”. Ese perdón se nos da en el Bautismo, en la Unción (para los enfermos cuya enfermedad les impide confesarse) y en la Reconciliación. Los que acostumbramos a confesarnos con frecuencia, no sólo recibimos ese regalo de la misericordia de Dios, sino que, además, deberíamos estar más dispuestos a perdonar a quien nos ofende, pues hemos sido perdonados muchas veces y porque sabemos la paz y alegría que vienen con el perdón. ¡¿Cómo no hacer que otro goce de esos dones?! No podemos limitar el perdón a su aspecto sacramental, que es importante, pero fuera del sacramento, nosotros tenemos que saber perdonar, recibir y dar misericordia o “misericordiar” con el neologismo inventado por el Papa Francisco.

A modo de conclusión  

La política es una de las causas de división en nuestro país. Sea por esa o por cualquier razón, hoy el Señor nos recuerda que no podemos ser discípulos suyos si no perdonamos. Si vivimos en Él no hay otra opción, la elección que nos queda es dejar de vivir en Él. Tú. ¿qué prefieres?

 

Mons. Leonardo J. Rodríguez Jimenes

Para El Visitante

LEAVE A REPLY

Please enter your comment!
Please enter your name here