(Homilía por Misa de inicio de curso del Seminario San Juan Bautista en la Parroquia Corazón de María el 21 de agosto)

“Tuvimos valor, apoyados en nuestro Dios”, es una frase que la encontramos en la primera lectura de hoy. Es una expresión de San Pablo a los tesalonicenses en la que les manifiesta que, gracias al valor, pudieron predicar el Evangelio en medio de fuerte oposición. Así que vemos una de las características necesarias para ser fiel testigo y predicador del Evangelio de Cristo.

Sigue San Pablo: “Nuestra exhortación no procedía de error o de motivos turbios, ni usaba engaños…”. En un mundo como el actual donde el engaño se disfraza, donde el engaño se nos presenta como una gran verdad, donde el engaño es la orden del día, es el plato fuerte, el predicador de Cristo está llamado a ser testigo y profeta de la verdad.

En la vida del sacerdote, del cristiano nunca debe haber cabida para el engaño.

Continua san Pablo: “…predicamos, no para contentar a los hombres, sino a Dios, que aprueba nuestras intenciones”. Esta es una de las grandes tentaciones de nuestros tiempos. Se nos exige como
Iglesia cambiar el Evangelio para contentar a ciertos grupos, para ser una Iglesia, como se dice “de avanzada”. Se nos pide que atemperemos las enseñanzas de Cristo a las corrientes contemporáneas y a la legislación humana, aunque estas contradigan las enseñanzas de la Iglesia. Como sacerdotes de Cristo, el presbítero está llamado al respeto, a la caridad, a la tolerancia, a la compasión.

Sin embargo esto no implica que, por contentar a algunos, cambiemos la verdad del Evangelio.

“No pretendimos honor de los hombres, ni de ustedes, ni de los demás…”. Lo más triste en la Iglesia es ver a un seminarista, a un diácono o sacerdote, o a un obispo buscando que le rindan honor.

En la vida sacerdotal el gran protagonista es Cristo. La gloria es para Él. Quien actúa buscando honor, reconocimiento y gloria para sí mismo, denota que algo ha faltado en su formación. Como Cristo, hemos venido a servir y no a ser servidos.

“Les tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos”, dice san Pablo. Qué mucho duele la falta de la delicadeza en la evangelización. De las quejas que recibo de algunos sacerdotes, esta es una de ellas. La falta de delicadeza, la falta de sensibilidad. La gente se hiere cuando siente que su sacerdote le grita, le falta el respeto, o le niega algún servicio o sacramento.

Necesitamos, nos urge, formarnos en la ternura de Dios, ser sacerdotes de la dulzura de Dios en un mundo tan amargado por el maltrato y el pecado. Solo apoyados en Dios seremos sacerdotes con valor, sacerdotes que resistamos a la tentación de andar buscando que nos rindan honor; solo apoyados en Dios, podemos reflejar la delicadeza, la dulzura del Padre. El Seminario, es la gran escuela para aprender a vivir apoyados solo en Dios.

Una de las líneas del salmo de hoy dice: “Tu misericordia es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad”. ¡Qué mejor lugar para edificarnos en la misericordia de Dios que la formación del seminario. Es una formación que consiste de 4 pilares: formación espiritual, académica, comunitaria y apostólica (Papa Francisco). En todos ellos, tiene que hacerse presente la misericordia de Dios. Sin misericordia nunca podremos edificarnos como sacerdotes a imagen y modelo de Cristo. En Jesús siempre estuvo presente la misericordia y la compasión, aún en las pruebas, en la traición, en su dolor, y en su cruz. La misericordia es el verdadero vestido de Jesús transfigurado y resplandeciente. Estamos en el seminario, más que para un periodo de pruebas, para un periodo de formación y transformación. Aquí, aprendamos a revestirnos de la misericordia de Dios que es el mejor ornamento o sotana que podamos usar y lucir en el mundo exterior.
El Evangelio de hoy nos presenta dos tripletas. El triple interrogatorio de Jesús a Pedro y la triple respuesta de confesión de amor de Pedro. Una triple confesión de amor que borra, en el corazón mas no en la historia, aquella triple negación de Pedro.

A mí me fascina el comentario que hace San Agustín sobre el relato del Evangelio de hoy. En parte, nos dice el Obispo de Hipona: “Siempre, es decir, cada vez que le pregunta, el Señor confía a Pedro que le declara su amor, sus corderos, diciéndole: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas (Jn 21,15-17), como si dijera: «¿Qué crees que significa para mí el que tú me amas? Muéstrame tu amor en tus ovejas. ¿Qué significa para mí tu amor, si he sido yo mismo quien te ha concedido el amarme? Pero tienes dónde mostrar tu amor hacia mí, dónde ejercitarlo: apacienta mis corderos»” (Sermón 253 1-3).

El amor inmenso a Dios se muestra en el amor inmenso a las ovejas. Solo quien ama reiteradamente a Dios puede apacentar las ovejas. El amor, el profundo amor a Jesús es la condición esencial para ser pastor de su rebaño. El Señor solo confía a sus ovejas a quienes le amen.

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