(Homilía por la Misa de encuentro con los catequistas el 16 de agosto en el Coliseo Guillermo Angulo de Carolina)
En el nombre del Señor Jesús, hoy yo quiero darles gracias por lo que hacen. Ustedes han optado por sacar de su tiempo, que es tan valioso, para educar en la fe y para ser ecos de la Palabra de Cristo y su Iglesia. Esto para mí es algo bien grande. Es algo muy hermoso. Lo que Jesús enseñó hace cerca de 2 mil años, ustedes ahora lo enseñan a nuestros niños, niñas, jóvenes y adultos. Eso es algo que agrada mucho a Dios, como los sacrificios del justo Abel. Ante el intento de algunos de tener un mundo sin Dios, aquí están ustedes, para forjar un Puerto Rico que conoce, ama a Dios, a su Iglesia y a su Patria. Ustedes son encantos de Borinquen. Ustedes dan una singular y verdadera belleza a nuestra Patria porque transmiten a otros la belleza de Dios, que es la Belleza que salva.
En sus clases de catecismo, ustedes enseñan sobre Dios, sobre su Creador, amor sobre la creación del mundo, la creación de la flora y la fauna, la creación del ser humano que es cumbre de la misma, sobre el pecado, sobre la ruptura que ocasiona el pecado en nuestra relación con Dios, con la creación y con los otros seres humanos. Enseñan sobre el proyecto de Dios al crearnos, sobre la conversión y sobre la salvación que se nos ha dado en Cristo Jesús. Toda esta catequesis que ustedes comunican sobre Dios Creador, el Papa Francisco la acaba de contextualizar en su reciente Encíclica Laudato Si sobre el cuidado de la casa común, que es la creación que nos ha dado Dios a toda la humanidad. Hemos querido entregarle hoy una copia de dicha encíclica a cada uno de ustedes para que hagan de dicho documento papal, una fuente más para enseñar sobre la Verdad de la Creación y sobre el designio del Creador para la humanidad.
En esta Carta Encíclica, el relato de la creación del libro del Génesis y su teología, se nos presenta desde la perspectiva de nuestros tiempos. Aquella creación del mundo, nos dice y nos advierte el Papa Francisco, está seriamente amenazada en nuestros tiempos a consecuencia del pecado, del egoísmo, de la violencia, de la explotación, del sometimiento desmedido, de la depredación de los bosques, del derroche, de la explotación, del consumismo, de una economía que mata, de una tecnología sin ética, de un sistema de finanzas al servicio del poder económico y político, de un falso concepto de la propiedad privada. Vivimos en un mundo herido por el pecado. Nos dice el Papa: “La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes” (n.2). Nuestro ambiente natural “está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento irresponsable” (n. 6). Y no solo el ambiente natural está herido, “también el ambiente social tiene sus heridas” (Ibid. 6).
¿Quiénes son las víctimas más vulnerables de esta crisis? Son los más pobres (n. 49). Las personas pobres, los países pobres, los continentes pobres. Viven en áreas contaminadas, sufren por las explotaciones de los recursos, mueren a causa de enfermedades producidas por la pobre calidad del agua y del aire; no tienen los recursos para trasladase a ambientes salubres o de lidiar con la sequía, o las consecuencias de no tener agua para su consumo, para sus tierras. Y nosotros, como cristianos, como cristianas, como seguidores, seguidoras de Jesús, no debemos desentendernos de la crisis ambiental ni de sus consecuencias especialmente con los pobres. Nos dice el Papa: “el principio del bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia, en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres” (n. 158).
Muy sabiamente, el Papa nos advierte que algunos tienden a enmascarar el problema de la crisis ambiental y ofrecen soluciones que atentan contra el ser humano mismo, como, por ejemplo, quienes proponen como solución el control de la natalidad. A la vez que critica la práctica de condicionar ayudas a países pobres a cambio de aceptar políticas reproductivas, el Papa nos dice que: “Culpar al aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un modo de no enfrentar los problemas” (n. 50). En Puerto Rico, fuimos víctimas de esas políticas que establecen que para eliminar la miseria y la pobreza hay que reducir la población. El asunto de la procreación en Puerto Rico se convirtió en punta de lanza para proponer proyectos de índole neomalthusiano con el propósito de disminuir la miseria en la que el pueblo puertorriqueño estaba inmerso. Conocedores del asunto, nos dicen que a partir de la década de los veintes (1920) el gobierno promovió políticas de control de natalidad y neomalthusianas que impulsarían un uso extenso de métodos anticonceptivos dirigidos a reducir la población.