(Misa de inicio de curso académico 2015 – 2016 en la PUCPR)
En la fiesta de la Transfiguración, recientemente celebrada en la Liturgia, Jesús ha llevado a sus tres discípulos preferidos, Juan, Pedro y Santiago al monte, para allí mostrarles su gloria, la gloria futura que les aguarda. Pero antes, les advierte, debe pasar por la pasión y muerte de cruz, reservada, igualmente, a todos los que quieran alcanzar la gloria.
En la fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma al cielo, cuya Misa votiva estamos celebrando al inicio del presente curso 2015-2016, la Iglesia nos invita a contemplar en María la obra de Dios, lo que Dios hizo en María, la pionera, y nunca mejor empleado este calificativo, pues fue pionera en alcanzar la gloria que Jesús había mostrado a sus discípulos, y de los bienes que Dios tiene reservados para su Iglesia.
María abre a la Iglesia el camino al Padre. Desde el cielo mira y conoce nuestras alegrías y esperanzas, nuestras tristezas y desánimos. Ella intercede y nos acompaña, y desde el cielo nos indica cuál es la meta hacia la cual dirigirnos y nos ayuda a descubrir el sentido de nuestra vida.
Es por lo que, sin dudarlo, me atrevo a proponer a María Asunta al Cielo como el mejor espejo en el que mirarse y mejor modelo que seguir al dar inicio al nuevo Curso.
Y es que en la Asunción de María se da la síntesis de la fe, del pensamiento y del corazón. Y eso es lo que el mundo de hoy necesita: fe, pensamiento y corazón. Hace un tiempo, la Congregación para la Educación Católica señalaba, refiriéndose al mundo de hoy: “Nuestro tiempo, tan rico de medios, se revela dramáticamente pobre de fines, privado de referencias objetivas e interpretaciones globales, agredido por un difundido escepticismo sobre los fundamentos mismos del saber y de la ética…”. “La última modernidad ha iniciado un nuevo proceso de desencanto, el de la visión cientificista del mundo, que a diferencia de lo pronosticado, no aparece como un éxito y potenciamiento de la razón, sino como derrota y repliegue”.
Puerto Rico no es la excepción. La reciente celebración de los llamados matrimonios gay, y el anunciado congreso de ateos, en Puerto Rico, a celebrarse supuestamente la próxima semana, a mi entender, hechos no surgidos o nacidos del pueblo puertorriqueño, sino traídos de fuera, son una muestra de que no se da la síntesis de fe, pensamiento y corazón. Son realidades que emanan, precisamente, de la falta de fe.
El Libro de los Jueces, habla del hombre que no sigue los mandatos del Señor; pero en su lugar se entrega a los ídolos. Narra, en efecto, cómo el pueblo de Israel, lejos de obedecer al Señor, hacía lo que el Señor reprobaba; abandonaron al Señor Dios de sus padres que les había sacado de Egipto y liberado del poder del Faraón, para irse tras otros dioses de las naciones vecinas, a los que dieron culto y adoraron, irritando al Señor.
Es la postura del que no tiene temor de Dios, del que confía y adora a los ídolos y falsos dioses, en lugar de confiar y adorar al Dios verdadero.
Porque es así, el que no cree en el Dios verdadero, acaba creyendo de diosecillos o ídolos que el mismo hombre se construye. San Pablo en la Carta a los Romanos, dice de ellos que “pretenden ser sabios cuando hablan como necios”, pues “cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes con forma de hombre mortal, de aves, de animales o de serpientes”. “No quisieron reconocer y adorar al Dios verdadero y acabaron dando culto a ídolos en forma de hombre, de ave, de reptil o serpiente” (Rom. 1, 22-23).
La historia se repite. También al día de hoy se dan los que se resisten a creer en Dios, en el Dios que se ha revelado en Jesucristo, pero en cambio se doblegan fácilmente ante los dioses e ídolos modernos del siglo XXI: la droga, el poder, el sexo, el dinero, el satanismo y otros. Con qué facilidad creen en el bing bang, en la pseudociencia, en los agoreros y en los astros.
La pena es que estas corrientes arrastran a muchos católicos, que quizás no renuncian a su fe, pero viven en una dudosa ambigüedad, y a profesores, cuyas confusas fe y vida cristiana, dejan mucho que decir y pensar.
La fe cristiana por el contrario, con su alta cualidad humanista y unificadora de los tres elementos fundamentales del hombre: la fe, el pensamiento y el corazón, viene a iluminar la realidad del mundo y del hombre. La fe es defensora y testigo elocuente de la trascendencia; el pensamiento, fruto de la razón, busca la verdad serena y objetiva; y el corazón, es protagonista del sentimiento y humanidad de los que está constituido el hombre. La fe todo lo ilumina con nueva luz y visión del plan divino sobre el hombre.
Administradores, Facultad, estudiantes, inicia un nuevo curso, ocasión de oro para profundizar en la fe. No os contentéis con avanzar en el camino del pensamiento y del corazón. Profundizad también en la fe.