Según Jesús, el más grande hombre nacido de mujer es el Santo Patrón de Puerto Rico: San Juan Bautista. Y si a esto le añadimos que nuestra Patrona, la Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora Madre de la Divina Providencia, es la más grande mujer que haya existido, entonces quiere decir que Dios ama mucho a Puerto Rico. Pero, como Él mismo dijo, al que se le da mucho, se le exigirá mucho, por lo que es momento de ver si estamos cumpliendo con Dios y si estamos aprovechando la ayuda de estos poderosos protectores para hacer de Puerto Rico el mejor lugar para vivir, hacer negocios y vacacionar.

Quizás, no conocemos bien a nuestro Santo Patrón, por lo que, no lo invocamos con frecuencia. Él fue un humilde joven de 30 años, pero diferente a los demás ya que no se adaptaba al mundo, sino que quería mejorarlo “abriendo brechas” para facilitar el camino de Jesús. Él no seguía a nadie, sino que fue un líder innato y respetado por las autoridades, pues tenía el don de la palabra para hacerse entender y conmover a las multitudes. Él fue precursor de la Enseñanza Social Católica al predicar sobre la dignidad, solidaridad, ética, y de evitar la corrupción. Tenía la valentía de decir la verdad a quien fuera y sin importarle los riesgos a su vida. Él era exigente con sus seguidores para que cambiaran la manera de vivir, se arrepintieran de sus pecados e hicieran un esfuerzo constante para hacer todo de acuerdo con la voluntad de Dios. Él no seguía la “moda” de la época, usaba un estilo único de ropa, y comía saludablemente. En fin, fue un hombre adelantado a su tiempo que no se conformaba con quedarse en la comodidad. Solo un hombre muy seguro de sí mismo podía atreverse a ser y hacer lo que nuestro Santo Patrón hizo, y creo que la razón fue que supo cuál era su misión en la vida y puso sus talentos y constancia de propósito para lograrla; preparar a la humanidad, mediante el arrepentimiento, penitencia y bautismo, para la inminente llegada del Mesías.

Una forma de venerar e invocar la ayuda de nuestro Santo Patrón es imitándole. En esencia lo que debemos hacer es mejorar nuestra sociedad “abriendo brechas” para introducir la Enseñanza Social Católica en cada segmento de la sociedad; individuos, familia, lugar de trabajo, empresas y organizaciones sin fines de lucro, cultura, gobierno, política, economía, educación, y etc.

Nuestro Santo Patrón supo maximizar los talentos que Dios le dio para cumplir su misión, por lo tanto, y siguiendo la Parábola de los Talentos, es nuestro deber identificar los talentos que Dios otorgó a cada uno y ponerlos al servicio de la sociedad. Luego, cada uno debe conocer la misión individual que le tiene Dios, y añadirle a esta la misión que ya conocemos de crear discípulos donde quiera que estemos. La claridad que nos da lo anterior, despeja el camino para la acción de cambiar la sociedad secular que nos tiene paralizados en la mediocridad por una sociedad católica que nos lleve a la excelencia.

La acción empieza en nosotros mismos y en nuestras familias, haciendo del hogar una parroquia doméstica, orando diariamente y usando la forma católica de pensar, actuar, vestirnos, expresarnos y de hasta alimentarnos para sentirnos más unidos a Dios, tranquilos, saludables y capaces de defender la fe y así tener la armadura católica que siente las bases para el resto de nuestras acciones.

Lo siguiente es identificar uno o más segmentos de la sociedad que sean los más apropiados para aplicar en ellos la misión y los talentos recibidos y “abrir brechas”. Por ejemplo, si la misión y los talentos son apropiados para la política, entonces se debe intervenir en el proceso político para hacer que las leyes y acciones de gobierno logren el fin de facilitar el desarrollo integral de cada ciudadano y grupo al que pertenezca y el cumplimiento con los mandamientos de Dios. En otras palabras, el “abrir brechas” hace que nuestra cultura, gobierno, economía, educación y etc. trabajen sistemáticamente hacia un mismo fin; instalar el Reino de Cristo en la Isla.

Por otro lado, al “abrir brechas” vamos a ser ignorados, rechazados y hasta ridiculizados, pero, como nuestro Santo Patrón, no nos detendremos y no perderemos la esperanza porque tenemos la convicción de que, al final, el inmaculado corazón de la Virgen triunfará.

Hoy que celebramos la solemnidad del Nacimiento de San Juan Bautista, pidámosle ser como él para cumplir con nuestra misión y engrandecernos ante Dios.

Ricardo Santamaría 

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