El Espíritu Santo, no es ningún personaje distinto del Padre y del Hijo, que, por su cuenta anda por ahí haciendo de las suyas. Se trata del DIOS UNO desmaterializado y más allá de toda imagen. No debemos pensar en él como un don que nos regala el Padre o el Hijo, sino en DIOS COMO DON absoluto que fundamenta todo lo que nosotros podemos llegar a ser. No es una realidad que tenemos que conseguir a fuerza de oraciones y ruegos, sino el primer fundamento de mí ser, del que surge todo lo que soy.

El Espíritu Santo es esa fuerza invisible muy eficaz que se identifica con Dios y que capacita al ser humano para realizar tareas que sobrepasan sus posibilidades normales. De esa FUERZA, nace la nueva comunidad, constituida por personas que se dejan guiar por el Espíritu para llevar a cabo la misma tarea. El más poseído del Espíritu es el que más dispuesto está a servir a los demás.

El Espíritu no produce personas uniformes como si fuesen fruto de una clonación. El Espíritu es la fuerza vital y enriquecedora que potencia en cada uno las diferentes cualidades y aptitudes. La pretendida uniformidad no es más que la consecuencia de nuestro miedo, o del afán de confiar en el control de las personas y no en la fuerza del mismo Espíritu.

La primera lectura de hoy nos obliga a una reflexión muy simple: ¿hablamos los cristianos, un lenguaje que puedan entender todos los hombres de hoy? Mucho me temo que seguimos hablando un lenguaje que nadie entiende, porque no nos dejamos llevar por el Espíritu, sino por nuestras programaciones y caprichos. Solo hay un lenguaje que pueden entender todos los seres humanos, el lenguaje del amor y ese lo enseña el Espíritu Santo.

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